Palabras, números y orientaciones del Documento Sinodal

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Sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han sacado fuerza y esperanza del camino sinodal. Corresponde a las Iglesias locales encontrar modalidades adecuadas para poner en práctica estos cambios. (95)

Es muy lindo el Documento del Sínodo, sencillo y profundo a la vez. Hay muchos modos de acercarse a él con la lectura, la oración, el estudio. Aquí lo haremos a través de las principales ideas que algunos sinodales nos han compartido.

Quisimos ofrecer una especie de síntesis que acerque al documento y promueva su lectura.

Las Palabras

El documento en castellano tiene 34099 palabras. Hay algunas que se repiten en buena medida y nos dan orientaciones para ver a donde nos lleva. Las más usada es Iglesia y aparecen palabras como discernimiento, transparencia, camino, escucha, comunidad (términos propios de este proceso) que se repiten varias veces, de igual modo las tres palabras insignia del Camino Sinodal: Comunión, Participación y Misión y la misma palabra sínodo. Muchas combinaciones pueden hacerse, por ej. claramente el documento anima a los laicos en su vocación cuya palabra se repite muchas veces, parecido análisis puede hacerse con mujer,  jóvenes, pobres y demás expresiones.

Compartimos algunas de esas palabras por orden alfabético, en negrita está la cantidad de veces que se encuentran a lo largo del documento: Amor 20, Bautismo, bautizado 54, Camino, caminar 87, Comunidad, comunidades 129, Comunión 44, Conversión 27, Cristo 66, Cultura 64, Digital 11, Discernimiento 76, Don, dones 56, Ecumenismo, ecuménico 19, Escucha  76, Esperanza  14,  Fe 35, Iglesia, Iglesias 407 (es la palabra más usada), Inclusión 3, Jesús 39Jóvenes, joven 23, Laico 28, Misericordia, misericordiosa/o  14, Misión 120, Mujer 52, Obispos, obispo 112, Parroquia 20, Participación 77, Pobres 28,  Presbíteros 29, Protección y cuidado de menores 5, Pueblo de Dios 69, Sacerdote 4, Sinodal 96, Sinodalidad 76, Transparencia, transparente 13, Vida 111.

Las Viejas Novedades

El documento refleja el nuevo andar que trajo el camino sinodal principalmente en lo que citamos a continuación. Este andar ya había sido propuesto por el Vaticano II, el sínodo vino a completarlo y apropiarlo.

  1. Iglesia Circular que se expresó gráficamente en las mesas de trabajo del aula sinodal en donde la escucha del Espíritu Santo, del pueblo de Dios y de los sinodales entre sí fueron protagonistas.
  2. La Identidad de la Iglesia es ser sinodal, en salida y misericordiosa.
  3. Descentralización de la Iglesia de Roma y mayor protagonismo de las Iglesias Locales (diócesis y parroquias)
  4. Iglesia pueblo de Dios en donde todos somos iguales en dignidad por el Bautismo
  5. Comunicación digital como un modo privilegiado de misionar
  6. Énfasis en la Protección de menores y vulnerables
  7. Transparencia, evaluación de procesos pastorales y rendición de cuentas. De igual modo desde las bases a la autoridad como la autoridad a su pueblo.
  8. Los pobres como centro de nuestra Iglesia y objeto privilegiado de la misión pastoral
  9. Iglesia situada en contextos, culturas y diversidades
  10. Llamado a los laicos a ser protagonistas desde su vocación.
  11. Ecumenismo, unidad de los cristianos.
  12. El camino sinodal parte de la conversión del corazón ante el encuentro con Jesús Resucitado.
  13. El documento sinodal siempre fue la base para que el Papa haga un nuevo documento. En esta ocasión, Francisco, promulgó como Documento de la Iglesia el mismo documento resultante de la Asamblea.

Partes e Ideas fuerza: El Documento está formado por 155 números distribuidos en la Introducción, 5 partes y la Conclusión. Desarrollaremos cada una de las partes con los párrafos sobresalientes sin que por eso se agote su contenido.

Los números entre paréntesis corresponden a los números del documento en el cual se encuentran las citas.

