Visita de San Nicolás a Chilecito

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Yo creo que esta noche es una noche de silencio, y de un silencio fecundo para orar, para revisar, para reencontrarnos como hombres, descubrir en cada hombre la imagen de hijo de Dios, tender las manos los unos a los otros y caminar juntos.

Hace 45 días que estamos peregrinando por los caminos de La Rioja. Hemos acabado Los Llanos, hemos entrado en el corazón del oeste riojano, y estamos aquí en este hermoso rincón de nuestro oeste, “la perla del oeste” como le dicen a Chilecito. Aquí, esta noche, como gran pueblo y como gran comunidad. Y acabamos de llegar un grupo de personas, sacerdotes y un laico que nos acompaña custodiando la imagen de San Nicolás. Como unos peregrinos.

Quizás esta noche es cuando yo siento, mis amigos, como fuerza por dentro, aquello que dijo San Pablo a los Corintios. Miren, lo que traemos es estupidez para los sabios y es locura para los poderosos. Miren, lo que traemos es estupidez para los ilustrados y es locura para los que son constructores en esta sociedad de consumo, con una jerarquía de valores solamente de tener más. Un puñado de hombres con la imagen de un santo, que es del siglo IV, casi del siglo III. Y no es nuestro, es de allá lejos, del Asia Menor. Moreno de cara y quemado por haber confesado la fe y haber sido tirado al fuego para ser fiel a las bienaventuranzas que nos leyó y proclamó Illanes. Y del “amaos los unos a los otros”, desde que nos dijo el Señor Luna. Que después de todo son las palabras de Cristo.

Hermanos chileciteños, soy consciente de que en este momento argentino y en nuestro momento riojano, salir por los caminos de una provincia cargan- do un santo, una imagen, es para que nos digan locos, estúpidos, retrógrados, pasados de moda, a quien quieren engrupir!. Recojo las objeciones que también se me han dicho, y algunos son de Chilecito. Pero no las recojo para hacerlas polémica. Me parecen valiosas, riquísimas. ¡Este es el mundo en que vivimos y así caminamos, así también andamos!

Es un grito de la raza lo que estamos haciendo, también de un peregrinar evangélico y apostólico por toda La Rioja.

Es un grito de nuestra raza que se viene repitiendo todos los años el 31 de diciembre frente a la Casa de Gobierno y a la Catedral de La Rioja. Pero que tiene su origen en Las Padercitas, cuando La Rioja comenzó a ser Rioja, cuando un fraile franciscano unió en el Cristo vestido de Alcalde, hizo el encuentro del hombre de nuestra raza con el español conquistador. Cuando le dijo al español conquistador que tenía que doblar la rodilla delante de Dios y al mismo tiempo darle un abrazo a ese hombre moreno, a ese hombre de la raza, porque era hijo de Dios y hermano de él. Allá hemos arrancado, desde allá venimos caminando. Casi estoy por decirles como Pablo VI “somos expertos en humanidad” porque caminamos desde la cuna de Belén, con todas las debilidades y los pecados nuestros, para que los hombres seamos realmente felices, para que los cañones no tiren bombas ni tiren balas, como dice una canción por ahí. Sino pan y flores al mundo. Para que no haya hambre en el mundo, para que no haya injusticias, para que no haya esclavos, para que el hombre sea señor, para que el dinero no sea el dios, para que el sexo no sea dios, para que el poder no sea Dios, para que la mentira no sea la norma de vida, para que el odio no sea como la guía, para medrar y para lograr grandes posiciones, para que la sangre que se vierte se la vierta y se la recoja así, casi diría, con reverencia porque es sangre del hombre y es sangre que se vierte, como se acaba de decir, en nuestro país. Y también se vierte la sangre cuando se esclaviza al hombre y se lo usa para los propios intereses.

Hace mucho que caminamos. Para unos será pasado de moda el Cristo y Dios y el Evangelio. Para algunos será pasado de moda el que también existan hombres, como se ha dicho, y mujeres, que tienen toda la hidalguía y toda la machura, como hombres. Pero como hombres que se saben vencer a sí mismos y saben traducir en su vida las bienaventuranzas del Señor. Y el amor no es un juego, no es para divertirse a la noche, sino porque es la gran conquista y el gran regalo que Dios nos ha hecho a los hombres.

