La presencia jesuita en La Rioja colonial: educación, estancias y legado

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En el marco del aniversario de la fundación de nuestra provincia, junto al historiador y arqueólogo Juan Carlos Giulano, desde el Parque Natural «El Saladillo», recordamos a la Compañía de Jesús en los primeros tiempos de La Rioja.

Giulano nos cuenta que la orden jesuita fue la última en llegar a la ciudad fundada por don Juan Ramírez de Velasco, aunque su llegada ya estaba prevista: se les había asignado una manzana, al igual que a otras órdenes religiosas como los franciscanos, dominicos y mercedarios. Lo notable de La Rioja es que todas las órdenes recibieron terrenos en condiciones equitativas.

Los jesuitas arribaron desde Europa vía Lima, siendo la orden más moderna de la Iglesia. Nacida tras el descubrimiento de América, su objetivo era enfrentar la Reforma Protestante a través de la educación. San Ignacio de Loyola exigía un título universitario para ingresar a la orden, lo que convirtió a los jesuitas en la élite intelectual de la Iglesia.

Esta sólida formación académica les permitió desarrollar una intensa labor educativa: crearon colegios secundarios gratuitos y fundaron la primera universidad del Virreinato en Córdoba. Estos espacios eran inclusivos, permitiendo el acceso tanto a hijos de españoles como de pueblos originarios, lo que generó resistencias en una sociedad colonial que no promovía la igualdad.

Ante la falta de apoyo económico oficial, los jesuitas crearon un sistema de estancias para autofinanciar sus instituciones. Cabe destacar que estas estancias no eran propiedad de la orden, sino de los colegios.

Este modelo productivo fue revolucionario, pero también generó la necesidad de mano de obra. Ni los españoles ni los mismos padres jesuitas realizaban tareas manuales, y si se pretendía educar al indígena, no se lo podía obligar a trabajar. En este contexto, se recurrió a la esclavitud africana, una práctica lamentablemente naturalizada en toda la sociedad de la época, incluida la Iglesia y el Estado. La justificación venía del pensamiento renacentista y moderno que, al establecer jerarquías raciales, consideraba al africano como un ser sin alma, legitimando su esclavización.

La estructura de las estancias reflejaba esta lógica: los jesuitas vivían en construcciones sólidas y cómodas, mientras que los esclavizados habitaban rancherías precarias. Sin embargo, dentro del sistema esclavista, los jesuitas ofrecían un trato relativamente mejor: permitían la conformación de familias y garantizaban su unidad, algo inusual para el contexto histórico.

 

La estancia jesuítica ubicada en El Saladillo, a solo 20 km de la ciudad capital, producía tanto para el consumo interno como para la venta externa, destacándose en la elaboración de cal y tejas de alta calidad, incluso utilizadas en otras estancias reconocidas del Virreinato. Los buenos resultados económicos obtenidos por los jesuitas y el trato más humano hacia los esclavizados despertaron recelos y envidias, lo que derivó en su expulsión en 1767.

Un legado complejo, parte de nuestra historia

A más de cuatro siglos de su fundación, La Rioja celebramos también historia con la mirada puesta en nuestra identidad. La experiencia jesuítica en estas tierras nos invita a reflexionar sobre los contrastes de aquella época: el impulso educativo, el ingenio productivo y las contradicciones de un sistema. Recordar este legado nos ayuda a comprender mejor quiénes fuimos y cómo eso influye en lo que somos hoy.