Introducción

Para una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión hay una llamada a la alegría y a la renovación de la Iglesia en el seguimiento del Señor, en el compromiso al servicio de su misión, en la búsqueda de los modos para serle fiel (3). Esta llamada se funda en la identidad bautismal común, se enraíza en la diversidad de contextos en los que la Iglesia está presente y encuentra su unidad en el único Padre, el único Señor y el único Espíritu (4).

Todo bautizado es convocado para ser protagonista de la misión, porque todos somos discípulos misioneros (4).

La sinodalidad exige arrepentimiento y conversión. En la celebración del sacramento de la misericordia de Dios nos sentimos amados incondicionalmente: la dureza de los corazones ha sido superada y nos abre a la comunión. Por eso queremos ser una Iglesia misericordiosa, capaz de compartir con todos el perdón y la reconciliación que vienen de Dios (6).

Parte I – El corazón de la sinodalidad “Llamados por el Espíritu Santo a la conversión”

La Iglesia existe para testimoniar al mundo el acontecimiento decisivo de la historia: la resurrección de Jesús (14).  Ese Pueblo, no es nunca la mera suma de los bautizados, sino, el sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión (17).

La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica. Los pobres tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente (cf. EG 198) que los convierte en heraldos de una salvación recibida como don y en testigos de la alegría del Evangelio. La Iglesia está llamada a ser pobre con los pobres (19).

El bautismo es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios. No hay nada más alto que esta dignidad, concedida por igual a toda persona (21).

El camino de la sinodalidad, que la Iglesia católica está siguiendo, es y debe ser ecuménico, así como el camino ecuménico es sinodal (23)

La sinodalidad se refiere al “estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia expresando su naturaleza como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia. Se realiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión” (31)

La valoración de los contextos, culturas y diversidades, y de las relaciones entre ellos, es clave para crecer como Iglesia sinodal misionera (40). La sinodalidad es ante todo una disposición espiritual que impregna la vida cotidiana de los bautizados y todos los aspectos de la misión de la Iglesia. Una espiritualidad sinodal brota de la acción del Espíritu Santo y requiere escucha de la Palabra de Dios, la contemplación, el silencio y la conversión del corazón.(43) Sino se convierte en un expediente organizativo (44).

La conversación en el Espíritu es una herramienta que, aun con sus limitaciones, resulta fructífera para permitir la escucha y el discernimiento de “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7). Su práctica ha provocado alegría, asombro y gratitud y se ha experimentado como un camino de renovación que transforma a las personas, a los grupos y a la Iglesia (45). La disponibilidad de escuchar a todos, especialmente a los pobres, contrasta con un mundo en el que la concentración de poder deja fuera a los pobres, a los marginados, a las minorías y a la tierra, nuestra casa común.(48)

Parte II – En la barca, juntos “La conversión de las relaciones”

Debemos aprender de nuevo del Evangelio que el cuidado de las relaciones no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino que es la forma en que Dios Padre se ha revelado en Jesús y en el Espíritu (50). Jesús no despide a nadie sino que se detiene a escuchar y a entablar un diálogo. (51)

Tantos males que asolan nuestro mundo se manifiestan también en la Iglesia. La crisis de los abusos, en sus diversas y trágicas manifestaciones, ha traído un sufrimiento indecible y a menudo duradero a las víctimas y supervivientes, y a sus comunidades. La Iglesia debe escuchar con particular atención y sensibilidad la voz de las víctimas y de los sobrevivientes de los abusos sexuales, espirituales, institucionales, de poder o de conciencia de parte de miembros del clero o de personas con cargos eclesiales. La auténtica escucha es un elemento fundamental en el camino hacia la sanación, el arrepentimiento, la justicia y la reconciliación. En una época que experimenta una crisis global de confianza y que incita a las personas a vivir en la desconfianza y la sospecha, la Iglesia debe reconocer sus propios defectos, pedir perdón humildemente, hacerse cargo de las víctimas, dotarse de herramientas de prevención y esforzarse por reconstruir la confianza mutua en el Señor. (55)

