Perdón por los abusos, por los migrantes y por la guerra

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En la Vigilia de oración previa al Sínodo se escucharon tres testimonios de hermanos que sufrieron abuso sexual, el dejar su patria y el horror de la guerra. Aquí los compartimos.

Fuente: Religión Digital

«Lejos de Roma, en un pequeño pueblo del sur de África, un depredador se centró en mí, un niño de 11 años»

Laurence Glien, en la vigilia

Laurence Glien, en la vigilia

Laurence Gien:»Desde entonces, me he visto obligado a caminar con este perpetrador estampado en mi alma durante los últimos 53 años»

Deema Fayyad en la Vigilia

Deema Fayyad: «La guerra no solo destruye edificios y carreteras, sino que también afecta a los lazos más íntimos que nos anclan a nuestros recuerdos, nuestras raíces y nuestras relaciones»

Sara Vatteroni

Sara Vatteroni, directora de la Fundación Migrantes en Toscana, acompañada de Solange, una migrante de Costa de Marfil que llegó por mar a Italia hace cinco meses.

 

El sudafricano Laurence Gien, que sufrió abusos sexuales de pequeño, explicó este martes ante el papa Francisco cómo fue violado con solo 11 años por parte de un miembro del clero católico, en una ceremonia en la Basílica de San Pedro en la víspera del Sínodo de los Obispos que arranca mañana. Explicó que su abusador se aprovechó de él durante meses, en los que «utilizó elogios, castigos físicos» y «manipulación psicológica».

«Finalmente, en una hermosa mañana sudafricana, me llevó de la mano en un lugar oscuro donde, en un silencio a gritos, me arrebató lo que nunca se le debe arrebatar a ningún niño», explicó ante Francisco sobre un recuerdo que este artista lleva siempre presente.

«Desde entonces, me he visto obligado a caminar con este perpetrador estampado en mi alma durante los últimos 53 años», algo que, aseguró, «es parte de mi ser físico y consciencia, y está tan presente hoy como lo estuvo cuando tuvo lugar la impactante violación».

También habló en la ceremonia Deema Fayyad, una monja de la ciudad siria de Homs y miembro de la comunidad monástica de Al Khalil, quien explicó cómo se vio «profundamente marcada por las heridas de la guerra» que azotó a su país.

«La guerra no solo destruye edificios y carreteras, sino que también afecta a los lazos más íntimos que nos anclan a nuestros recuerdos, nuestras raíces y nuestras relaciones», aseguró.

En Siria, el conflicto llevó «al alejamiento de cualquier forma de empatía, etiquetando al otro como un enemigo y llegando, en casos extremos, a deshumanizarlo y justificar su asesinato».

La monja apeló a no dejarse llevar por la ira y a transformar la frustración «en un compromiso con una resistencia no violenta que, con gran esfuerzo, renuncia a todo acto y pensamiento violento».

En la acto también intervino Sara Vatteroni, directora de la Fundación Migrantes en Toscana, acompañada de Solange, una migrante de Costa de Marfil que llegó por mar a Italia hace cinco meses.

Vatteroni expresó su malestar por la muerte de migrantes que intentan alcanzar Europa navegando por aguas del Mediterráneo.

Es una ruta «considerada la más peligrosa del mundo porque en promedio seis personas pierden la vida cada día», denunció, antes de destacar la relevancia de un acto como el de hoy «para dar testimonio de una nueva humanidad que acompañan a las personas a ser personas».