La CEPAS, Comisión Episcopal de Pastoral Social tuvo su encuentro anual en Buenos Aires. en el cierre su presidente, Monseñor Jorge Lugones, dio el siguiente mensaje.
“La dignidad humana y el Desarrollo Integral”
En estos tiempos en que abundan todo tipo de palabras y análisis, queremos detenernos
un momento en volver a tener presente el concepto de dignidad humana. Se trata de
pensar en una dignidad infinita1, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser,
que le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en
cualquier estado o situación en que se encuentre. Es el principio que fundamenta la
primacía de la persona humana y la protección de sus derechos
Esta dignidad ontológica y el valor único de cada mujer y cada hombre que existen en
este mundo fueron recogidos con autoridad en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (10 de diciembre de 1948) por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Al
conmemorar el pasado año el 75 aniversario de este Documento y coincidente con los
40 años de la recuperación de la vida democrática de nuestro país, aparece como tiempo
para reivindicar su plena vigencia.
Tal como dijimos en Puebla, «la dignidad humana es un valor evangélico que no puede
ser despreciado sin grande ofensa al Creador. Esta dignidad es conculcada, a nivel
individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el
derecho a profesar la religión, la integridad física y psíquica, el derecho a los bienes
esenciales, a la vida. Es conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede
ejercer su derecho de participación o es sujeto a injustas e ilegítimas coacciones…”2
Podemos analizar los distintos aspectos, dignidad ontológica, dignidad moral, dignidad
social y finalmente dignidad existencial. Así, la dignidad ontológica es la que
corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida,
creada y amada por Dios. La dignidad moral se refiere al ejercicio de la libertad por parte
de la criatura humana. La dignidad social se refiere a las condiciones en las que vive
una persona. La última acepción es la de la dignidad existencial, aquella que se ve
afectada por situaciones que ya sea producidas por los contextos (familiares,
enfermedades, etc) no permite gozar de los bienes universales.
Vamos hoy a detenernos a analizar particularmente con la dignidad social algunos de los
derechos sociales que son indispensables para ver la realización de la dignidad en todos
los habitantes de nuestra tierra. Para ello vamos a abordar las múltiples facetas de lo
que llamamos economía, donde aparecen el universo del trabajo y la producción, el
acceso a la tierra y sus bienes
Entendemos como central el desarrollo de una economía con rostro humano.
Recordamos que «la economía y las finanzas no existen sólo para sí mismas; son sólo un
instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización
plena en la dignidad. Este es el único capital que conviene salvar»3.
Nuestro Papa Francisco desde Evangelii Gaudium a Frattelli Tutti ha denunciado
enérgicamente el estado patológico de gran parte de la economía mundial hablando de
una “economía que mata”, tanto a las personas como al ambiente, matando así el
futuro.
Debemos sentirnos interpelados a construir una vida digna que supone el cuidado de
ese patrimonio común en el que habitamos. Necesitamos concientizarnos para vivir la
“ecología integral” como nuevo paradigma de justicia, una ecología que «incorpore el
lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo
rodea» pues «el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y
responsabilidad de todos».(95).
Una sociedad justa es aquella que respeta y promueve la dignidad de todas las personas,
y que la iglesia tiene la responsabilidad de ser una voz profética que denuncie las
situaciones que la vulneran, como la pobreza, la exclusión, la explotación.
Pero debemos tener centralmente presente que para la construcción de ese bien
colectivo es necesaria la equidad distributiva como herramienta central para la
construcción de la paz social. Del mismo modo, debemos tener presente que el logro
del equilibrio social y ecológico debe realizarse a partir de los equilibrios
macroeconómicos. Sabiendo todos que esa construcción de la paz social que solo surge
del equilibrio es el resultado del trabajo digno, en una economía con desarrollo e
inclusión.
Así, esta economía con rostro humano requiere del trabajo digno como el gran
ordenador de la vida humana y la felicidad, entendiendo que la posibilidad de acceder
al mismo no es un problema individual; es la consecuencia de un modelo que debe
anteponer la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el
acaparamiento, el bien común a la rentabilidad sectorial.
Para ello siempre recordamos que el empresario es una figura fundamental de toda
buena economía. El verdadero empresario es el que conoce a sus trabajadores porque
trabaja junto a ellos y con ellos, del mismo modo que sabemos que tanto empresarios
como industriales de todas las escalas de nuestro país, requieren de una presencia activa
del Estado en apoyo a las empresas, en particular a las pymes, como único medio para
generar empleo de buena calidad.
El trabajo es un derecho fundamental que garantiza la dignidad del ser humano, no solo
por el salario, sino por la realización personal que conlleva.