Todos los bautizados están enriquecidos con dones para compartir, cada uno según su vocación y condición de vida. Las diferentes vocaciones eclesiales son, de hecho, expresiones múltiples y articuladas de la única llamada bautismal a la santidad y a la misión. Estos dones no son propiedad exclusiva de quienes los reciben y ejercen, ni pueden ser motivo de reivindicación para sí mismos o para un grupo. (57)

Los cristianos que, en distintas capacidades —en la familia y en otros estados de vida, en el lugar de trabajo y en las profesiones, en el compromiso cívico o político, social o ecológico, en el desarrollo de una cultura inspirada en el Evangelio como en la evangelización de la cultura del ambiente digital—, recorren los caminos del mundo y en sus ambientes de vida anuncian el Evangelio, están sostenidos por los dones del Espíritu (58).

Las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia, en detrimento del servicio a la misión común (60).

La Iglesia no puede ser sinodal sin la aportación de los niños (61). Los jóvenes tienen también una contribución que aportar a la renovación sinodal de la Iglesia. Son particularmente sensibles a los valores de fraternidad y de compartir, al tiempo que rechazan las actitudes paternalistas o autoritarias (62). Reconocemos las capacidades apostólicas de las personas con discapacidades que se sienten llamadas y enviadas como sujetos activos de evangelización (63). La Iglesia también se enriquece con los esposos que contribuyen a la vida, la edificación de la Iglesia y de la sociedad (64). La vida consagrada en todas sus formas está llamada a interpelar a la Iglesia y a la sociedad con su voz profética (65). El obispo para su misión recibe la gracia y la tarea de reconocer, discernir y componer en la unidad los dones que el Espíritu derrama sobre las personas y las comunidades, actuando al interior del vínculo sacramental con los presbíteros y los diáconos, corresponsables con él del servicio ministerial en la Iglesia local (69). Los presbíteros están llamados a vivir su servicio en una actitud de cercanía a las personas, de acogida y escucha de todos (72). Los diáconos, servidores de los misterios de Dios y de la Iglesia son ordenados “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio” (73).

Una distribución más articulada de tareas y responsabilidades, un discernimiento más valiente de lo que pertenece propiamente al ministerio ordenado y de lo que puede y debe delegarse en otros, favorecerá su ejercicio de una manera espiritualmente más sana y pastoralmente más dinámica en cada uno de sus órdenes. También ayudará a superar el clericalismo entendido como el uso del poder en beneficio propio y la distorsión de la autoridad de la Iglesia que está al servicio del Pueblo de Dios. Este se expresa especialmente en abusos sexuales, económicos, de conciencia y de poder por parte de los ministros de la Iglesia (74).

A los fieles laicos, hombres y mujeres, se les deben ofrecer más oportunidades de participación, explorando también otras formas de servicio y ministerio en respuesta a las necesidades pastorales de nuestro tiempo, en un espíritu de colaboración y corresponsabilidad diferenciada (77).

La escucha es un componente esencial de todos los aspectos de la vida de la Iglesia: la administración de los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación, la catequesis, la formación y el acompañamiento pastoral (78).

Parte III – “Echar la red” La conversión de los procesos

En la oración y el diálogo fraterno, reconocimos que el discernimiento eclesial, el cuidado de los procesos decisionales y el compromiso de rendir cuentas del propio trabajo y evaluar el resultado de las decisiones tomadas son prácticas con las que respondemos a la Palabra que nos muestra los caminos de la misión (79). . Los procesos de toma de decisiones requieren un discernimiento eclesial, que exige escuchar en un clima de confianza, favorecido por la transparencia y la responsabilidad. (80)

El discernimiento eclesial no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe. Requiere libertad interior, humildad, oración, confianza mutua, apertura a la novedad y abandono a la voluntad de Dios (82).  Fomentar la participación más amplia posible de todo el Pueblo de Dios en los procesos decisionales es la manera más eficaz de promover una Iglesia sinodal (87).

La autoridad pastoral tiene el deber de escuchar a quienes participan en la consulta y, por consiguiente, no puede actuar como si no los hubiera escuchado (91).

