Julio César Salvidio – Un joven de Angelelli

0
147

Julio César ya es un adulto que guarda en su corazón las épocas de los Grupos Juveniles del Beato Obispo Enrique.

En esta nota refrescamos sus recuerdos

En el contexto del año de la beatificación de los mártires riojanos, ocurrido el 27 de abril de 2019, me pareció, y hablo en primera persona, porque se produjo un ENCUENTRO, algo que también caracterizaba a Monseñor Enrique, producir encuentros, con personas muy queridas, pero más que eso, personas que significaron muchísimo en mi vida, y en la de muchos jóvenes de esa época, la época a la que me refiero es la década de los setenta.

Una etapa de la vida argentina muy convulsionada, por ello tengo que hacer mención del Padre Antonio Gil. Un sacerdote irlandés, de una congregación misionera. También fue muy trascendente encontrar a la hermana Clara Romero, de la Congregación del Divino Maestro. Y, en lo que a mi refiere, encontré a mis viejos compañeros y compañeras de Grupo Juvenil, que no voy a nombrar, porque irán apareciendo a lo largo de los relatos que estarán dentro de esta historia. De todos modos, tengo que decir que no comenzamos siendo muy numerosos, pero con el paso del tiempo se fueron sumando adolescentes, porque en esa época eso éramos, y estoy hablando del año 1970.

En esta introducción, que luego me conduce a compartir la vida intensa, llena de frutos pastorales que se fueron generando a lo largo de la trayectoria de la Parroquia del Espíritu Santo, tiene mucho que ver lo que testimoniaron el Padre Antonio Gil, junto a la Hermana Clara, de la congregación del Divino Maestro, en una entrevista que le hicieron para el Programa Claves para un mundo mejor.

Entrevistadora de Claves para un mundo mejor: ¿Cómo llega la congregación a la Rioja? Y hoy decir la Rioja es decir Angelelli.

Respuesta de la hermana Clara: “El carisma propio de las hermanas del divino maestro es el conocimiento y amor de Jesús, el Jesús Maestro y darlo conocer sobre todo a la mujer. “En ese tiempo vivíamos momentos de mucha efervescencia en la Iglesia, por el Vaticano II, por Medellín, nosotros queríamos ir a algún lugar donde ser una presencia y un aporte. Nos enteramos que Monseñor estaba en una comisión episcopal que se ocupaba de ver las necesidades pastorales del país, le pedimos una entrevista, él nos ubicó en la realidad, nos habló de la Rioja y, finalmente nos invitó a ir al Rioja”

Testimonio del Padre Antonio Gil: “Soy de congregación misionera, y el Papa Juan XXIII, pidió a cada congregación de mandar sacerdotes a Latinoamérica, y nosotros vinimos a Argentina y fui a La Rioja porque conocía a Monseñor Angelelli en Córdoba, y cuando fui a la Rioja quería participar de su tarea pastoral.

Un rasgo especifico de Monseñor Angelelli, dicho por la hermana Clara: “Quisiera que realmente se descubra a ese pastor comprometido con su gente y preocupado por los más débiles, y muy valiente también por denunciar las injusticias y por eso fue perseguido”.

El Padre Antonio Gil, estuvo misionando durante seis años, él conocía muy bien el carisma y la impronta de la vida pastoral del Obispo. Durante aquel tiempo el gobierno comenzó a detener a los sacerdotes, al Padre Eduardo Ruiz, al Padre Praolini, al Padre Inestal su vicario general, Angelelli fue a la policía Federal y se ofreció como preso para conseguir que le dieran la libertad al Padre Antonio Gil, él estuvo dispuesto a quedar en la cárcel, escribió una carta muy linda a la madre del sacerdote irlandés, solidarizándose, hubo un gran amor a las hermanas, a los padres, y a los laicos, a su pueblo”.

El testimonio de la hermana Clara expresa: “Pasaron muchos años para que fuera reconocido que fue asesinato, no solamente de él sino de los dos sacerdotes de Chamical, sino del laico, Wenceslao Pedernera, y me alegro que la iglesia haga este reconocimiento, hacía mucha falta que la iglesia lo reconociera”.

El Padre Antonio Gil expresa: “El ejemplo y la vida de Monseñor Angelelli tiene un mensaje muy importante para nosotros, y para toda la iglesia, me recuerdo que el obispo de Recife, en Brasil, Monseñor Helder Cámara, dijo: “Cuando doy pan a los pobres, dicen que soy santo, cuando pregunto, porque son pobres, dicen que soy comunista”, pasó lo mismo con Monseñor Angelelli.”

Indudablemente estos testimonios reflejan con claridad, un contexto social muy específico y particular que se daba en la década de los ’70. Y, en esas circunstancias nació nuestra parroquia como una capillita, y luego transformándose en Parroquia, Vicaria del Espíritu Santo.

