No volvió, pero vino – Mensaje de la Conferencia Episcopal

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Francisco, padre y pastor de todos
“No volvió, pero vino”

El Papa Francisco nos enseñó que como pastores hay que estar en medio del pueblo, quererlo y acompañarlo, y muchas veces seguir su sentido de la fe, su modo de amar. En estos días nos sentimos conmovidos y hasta empujados por el gran cariño y la inmensa gratitud de millones de mujeres y hombres de a pie por la vida de Francisco.
Él nos enseñó que el nombre de Dios es Misericordia; la experimentó en su propia vida, por eso siempre decía ser un pecador perdonado por Jesús1. Y nos recordaba a cada uno: Dios te abraza como sos, Él es un Padre bueno que sale a nuestro encuentro.
Al mismo tiempo animó a toda la Iglesia y a la humanidad entera a recrearnos en los vínculos desde la misericordia, soñando con la fraternidad universal.
Cómo no recordar las primeras palabras que nos dijo a todos los argentinos en la madrugada del 19 de marzo del 2013: “Cuidémonos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuiden la vida, la familia, la naturaleza, a los niños y a los viejos… No le saquen el cuero a nadie, por el contrario, dialoguen, y que este deseo de cuidarse crezca en el corazón.”

Con sus gestos y palabras Francisco fue un faro de empatía en una sociedad individualista, un profeta de la dignidad humana en un mundo atravesado por la inequidad y las guerras. En el contexto de la pandemia que sufrimos como humanidad nos enseñó que nadie se salva solo, que nos necesitamos los unos a los otros y que, especialmente, debemos ocuparnos de los hermanos más frágiles y vulnerables.

Es imposible expresar en pocas líneas todo lo que aprendimos de él; estaremos siempre agradecidos por su testimonio de padre y pastor. Su herencia nos compromete a concretar su magisterio, animando a nuestra Iglesia argentina a ser un hospital de campaña que recibe a los heridos de la vida, una iglesia “sin puertas”, abierta a todos, todos, todos.
Y a forjar entre los argentinos la cultura del encuentro tendiendo puentes porque somos hermanos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz.
El Papa también nombró beatos y santos argentinos3, con los cuales nos mostró lo mejor que tenemos como pueblo. Siguiendo sus huellas, y por su intercesión, como obispos pedimos perdón por las veces que no estuvimos a la altura del magisterio de Francisco. Caímos en discusiones estériles, que sólo nos paralizaban en la acción pastoral y enfriaban el ardor y la audacia apostólicas.
Muchos aún nos preguntamos por qué no vino a la Argentina. Quizás la respuesta la podemos encontrar en estos días en que todos lo sentimos tan cerca, tan entre nosotros: su último viaje sentimos que fue a nuestro país, está aquí, y este debe ser un fuerte impulso misionero a anunciar la alegría del Evangelio y, unidos, esperar y acompañar al nuevo pastor universal que nos regale el Espíritu Santo en el próximo cónclave.
Pedimos a Dios lo reciba a Francisco en el Cielo, y encomendamos a María de Luján este tiempo de la Iglesia.

6 de mayo de 2025
Los obispos reunidos en la 126° Asamblea Plenaria.