El proceso decisional no concluye con la toma de decisiones. Debe ir acompañada y seguida de prácticas de rendición de cuentas y evaluación, en un espíritu de transparencia inspirado en criterios evangélicos (95).

La actitud de transparencia constituye un guardián de esa confianza y credibilidad de las que una Iglesia sinodal, atenta a las relaciones, no puede prescindir. Allí donde la Iglesia goza de confianza, las prácticas de transparencia, rendición de cuentas y evaluación contribuyen a consolidarla, y son un elemento aún más crítico allí donde la credibilidad de la Iglesia debe ser reconstruida. Esto es especialmente importante en el cuidado y la protección de menores y de personas vulnerables (97).

Estas prácticas contribuyen a asegurar la fidelidad de la Iglesia a su misión. Su ausencia es una de las consecuencias del clericalismo y, al mismo tiempo, lo alimenta. Se basa en la suposición implícita de que los que tienen autoridad en la Iglesia no deben rendir cuentas de sus acciones y decisiones, como si estuvieran aislados o por encima del resto del Pueblo de Dios. La transparencia y la responsabilidad no sólo deben exigirse cuando se trata de abusos sexuales, financieros y de otro tipo. También concierne al estilo de vida de los pastores, los planes pastorales, los métodos de evangelización y el modo en que la Iglesia respeta la dignidad de la persona humana (98).

Para la composición de los organismos pastorales debe considerarse una mayor implicación de las mujeres, de los jóvenes y de quienes viven en condiciones de pobreza o marginación (106).

Parte IV – Una pesca abundante La conversión de los vínculos

La acción pastoral no puede limitarse a cuidar las relaciones entre personas que se sienten en sintonía entre ellas, sino que debe favorecer el encuentro con cada hombre y cada mujer (110).

El concepto de lugar ya no puede ser entendido en términos puramente geográficos y espaciales, sino que en nuestra época evoca la pertenencia a una red de relaciones y a una cultura cuyas raíces territoriales son más dinámicas y flexibles que nunca. La Iglesia está llamada a vivir en estos contextos, reconstruyendo la vida comunitaria, dando rostro a realidades anónimas y tejiendo relaciones fraternas (111).

La cultura digital requiere la decisión de dedicar recursos para que el ambiente digital sea un lugar profético para la misión y el anuncio. Las iglesias locales deben animar, apoyar y acompañar a quienes se dedican a la misión en el ambiente digital (114).

La cultura del encuentro exige que los bienes de cada Iglesia sean compartidos con espíritu de solidaridad, sin paternalismos ni asistencialismos (121).

Parte V – “También yo los envío” Formar un pueblo de discípulos misioneros

Para que el Pueblo de Dios pueda testimoniar a todos la alegría del Evangelio, creciendo en la práctica de la sinodalidad, necesita una formación adecuada: ante todo en la libertad de hijos e hijas de Dios en el seguimiento de Jesucristo, contemplado en la oración y reconocido en los pobres.

Ser discípulos misioneros del Señor no es una meta que se alcanza de una vez para siempre. Implica conversión continua, crecimiento en el amor “hasta alcanzar la medida de la plenitud de Cristo” (142).

La presencia de formadores idóneos y competentes garantiza que la formación sea verdaderamente generadora y transformadora. Debemos invertir en la formación de formadores (145)

La formación sinodal compartida para todos los bautizados constituye el horizonte dentro del cual comprender y practicar la formación específica necesaria para los ministerios individuales y para los diversos estados de vida (147). La formación de los candidatos al ministerio ordenado debe configurar un estilo sinodal (148).

La cultura digital constituye una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia en la cultura contemporánea, así como un campo misionero emergente (149).

Conclusión Un banquete para todos los pueblos.

Aunque sólo en el cielo tendrá su plenitud, la mesa de la gracia y de la misericordia ya está puesta para todos y la Iglesia tiene la misión de llevar este espléndido anuncio a un mundo cambiante (153).

Viviendo el proceso sinodal hemos tomado nueva conciencia de que la salvación que hay que recibir y proclamar pasa a través de las relaciones. Se vive y se testimonia juntos (154).

Que María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a ser un Pueblo de discípulos misioneros que caminan juntos: una Iglesia sinodal (155).