Mitos y Leyendas de la Rioja

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El Mikilo

La mayoría de las historias del Mikilo sugieren que se trata de un duende. Se dice que es esquivo, travieso y a veces malvado. Tiene fama de asustar a los transeúntes del campo y a veces hasta de ser hostil y violento con éstos con una preferencia de hacer maldades a los niños que se lo encuentran. Hasta es usado por los mayores para infundir miedo a los pequeños para que acepten dormir la siesta y no salgan en ella en busca de aventura campestre.

El origen de este ser es explicado en parte en el libro Divinidades Diaguitas de Juan Zacarías Agüero Vera (editorial Biblioteca Mariano Moreno):

“El Mikilo diaguita, es una concepción indígena, que se conserva en parte en La Rioja, sin mezcla de elementos ni incásicos ni cristianos. Su pagana estampa naturista y pintoresca, refugiada en los bosques y montañas, en cuya penumbra vive, lo ha librado del exorcismo de la Colonia y de la profanación de los europeizantes.

Pertenece pues, a la familia de los dioses salvajes y demóticos, sin templos elevados por la mano del hombre, ni ofrendas de oro que despertaran la codicia y el fanatismo iconoclasta y torpe de la conquista. Y tal vez sea ésa la razón de su supervivencia en la memoria y el culto de las gentes”.

LA YACURMANA

Las culturas antiguas supieron encontrar un marcado valor y respeto por su entorno natural. Ese mundo que resguardaba su existencia brindando los elementos necesarios que perpetuaron la vida y el sustento de las aldeas. Ante la magnificencia de la naturaleza, estas personas establecieron conexiones espirituales con cada uno de los fenómenos existentes y les rindieron culto a muchos de ellos por siglos hasta en algunos casos desaparecer en manos de las conquistas, el implacable avance del tiempo y los inminentes cambios en vías de la modernidad. Astros, cuerpos celestes, fenómenos climáticos, la tierra misma, entre otros, eran las divinidades por excelencia de los pueblos indígenas, como lo es, en esta oportunidad, la Yacumama, también conocida popularmente como Yacurmana o Yacurmama. Este mito se forma a partir de la veneración ancestral hacia el elemento agua y obtiene su nombre del quechua yacu(agua) y mama(madre) por lo que se refiere al mismo como “madre del agua”. Su principal personificación (al menos en nuestra zona) se basa en la imagen de un ente femenino elemental que hace de guardiana y protectora de los ríos, vertientes y diferentes fuentes fluviales de la región. En algunos relatos se describe a Yacumama como una anciana de largos cabellos blancos y de ropajes claros, en otros, como una mujer joven muy bella de vestidos blanquecinos que hasta parece transparentarse en el paisaje antes de esfumarse en una suerte bruma a la luz del día. En todas estas historias, la aparición tiene lugar en sitios cercanos al agua como una laguna, la desembocadura de un río, etc. “Creemos que su culto se ha arrinconado en las regiones andinas áridas donde el agua se considera un milagro. La Rioja, que pertenece a la zona semi – árida del NOA, ha rendido culto a la Yacumama, pues, al parecer, la deidad era alabada y temida en esos sitios asolados por la sequía.” (Teresita Flores)

En el libro “Divinidades diaguitas” de Juan Zacarías Agüero Vera, el autor nos comparte un profundo estudio de esta divinidad apoyándose en investigaciones y vivencias propias de su niñez en los pueblos de Solca y Chuquis, siendo esta última, una localidad del depto Castro Barros ubicada al norte riojano la cual posee una cascada de manantial muy conocida por los turistas que lleva el nombre de Yacurmana en referencia al mito. Es aquí donde él mismo se pondría al tanto de esta creencia y de las anecdóticas “apariciones” del ser.

La Zapam Zucum

Allá, a los lejos, entre el tupido follaje de los grandes algarrobos, se eleva la grácil columna de humo azul, denunciando el campamento de los pobres, que buscan en los árboles del campo, el pan y el vino que, como en un revivir del siglo de oro, se ofrecen, sin cuidados ni trabajo, a la mano del hombre. Allí está el encendido hogar, alrededor de cuyas llamas vivaces, se reúnen por la tarde, terminada la faena, las familias del viejo Ayllu, que anduvieron dispersas durante el día en el afán de la recolección del pan de Dios.