Hermanos chileciteños, venimos solamente con un arma en la mano, peligrosa. Un arma que enloquece a los siglos y a los hombres, y todavía no acabamos de usarla bien. Y el arma se llama la palabra de Dios, el evangelio de Cristo, la persona de Cristo. Y este Negro, Tata nuestro y Negrito San Nicolás, no es más que un testigo del Señor. Patrono nuestro, a quien mirándolo a él nos sentimos reinterpretados como pueblo y como identidad de pueblo riojano, que cree, espera y ama, y sigue confesando este credo al Padre que está en los cielos, como lo están haciendo ustedes esta noche en la plaza de Chilecito. Es oración lo que hacemos. No caminamos por los caminos de La Rioja para tapar los problemas de La Rioja, para evadirnos y para alienar a nadie. Y los hombres que no son de La Rioja, los venidos de afuera, los que salen de las grandes ciudades y de las grandes urbes (permítanme que se los diga) y de los claustros universitarios (que con cariño lo digo, permítanme que se los diga) no vengan muy doctores aquí. Tengan la humildad y la actitud humilde de aprender de un pueblo, como es el pueblo riojano, que tiene sabiduría en su vida y mucho silencio, para ponerle el oído y no cometer tonteras como cometemos.

Yo no les puedo contar, porque soy incapaz de contarles, lo que hemos vivido durante 45 días pulsando el alma de nuestro pueblo riojano. Y no eran estúpidos. Y no eran tontos. Y no evadían los problemas. Y no son alienados. Y hablan lo preciso y nada más. Hablan más con las lágrimas y con el rostro triste, con las manos juntas. Pero en el fondo es un reto que Chilecito también lo tiene que recibir a este reto. Es un reto a una sociedad de consumo, donde la sabiduría de nuestro pueblo dice: “los valores de la sociedad de consumo no hacen hombres felices, no hacen pueblos felices”. Los valores que llevamos nosotros en nuestra alma, en nuestra identidad de pueblo, desde nuestra tradición, y mirando el futuro. Son los valores que hacen al hombre eternamente joven y los hacen felices. Son los valores por los cuales este Negro es santo, y nosotros todavía, por la gracia de Dios, podemos decir “creo, espero y amo”. Y por el que sufre jugarnos la vida hasta dar la sangre si es preciso. ¡Qué lindo es esto!

Esta es La Rioja. Y no les podría contar cómo sé que Dios va a hacer aquí en Chilecito esto. Más allá de lo lindo, de lo organizativo. Más allá de la noche de luz que está. Más allá de esta fiesta, porque nos hace falta también la fiesta. Más allá de esto. Hermanos chileciteños, al entrar a Chilecito, como cuando entro a todos los pueblos, le pido esto “Señor, dale al pueblo que entre la paz, dale la bendición, dale la esperanza, dale el sentido de pueblo unido para que construya. Pero te pido la segunda cosa. Mientras entras, Señor, y pones como testigo a un hombre que es santo, Pastor de una Iglesia y que vivió el Evangelio, y que se llama Nicolás, yo te pido que no dejes tranquilo a ningún hijo de Chilecito. No los dejes tranquilos, Señor. No lo dejes dormir, Señor. (Al hablar de Chilecito ahora, hablo de todo el Departamento). No los dejes dormir, Señor. Al que dice que no cree y al que dice que cree. Al que dice que él ya ha superado esta superstición y al que realmente se emociona y llora. Al que es funcionario y al que es simple ciudadano. Al cura y al laico. A la monja y a la no monja. A la mujer ama de casa y a la esposa y a la madre. Al niño, al joven, y al que estudia, y al que anda con el hacha en el hombro. Al que trabaja en las parcelas y al que hace expedientes en una oficina. No los dejes tranquilos, Señor. Porque ésta no es obra de hombres. Esta es obra tuya, Señor. Y este pueblo te necesita. No pases de largo por Chilecito, como cuando los discípulos de Emaús. Quédate, Señor, con nosotros porque Chilecito te necesita. Necesita arreglar muchas cosas en el corazón de cada hombre y de cada mujer de este Distrito, de este Departamento, de esta ciudad. Hay cosas muy lindas, hay cosas valiosas, hay cosas profundas. Pero hay cosas que les hacen daño a los chileciteños, no los hacen felices, no los hacen unidos. Quítale el orgullo del corazón, la vanidad y la soberbia. Quítale todo aquello que no hace a los hogares felices. Quítale toda una machura mal entendida, que es machismo. Haz de los hombres, hombres verdaderos. Y haz de las mujeres, mujeres verdaderas. Y haz de los hogares, pequeñas “Iglesias Domésticas”. Haz del hombre que dice no creer, que no pierda el corazón recto; en cualquier recodo de la vida muéstrale tu rostro para que sepa que el es un administrador de la vida. No es ni el dueño de la vida, ni de los pesos, ni de la plata, ni de las uvas, ni de los negocios. Administra la vida, administra los bienes. Y un día cuatro amigos tomarán cuatro manijitas y lo llevarán a un metro de tierra y le pondrán una cruz. Y sobre esa, y esa cruz será el signo. Si fue fiel un signo de predilección; si fue infiel será un signo de condenación. Porque o amó o no amó. Y nosotros no podemos jugar con la vida.

