El Padre Julio Merediz es un sacerdote jesuita compañero de formación y amigo del Papa Francisco. Con motivo de su cumpleaños número 88 le pedimos que nos contara algo de lo compartido en tantos años
Fui ordenado por Monseñor Angelelli y me dediqué al apostolado barrial
Con el Padre Jorge Bergoglio nos conocimos en la etapa de formación en la Compañía de Jesús. Él había entrado a los jesuitas un poco antes que yo, en marzo de 1958, y yo entré en 1961. Pero sobre todo nos unimos mucho a partir de 1968, cuando los dos estábamos en teología, el un año adelante mío y nos preparábamos para el sacerdocio.
En diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote por el entonces obispo emérito de Córdoba, Monseñor Castellanos, y en 1970, también en diciembre, yo fui ordenado por el beato mártir Enrique Angelelli junto con seis compañeros más. A partir de ese momento, ya sacerdote los dos, comenzó mi mayor amistad con él, sobre todo cuando el quedó en la zona de San Miguel y yo misionaba en estos barrios. En enero y en febrero misionaba en Famatina, pero sobre todo estaba muy dedicado al apostolado barrial, que no era común, y menos aún frecuente, entre los jesuitas, por lo menos argentinos, diríamos que era casi el único que estaba en ese tipo de apostolado.
Jorge siempre me alentó y tuvo el coraje de apoyar lo nuevo
Él me decía que le gustaba aquello que yo hacía, que no había contradicción entre formación profunda y cantidad, entre calidad y cantidad. Cómo llegar con calidad a la cantidad, sobre todo en la formación juvenil. Ese fue un proyecto que vivimos muchos años, y él me alentó mucho, porque decía que era algo nuevo, no era un grupo elitista, sino que el joven, sin perder su comunión con su pueblo, con su gente, con su barrio, puede tener una formación profunda, espiritual, y si es posible, académica, que era algo nuevo también para esta zona, porque la mayoría de los jóvenes apenas terminaban primaria.
Fue fundamental cuando lo nombran provincial, tenía 36 años, y yo 34. Para mí fue una alegría muy grande, yo seguía misionando en el verano en Famatina y también iba en invierno a predicar las novenas del Carmen. Pero mi corazón estaba acá en los barrios de San Miguel (provincia de Buenos Aires). Jorge me alentó muchísimo, y lo que siempre me maravilló de él es esa rapidez para fijarse en lo que había que hacer, ese coraje para impulsar un nuevo proyecto, ir adelante y no dejar nada para otro momento. Ese coraje apostólico me contagió muchísimo y creo que hizo una buena conjunción en mi corazón.
Él permanentemente me visitaba o me invitaba para comer con él, para estar con otros sacerdotes, me alentaba sobre todo en el trabajo, pero también me ayudaba a profundizar en mi vida espiritual. En ese sentido fue fundamental cuando él me convoca junto a mis compañeros de ordenación en el verano de 1974, para hacer lo que se llama la tercera probación que es un tiempo de unos meses con un instructor que suele ser un perito espiritual de la Compañía de Jesús, en este caso fue el padre Miguel Ángel Fiorito, y que es como el colofón, digamos, la frutilla del postre de la formación de Jesuita. Ahí descubrimos la importancia de nuestra espiritualidad y la piedad popular. Y la piedad popular no como algo estereotipado, tomado de afuera, sino como arraigada también nuestra propia vida.
Fuimos invitados a ir un 7 de agosto al Santuario de San Cayetano y ponernos en la cola de la gente, caminar con la gente, escuchar, pedir, preguntar. Y así fue entrando en nosotros, redescubriéndose lo que había de religiosidad popular y enriqueciéndonos con la piedad del pueblo.
Los grandes consejos del Padre Jorge
Una cosa muy fuerte en él que siempre decía: con la tentación, con el diablo no se negocia, no se negocia de ninguna manera. En todas las formas que aparezca la tentación, muchas veces muy camuflada, o casi siempre muy camuflada, no se negocia, se corta.
En 1976, en septiembre u octubre, me vino a ver Jorge Bergoglio junto con el padre Cravenna, para darme la orden de que no durmiera por un tiempo en la parroquia, hasta que me diera permiso. Eran épocas de terrorismo de estado y supieron que yo estaba en la lista de la Aeronáutica y ya habían secuestrado al doctor Rodolfo Freire, que también es una figura importante dentro de la barriada, médico. Y entonces yo obedecí, me costó mucho porque me daba la impresión de que me escapaba del barrio. Todas las noches, a las nueve de la noche tomaba el colectivo y me iba al Colegio Máximo en donde me esperaba Carlos Cravenna, cenaba y dormía allí y como me daba “no sé qué” estar durmiendo fuera de mi casa me volvía a las cinco o seis de la mañana. Fueron como tres meses, le pregunté y él me solucionó el tema, me dijo que podía volver a la vida parroquial, ese fue un momento difícil. Lo que me dijo claramente es que no te “chupen” (detengan) a ninguno de los chicos, así que cuídate en lo que hablas, la manera, no tengas crítica contra las autoridades de la época, contra la situación, sino más bien cubrirse. A eso él lo llamaba una actitud de repliegue táctico. Yo le hice caso y estoy agradecido porque pudimos seguir con la obra y pudimos seguir trabajando bastante bien a pesar del miedo que asolaba en esa época estas regiones.