Quedaron, al sólo amparo de la espesa sombra de los árboles y de la providencia de la Zapam-Zucum, las huahuas, recostadas en cueros y coronillas, mientras las madres, con los hijos mayores, se internaron campo adentro, hasta perderse en el laberinto de los troncos, semejantes éstos, en su color y reciedumbre, a columnas de bronce o de hierro oxidado. Ya muy pronto sus cantos se desvanecen en la lejanía y queda solitario el campamento de los nómades.

Y, sin embargo, pasan las horas y no se siente llorar a ningún niño. Ni les molestan los insectos, ni parecen sentir el hambre. Las madres, al dejarlos bajo el amparo de la Zapam-Zucum, saben que una providencia solícita velará sobre ellos. En efecto, no bien se han alejado los buscadores de algarroba, se siente, próximo al campamento, donde sólo quedaron los pequeños dormidos, el sonido rotundo y característico que anuncia la proximidad del numen propicio: ¡Zapam-Zucum! ¡Zapam-Zucum! ¡Zapam-Zucum!…

Quienes la han visto, entre los antiguos, la pintan una mujer joven aún, arrebolada por los colores de una vida en la plenitud de su vigor, tostado de sol el rostro; ojos y cabellos negros y como signo particular, un par de enormes senos morenos y rosados a la vez, tan voluminosos, que se mueven al andar y son lo que producen el sonido onomatopéyico: ¡zapam -zucum, zapam-zucum!…

Con sus manos pequeñas y blancas, que se singularizan como una excepción en su carne morena, acaricia a los niños, lava sus caritas entierradas por los aires polvorosos del bosque y pone orden en sus improvisadas cunas. Pero los pequeños tienen hambre y se despiertan, y en vez del seno materno, se amamantan en los pechos próvidos de la diosa, y vuelven a dormir en la plácida inconsciencia de quien no sabe distinguir aún entre la providencia materna y la que le otorgan, por singular privilegio, los seres inmortales.

La Zapam-Zucum, es pues, la gran amiga de los niños abandonados, mientras las madres cosechan en costales, la algarroba que se ha de guardar, a la par que los dones de la Saramama, en las cónicas pirhuas de pichana y de jarilla, en el patio del rancho.Pero no siempre los inmortales hacen el bien. La Zapam-Zucum es la madre y providencia de los niños y de los algarrobos. Cuida a éstos y los defiende, para ofrecer sus frutos a las pobres gentes y se complace con las fiestas sencillas que se celebran debajo de los árboles, en la plena soledad de los campos. ¡Y guay del osado que destroce inmotivadamente su heredad y templo, que hache los algarrobos, que deshoje sus ramas o voltee, con espíritu de hacer mal, sus frutos verdes aún o la pishuca de la flor! La Zapam-Zucum se venga en forma horrible, roba los hijos del malvado y no los devuelve más. Protege y hiere en lo más sensible de la humanidad, en el corazón de las madres.

El Llastay

Los milenarios cerros y quebradas de nuestra tierra tienen su propia deidad protectora. A la par de la eterna Pachamama se levanta la leyenda de Llastay. Perteneciente al diverso grupo de dioses diaguitas, se dice, es un ente poliforme, celoso guardián de la fauna silvestre en las montañas y llanuras. Según los relatos populares, el Llastay suele avistarse de modo casual en adentradas zonas de cerros con la forma de un guanaco blanco de gran tamaño, muy superior al de los guanacos adultos normales y generalmente se lo ve acompañando y guiando el paso de las manadas a modo de pastor. También relatan que es capaz de tomar forma humanoide como de un anciano de baja estatura, con grandes ojos negros, ropas claras, largos cabellos y barba blanca. Adoptaría esta imagen para poder entrar en contacto con los humanos, advertirlos o dar consejos de cómo comportarse en sus dominios. Él todo lo ve en su territorio y puede castigar a quienes se lancen a la caza irresponsable e indiscriminada de los especímenes a los que resguarda. Por otro lado, también puede ser un guía, protegiendo y facilitando el alcance a los animales a viajeros y cazadores que, mediante una ofrenda, pidieran permiso y ayuda al Llastay en su travesía. Siempre y cuando los animales cazados justifiquen una necesidad de alimento, abrigo, etc. el Llastay permitirá, pero cuando solo se busque profanar la fauna y alterar el equilibrio circundante, el guardián se los hará saber de una forma u otra.