Señor, yo te pido para Chilecito esta noche. Este es el signo de entrada a esta ciudad linda, ciudad difícil. Ciudad difícil porque es compleja, porque busca, porque es inquieta, porque mira el futuro con ilusiones. Pero que también puede pecar por creer que levantando un becerro de oro va a ser feliz. Y no es que no queramos que esta tierra produzca y siga multiplicando los frutos; y que esta ciudad no progrese. Bendito sea Dios. Siempre y cuando los frutos, y siempre y cuando la ciudad sea casa de hermanos y no de enemigos. Y los frutos pan para todos y no para un grupo.

Señor, no te vayas de Chilecito, por estos 5, 6 ó 7 días que te vas quedar. Te vas a meter por el campo. Vas a ir hasta Tilimuqui. Vas a ir a Anguinán y San Miguel, a los Sarmiento y a San Nicolás. Te vas a quedar aquí, en el corazón de la ciudad, que tiene virtudes y tiene pecados. Que sabe amar y también sabe odiar. Y a veces no tiene el corazón limpio. Y a veces tiene angustias por buscar quién se lo puede limpiar. Que a veces levanta las manos para condenar, y se da cuenta que él es un pecador y un débil. Y entonces anda buscando en quien agarrarse para encontrar un hermano y lo saque del apuro.

Señor, no te vayas de Chilecito. Yo te pido que los inquietes más de lo que están. Te pido que no los dejes dormir tranquilos, en el sentido hasta que remuevan todo aquello que les quite los obstáculos para tener la paz y una verdadera fraternidad. El paso de San Nicolás es un paso de bendición. Porque creemos en la presencia de Dios, y porque creemos en el paso jubilar de Dios y porque creemos que el regalo de Dios, que es la reconciliación consigo mismo para sacar todo aquello que hay adentro y que no anda. Una reconciliación con el otro, que es tan difícil. Pero más difícil. Y una reconciliación con la naturaleza para que los bienes que Dios nos ha dado los administremos bien, y no seamos egoístas y dueños, haciendo sufrir a los demás.

Es una entrada de esperanza y de paz. Hijos de esta tierra y hermanos venidos de otras Provincias vecinas. Quizás ustedes no entiendan, los que vienen de provincias vecinas, éste paso de San Nicolás. Y a este Tata San Nicolás, donde un conjunto le ha venido cantando desde Chamical, pasando por todos los arenales de los llanos, y le siguen cantando hasta llegar a Chilecito. Quizás ustedes no lo entiendan mucho. Pónganle el oído y van a descubrir que detrás de esto hay toda una visión de la vida, y hay todo un pueblo que espera desde hace cuatro siglos. Que lucha y sigue luchando porque quiere construir su Tinkunaco, y brindárselo al país, porque es lo que necesita nuestra patria. Nuestra patria necesita un Tinkunaco, es decir necesita un encuentro. Un encuentro grande, profundo, como el que nos marca la Biblia, como el que venimos trabajando desde la historia y desde la Tradición.