El contexto histórico latinoamericano es fundamental para entender la época que desde la década de los ’60, y, continuando por la década de los ’70, siguiendo por el periodo más oscuro, con la dictadura militar, la desaparición de personas, la guerra por las Malvinas, como consecuencia, la muerte de miles de jóvenes, en este el momento bisagra que lleva a su fin, con la salida a la calle del pueblo argentino para pedir la vuela a la democracia, que se concreta entre los años, 1982/1983.dejando como saldo el peor de los genocidios perpetrados en la Argentina.

Pensar en el Grupo Juvenil de la Capilla del Espíritu Santo me remonta a mi adolescencia (años 75, 76, 77.). Cambios socio-históricos trágicos y vivencia personal profundamente movilizada, no solo por la crisis vital sino por los hechos que como comunidad riojana compartimos y que dejarían en muchos una huella permanente de mirada y opción.

Cuántas imágenes de esa etapa, sentires nuevos, conciencia intima de lo que nos gusta y no, preguntas, transgresiones, riesgos y también miedos.

Ese era el contexto desde mi niñez, crecí en ese clima de esperanzas democráticas que se oscurecieron brutalmente con el golpe del 76 dónde nuestra vida cambió radicalmente. Sabíamos de persecuciones, detenciones, torturas y muertes. Amigos y conocidos de la familia estaban detenidos y ocurrieron los asesinatos de Carlos, Gabriel, Wenceslao y el de Monseñor Enrique. Cuanto pesar tenían nuestras familias. Esas vivencias tan trágicas, la impotencia y el amor fiel de los que nos fueron quitados nos marcó para siempre. Serian nuestra Memoria y búsqueda de Justicia.

Me vinculé con la comunidad cuando fui a vivir al Barrio Ferroviario. Susana Jatuff me invitó a integrar el grupo protemplo como grupo de preadolescente y allí me encontré con Hilda Godoy, Carlos Baigorrí, hoy sacerdote y vicario diocesano, Cecilia Ramos, Domingo Diaz que ya no está con nosotros, Eduardo, no recuerdo el apellido, Norma tampoco recuerdo el apellido, Josefa Carrizo y quizás algunos más que no recuerdo ahora.

Fue una etapa intensa, con actividades variadas y que compartía cuando podía. En especial recuerdo las idas al Hospital a visitar a los pacientes de psiquiatría. Me asombraba y admiraba como el grupo se comunicaba con esas personas, a veces en situaciones de penosa ajenidad. No había temor y si mucha dedicación.

Las relaciones entre nosotros eran muy fraternas y nos divertíamos mucho especialmente con las ocurrencias de Domingo, conocido como Mingo Diaz cuyas intervenciones nos hacían reír o la ironía de Carlos.

También participábamos en otros espacios de reflexión como jornadas o retiros con grupos juveniles de otras capillas como la de Fátima y Catedral.

Hacíamos salidas a La Quebrada, recuerdo la vez que nos acompañó la Hermana Julia, del Divino Maestro, a quien agotamos en una caminata.

Había una inquietud reflexiva y creo que tratábamos de entender lo que vivíamos de nuestras búsquedas personales

La Hermana Aida López, nos acompañaba en algunos diálogos y sobretodo en una formación humanitaria y cristiana.

Para la Fiesta del Espíritu Santo éramos muy activos con los juegos para los niños y niñas.

El nombre Espíritu Santo surgió, es lo que yo recuerdo, de una asamblea comunitaria de todos los miembros activos que estaban dentro de la parroquia. Se buscó nombre en santos y santas, en diferentes advocaciones de la virgen María, ninguno de los nombres pareció el adecuado por ya ser existente en toda la provincia, pero alguien sugirió, y según yo recuerdo esa persona fue don Ángel Jatuff quien dijo que debido a que el Espíritu Santo fue el artífice de que fuera posible la construcción y concreción de un templo, la mayoría votó a favor de ese nombre, y desde entonces se llamó Vicaria del Espíritu Santo, y se hizo un estandarte rojo con una paloma bordada y rayos dorados que se sacaba en cada procesión y durante mucho tiempo se tuvo en el templo cuando se oficiaba la Eucaristía.

Años anteriores frecuentaba la Capilla porque recuerdo haber concurrido a la Novena del Espíritu Santo. Disfrutaba de esas Eucaristías comunitarias con mucho canto y participación. También mi familia concurría, siempre fue gravitante  lo religioso, en especial en la parte materna de mi familia y en esa época estaba acentuada y animada por la fuerte experiencia que vivíamos como Diocesis con la dinámica de la Pastoral del querido Obispo Enrique. Experimentábamos la alegría de esa iglesia, pero también observábamos con asombro la oposición, las mentiras y difamación que se habían hecho alrededor de la figura del obispo.

Llegó el año 1979 y todos nos fuimos a distintas instituciones religiosas, los varones primero fuimos a la congregación de franciscanos menores conventuales, Eduardo se fue a los mercedarios y las chicas, algunas se fueron a las hermanas azules, otras a las hermanas de la Asunción y también a las carmelitas misioneras teresianas. Desde ese momento nos desvinculamos de lo que en algún momento llamamos grupo juvenil.

Recuerdos de la frescura de la Iglesia de Angelelli y de buenos sacerdotes y religiosas.