 

“Parecería que su origen se remontara a épocas anteriores al Imperio Inca y se desparramara su culto a los valles Calchaquíes, y viajara en boca de los relatos por los Andes, hacia el Sur, hasta Mendoza. Ambrosetti opina que su origen es cuzqueño y que, íntimamente ligado con la Pachamama, ambos cuidan las manadas enseñando con su sola presencia que el hombre debe usarlas con mesura para sus necesidades.”

Sobreviviendo a las diferentes conquistas y dinámicas culturales, se encuentra presente en diferentes regiones andinas del continente donde es común la presencia de auquénidos (camélidos sudamericanos) como guanacos, vicuñas, llamas. A veces se lo conoce con otros nombres y características, por ejemplo, en el norte de Chile y mas precisamente en la región de Atacama es nombrado “Cuquena” pero en todos los casos parece tratarse del mismo ente o espíritu silvestre que resguarda a las criaturas de su territorio como si de un guerrero protector asignado por Pacha se tratara.
Investigadores del folklore aceptan que el Llajtay asume formas distintas. Es un duende vestido de poncho y sombrero, ora un mendigo anciano que aparece insólitamente de súbito en lugares inexpugnables, o un ave que sobrevuela los pasos y las pircas naturales. Esa multiformidad es la que también se le atribuyen en otras provincias del NOA.

LA SALAMANCA RIOJANA – EL MITO

En la provincia de La Rioja, 20 kilómetros hacia el Norte, se encuentra la Villa Sanagasta, cuna de la Salamanca riojana. A 1600 metros de esta villa rumbo a Huaco (La Rioja), hay una caverna en lo alto del cerro, con una enorme boca de entrada y unos 50 metros de profundidad; su piso exterior es de una increíble limpieza y su arena brilla reflejando el sol. Todo el conjunto constituye una formación rocosa rica en minerales como hierro, pirita y azufre predominando este último, dato compatible con historias de demonios. Los lugareños dicen escuchar música, risas estridentes y un irresistible deseo de internarse en ella. La música que de allí proviene sirve para atraer adeptos que luego serán guiados hasta la entrada.

Se afirma que las brujas riojanas llegan desde el Famatina a Sanagasta donde se congrega la mayoría y luego viajan a Salavina, Santiago del Estero. Allí se encuentra el centro nacional de estas prácticas. alamanca (salla=peña. mancca=bajo, infierno): vocablo quechua que significa aquelarre, reunión de brujas, seres demoníacos y almas condenadas que se dan cita para divertirse, bailar, beber, elucubrar maldades.

El rey de la Salamanca es el Zupay, quien preside las reuniones y sella los pactos de los hombres que acuden a él en busca de la clave de la vida, la ciencia de la carne y los secretos del mal. Este mito, o leyenda, afirma que la Salamanca más importante es la de Sanagasta, aunque existen incontables guaridas.

La Salamanca es el refugio del demonio. Es su corte y su harem. El rebaño de brujas, entregadas al oficio de satisfacer sus deseos, lo incitan lujuriosamente con músicas sensuales y danzas lúbricas. En este antro secreto, conocido solo por los iniciados en las artes de la brujería, donde los sábados por la noche se reúnen brujos (calcus), hechiceros y adivinos en compañía de animales, se organizan fiestas en honor al macho cabrío, y se sirven los mejores manjares y bebidas como aguardiente, chicha y aloja. A modo de ritual se invocan a brujas y almas condenadas que pudiesen estar merodeando junto a los demonios del infierno. Testigos presenciales de estos aquelarres lo describen como un lugar iluminado con lámparas de aceite humano donde impera gran alboroto por los desbordes, gritos y carcajadas. Se realizan conjuros y maldiciones. Quien desea ingresar debe conocer. Si la conociese, ingresa al recinto en el que se debe sortear el Arunco, con un chivo maloliente que a embestidas lo empujará hacia el interior; una gran culebra amenazante cuya boca destila baba sanguinolenta y finalmente un Basilisco de ojo centelleante.

Los participantes de estas fiestas pueden permanecer varios días sin dormir y sin atisbo de cansancio. Luego son beneficiados con algunas virtudes como la sanación de sus semejantes, amplios poderes para la ejecución de instrumentos, gran capacidad de oratoria, facilidad en el canto, el baile, etcétera. Beneficios que el diablo les otorga a cambio de su alma, la que debe ser entregada en un contrato firmado con sangre.

