Villa Silípica es un pueblo pequeño a pocos kilómetros de la ciudad de Santiago de Estero. Allí nació Santa Mama Antula y se encuentra un santuario que el pueblo de Dios lo hizo lugar de peregrinación.
El santuario tiene una capillita con la imagen y reliquias de la Santa y un gran tinglado para reunirse y celebrar misa. A unos 500 metros internándose en el monte, hay otra pequeña capilla que señala el lugar preciso en donde nació.
Ese lugar fue elegido para la Misa de Acción de gracias por la sede primada de Santiago del Estero.
Muchos peregrinos, varios de a pie detrás de la imagen de la santa, mucha alegría expresada en los cantos, los aplausos, los abrazos. Varios obispos concelebraron la Misa y la homilía estuvo a cargo del Cardenal Rossi, arzobispo de Córdoba.
En ella destacó la figura de Mama Antula desde dos aspectos, la decisión que tomó a los 15 años cuando salió de su casa y se fue al beaterio de los jesuitas en Santiago del Estero para atender a los más pobres, a los dejados de lado.Y lo segundo cuando los jesuitas son expulsados, se sintieron ruidos en la calle, los vecinos salieron, ella también y uno de los sacerdotes le puso una capa que usaban en esa época y allí sintió el llamado de salir y predicar los ejercicios.
No se detuvo, recorrió a pie miles de kilómetros llevando a Jesús a través de los ejercicios de San Ignacio.
Esta mujer es símbolo de otra mujer: La Arquidiócesis de Santiago del Estero que en este nuevo camino se ha propuesto ser primera en el servicio y salir a contar el amor de Dios desde la sencillez, con los pies descalzos y la cruz en la mano.
Este encuentro de acción de gracias fue otra fiesta con la misma hondura y sencillez de la vivida el sábado que se van pasando por generaciones la fe, la religiosidad popular y las tradiciones folklóricas.
Mama Antula ¡Ruega por nosotros!
Vida de María Antonia de la Paz y Figueroa
María Antonia de Paz y Figueroa nació en el año 1730, en Villa Silípica, antigua encomienda de indígenas de la actual Provincia de Santiago del Estero. Hija de Miguel de Paz y Figueroa, hombre influyente en el gobierno de la época y de María de Zurita.
Recibió la educación que se daba en las familias acomodadas, y se acentuó en ella su inclinación a la vida religiosa. A los quince años dejó su familia para dedicarse a los más vulnerados en contra de la tradición familiar. Realizó sus ejercicios espirituales con los jesuitas de esa ciudad y eso decidió las opciones de su vida. Durante veinte años María Antonia estuvo al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en las tareas auxiliares de los ejercicios espirituales. Cuando los expulsaron en 1767, decidió sostener esta obra y recorrer el país desde el norte a Buenos Aires predicando los Ejercicios.
“Mama Antula” era una mujer con un estilo muy peculiar. Hacía sus viajes caminando descalza y pidiendo limosnas. No quedan testimonios de cuántas veces preparó ejercicios en algunas ciudades, pero solo en San Miguel de Tucumán se hicieron sesenta.
La gente viendo a aquella mujer entrando a las ciudades con los pies descalzos, con una cruz de madera en las manos, exhortando por las calles a la penitencia e invitando al retiro de los Ejercicios espirituales, la tuvieron por persona extraviada, tratándola de loca, borracha, fanática y hasta de bruja. Sin embargo, ella resistió todas estas pruebas con valerosa intrepidez.
Una vez en Buenos Aires su prestigio creció rápidamente llegando a convertirse en el oráculo de la ciudad, que todos consultaban, anhelando las mismas autoridades servirla en lo que fuese menester para sus ejercitantes.
En 1784 el obispo de Buenos Aires, Sebastián Malvar y Pinto, envió una carta al papa Pío VI informándole que durante los cuatro años en los que se habían realizado los ejercicios espirituales en esa ciudad, habían pasado unas quince mil personas, sin que se les haya pedido “ni un dinero por diez días de su estadía y abundante manutención”.
En 1793, planeó la construcción de su propia Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires, obra que vio terminada su parte principal cuatro años más tarde.
María Antonia sentía que le flaqueban las fuerzas. Contaba con sesenta y nueve años y no pudo ver concluida su obra. Atacada por una mortal enfermedad, falleció en la casa que había fundado el 7 de marzo de 1799, a los 69 años de edad.