Lo que Jorge recibió de mí y lo que yo recibí de él
Quizás de mi parte lo que más recibió Jorge fue el compromiso barrial. Era algo nuevo, que no existía. Yo insistía que a mí me encantaba la vida rural, trabajar en las misiones rurales, porque yo notaba que estos conglomerados urbanos eran el gran desafío apostólico de la época y me sentía llamado a eso.
Él descubrió la importancia que tenía el trabajo en los barrios que se van armando como conurbanos de todas las urbes.
Entonces hay que estar allí, hay que compartir, hay que oír, hay que escuchar, hay que meterse en la vida de ese pueblo que parece haber perdido aquella espiritualidad más pura del campo, pero que está en el fondo seguramente rascando mucho. Decía Jauretche, que en cada argentino, si raspamos un poco el corazón, hay un rancho. Y yo diría que en cada hombre de nuestro pueblo, rascando, rascando está la Virgen de Luján, la Virgen del Valle, San Nicolás, allí están.
Lo que más aprendí de él fue su coraje y su sentido del pobre y cuando digo pobre hablo sobretodo del enfermo, del drogadicto, del preso, realmente siempre habla de que Cristo está en la carne del pobre y cuando nos reconocemos que somos esa misma carne somos capaces de acercarnos a él y él siempre lo vivió con nuestros enfermos y ancianos jesuitas y con la gente del barrio y de cualquier parte, él estaba en esa humanidad, sobre todo con el pobre. Decía: con el pobre no se juega, descubrir en él su espiritualidad y hacerla crecer al pobre no solo se lo ayuda con alguna acción social sino sobre todo dándole lo mejor de nuestra vida espiritual.
Y por eso finalmente quedé acá. Él fue el que me misionó y aquí estoy. Han pasado ya 50 años o más.
Mi amigo Jorge es también mi Papa Francisco
Cuando lo eligieron Papa yo me había tirado a la siesta y le había dicho a los chicos de la parroquia que si se enteraban tocaran la campana y a las tres de la tarde tocaron la campana, salté y cuando oí su nombre fue muy grande la emoción, empezó a sonar el teléfono toda la tarde hasta la noche, Me emocionó muchísimo porque me sentía que me identificaban con él y era algo muy lindo. Eso es lo más hermoso de la amistad, personas tan distintas y de golpe el pueblo las identifica quizás en un modo de ser que yo intento cada día y Jorge ahora como Papa ha desplegado de una manera admirable que es la alegría de evangelizar.
En la Evangelii Gaudium está lo que piensa, lo que siente, lo que vive, él nunca dice algo que no haya vivido.
Lo más saliente del pontificado del Papa Francisco, ciertamente es esta apertura. Él ha abierto las puertas y las ventanas de la iglesia para que el mundo entre, pero sobre todo, como dice él para que Cristo salga, que no lo tengamos encerrado, que vaya a las periferias existenciales tan profundas y tan necesitadas de amor, hoy día en nuestro mundo.
El Papa Francisco nos ha mostrado que cada ser humano tiene algo de Dios, porque en el fondo de su alma está la imagen y semejanza del Creador, ha abierto las posibilidades y hace sentir a todo el pueblo de Dios, que es pueblo de Dios, y no que es un grupito de elite. Íbamos camino a pensar que solamente la iglesia son aquellos que van a misa el domingo y van al templo, que es muy importante, pero no son solamente eso. El pueblo santo de Dios, con su modo de creer, su modo de festejar, su modo de vivir, su modo de amar, de criar sus hijos, es mucho más amplio gracias a Dios.
El Papa Francisco valora eso y nos ayuda a que lo valoremos todos. Por otra parte, ha puesto en marcha aquello que alguna vez escuchamos de un profesor de teología: Los sacramentos son para el pueblo.
Los sacramentos no son para que los curas los administren, es decir, los curas los manden. Los curas sí, tienen que darlo, pero es para darlo a todos. Cristo dejó los sacramentos para todo el pueblo de Dios, y entonces esto es una realidad muy hermosa que cada día se va sintiendo más y palpando más en el pueblo santo de Dios.
Hemos sido agraciados con este Papa. Cada uno, cada Papa nos ha dado algo distinto, pero éste nos ha dado esa apertura, ese sentirnos pueblo, ese abrirnos, ese llevar al Cristo que cada uno tiene afuera y darlo sin miedo y abrazar a cada uno de tantos hermanos que están esperando porque Cristo los ama.
¡Gracias padre Julio! Dios te bendiga