En ocasiones es el mismo diablo quien sale de la Salamanca a buscar devotos. En esos casos toma la forma de Mandinga, y se aparece como un gaucho vestido pomposamente, con adornos de plata y ornamentos. Es posible reconocer a las personas que han estado en la cueva porque no proyectan sombra. Se ha pretendido derivar el vocablo del «aimará sallamanca» que significa «piedra abajo», pero los estudiosos sostienen que tanto el mito como la denominación son de origen hispano y común en toda América del Sur.

La Salamanca es el refugio del demonio. Es su corte y su harem. El rebaño de brujas, entregadas al oficio de satisfacer sus deseos, lo incitan lujuriosamente con músicas sensuales y danzas lúbricas.

EL PUJLLAY

La Chaya, de «chayar» que en la lengua quechua significa rociar, aspergar, mojar con agua, es una ceremonia de gratitud hacia la “Pachamama (madre tierra)” en agradecimiento por las cosechas que brindaban el sustento a la tribu, proviene de las antiguas comunidades diaguitas como así también el Pujllay o Pusllay. Las versiones de su procedencia son diversas y es difícil saber con exactitud su historia original como pasa también con la tradición de La Chaya pero lo que se conoce de esta peculiar deidad nos deja ver los rasgos que lo caracterizan. «Pujllay» proviene de la lengua Quechua y significa: jugar, divertirse, farrear, por lo cual se asocia al personaje con estas palabras en una personalidad alegre y humilde, gustosa de la fiesta, el jolgorio, capaz de contagiar y contagiarse de los festejos que traen consigo las calurosas fechas de verano en la que la albahaca, la harina, los bombos y cánticos cubren los pueblos chayeros. «El Pusllay se representa como un muñeco zarrapastroso, armado con palos, paja y trapos, vestido con ropas viejas y sombrero; lo sientan como presidiendo la fiesta que se desarrolla preferentemente en algunas calles barriales, durante la siesta, hasta que cae la tarde. Entre petardos, coplas, el retumbar de las cajas y los grito de la alegría, hacen el «topamiento» de pacotas, un grupo acompañando al compadre («cumpa») y el otro a la comadre («cuma»). El último día del Carnaval o día del «entierro» se realiza la quema del Pujllay, ceremonia en la que participan los chayeros, mojados y enharinados y así continuarán «chayando» varias horas para despedir al Pujllay hasta el próximo año. «(1) “Vuelan por los aires puñados de almidón de trigo perfumado con clavo de olor. Ramos de albahaca golpean los rostros blanqueados, y todos ríen y cantan al son del tamborín. En abigarrada muchedumbre, jóvenes y viejos, mujeres, hombres y niños, dan rienda suelta a la buena alegría.”(2) La leyenda de La Chaya y el Pujllay Una de las historias más conocidas de la relación entre la Chaya y el Pujllay es la del amor que supo nacer entre estos dos personajes como es citada en «Chaya (Rocío de agua)» del libro Mitos y Leyendas de Nuestra Región de Alfredo N. Chade. «Chaya era una muy bella jovencita india que se enamoró perdidamente del Pujllay, un Dios de orden menor, joven, alegre, pícaro y mujeriego. La bella jovencita, Chaya, al no ser debidamente correspondida se internó en el monte a llorar sus penas y desventuras amorosas, desapareciendo en él. Sólo retornaría anualmente y a mediados del verano, del brazo de la Diosa Quilla (Luna) en forma de rocío o fina lluvia. Entre tanto, Pujllay sabiéndose culpable de la desaparición de la joven indiecita, siente remordimiento y procede a buscarla infructuosamente por todo el monte hasta que enterado del retorno a las tribus con la luna de febrero, vuelve a estas para continuar la inútil búsqueda, allí, con muecas de alegría entre algarabía de todos los que festejaban la siempre esperada cosecha, indaga con desesperación y ahoga en la chicha (bebida fermentada) su soledad, y su pasada fama de Don Juan, se emborracha y ya muy ebrio, lo sorprende la muerte.» El Pujllay entonces, es el espíritu festivo que trasciende desde los ancestros diaguitas hasta nuestros días. El dios de la Chaya. Símbolo de la alegría colectiva, pura y dicharachera que se apodera de los riojanos en esas épocas de celebración.

Fuentes bibliográficas: 1 «Desandando La Rioja» de Alicia Corominas.  2 «Divinidades Diaguitas» de Juan Zacarías Agüero Vera.