A lo largo de estos años ha crecido a escala global tanto la riqueza como la desigualdad,
particularmente este fenómeno se agudizó después de la pandemia del Covid-19. Por
3Benedicto XVI 2010
ello, más que nunca estamos interpelados a luchar para que todo ser humano tenga
acceso a esta dignidad inviolable, particularmente la social, entendiendo que “ nadie
puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en
consecuencia».[13]
Por eso, no nos cansaremos de repetir que uno de los fenómenos que más contribuye a
negar la dignidad de tantos seres humanos es la pobreza extrema, ligada a la desigual
distribución de la riqueza, porque «una de las mayores injusticias del mundo
contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que
poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala
distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos.»4
Como dijo el Papa Francisco en el décimo aniversario del Primer encuentro de los
Movimientos Populares “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los
pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación
financiera, y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los
problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema. La inequidad es raíz de los
males sociales”5
Sabemos que los empresarios crean puestos de trabajo y contribuyen a la prosperidad
económica. Sin embargo, los frutos de la prosperidad económica no se reparten bien. Es
imprescindible que el crecimiento económico esté al servicio del desarrollo humano.
Esta es una realidad evidente que, si no se modifica, va a engendrar peligros cada vez
mayores. Si no hay políticas, buenas políticas, políticas racionales y equitativas que
afiancen la Justicia Social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un salario justo y
los derechos sociales adecuados, la lógica del descarte material y el descarte humano se
va a extender dejando a su paso violencia y desolación.
Es necesario fortalecer las políticas de integración socio urbana que cuiden y preserven
a los más pobres para que no siga creciendo exponencialmente entre nuestros sectores
más humildes el narcotráfico, la prostitución infantil, la trata de personas, la violencia
brutal en los barrios y todas las formas de criminalidad organizada. Estos ataques a la
dignidad humana aumentan cuando se dejan marginados los barrios de los pobres sin
agua, cloacas, luz, calefacción, veredas, parques, centros comunitarios, clubes, capillas.
Crecen cuando en los territorios rurales no hay una adecuada distribución de la tierra,
un ordenamiento territorial equilibrado, un apoyo constante a la agricultura familiar y
el respeto a la familia rural que termina sometida a poderes criminales. Es
imprescindible atacar esas causas estructurales, de la mano del desarrollo de esa
ansiada economía con rostro humano.
Para ello es imprescindible también que los espacios tan sabia y generosamente
construidos por los movimientos populares no se contaminen con falta de transparencia
en el adecuado manejo de los bienes a su cargo. Del mismo modo que se reconozca la
participación de las cooperativas de trabajo que tanto construyen a lo largo y ancho de
todo nuestro país, estén o no integradas en los movimientos populares oficializados.
El grito de los excluidos también debe despertar las conciencias adormecidas de tantos
dirigentes políticos que son, en definitiva, los que deben hacer cumplir estos derechos
económicos y sociales que ya están consagrados pero no se cumplen. Derechos
reconocidos por casi todos los países, por las Naciones Unidas, por la enseñanza social
de todas las religiones, pero que muchas veces no se manifiestan en la realidad
socioeconómica de los pueblos. Recemos junto al Papa Francisco para que Dios nos dé
la sabiduría y la fortaleza para realizar la verdadera justicia social.
Recordemos siempre que la justicia social tanto como la ecología integral solo pueden
entenderse a partir del amor. Ese derecho natural a la dignidad, que hoy nos hemos
detenido a analizar y que merecen todas las personas, es el mandato que tenemos todas
las sociedades de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, la obligación
universal de preservar la naturaleza para quienes vienen después de nosotros, nada de
eso surge de una ideología ni de una tabla de multiplicar, sino del amor. No nos
olvidemos de que “sin amor no somos nada”.
Todos tenemos la misión de hacer efectivo ese amor en nuestra vida cotidiana, en
nuestras relaciones familiares y en la acción específica de cada espacio comunitario. En
las microrelaciones y en las macrorelaciones, porque esos valores universales crecen
desde las raíces de nuestro pueblo, desde su propia belleza que aporta un nuevo plano
al poliedro maravilloso de la familia humana y la casa común. Y esta perspectiva debe
interpelar a la política como una manifestación de ese amor por el otro que debe
expresarse como un acto de servicio y no como una fuente de poder y enriquecimiento
personal.
La Iglesia argentina quiere estar al lado de todos sus dirigentes, reconociendo que este
poliedro tiene distintas caras pero un solo cuerpo. Cada uno es valioso por su propia
dignidad, cada persona es un “poeta social” cada vez que apuesta por reconocer al otro,
especialmente al más caído del camino con caridad fraterna. Deseamos
comprometernos como creyentes desde nuestra tarea evangelizadora a crear y a
desarrollar en estos tiempos una verdadera pasión por nuestro pueblo, una pasión por
la justicia y la equidad y una pasión por el encuentro y la paz de todos los argentinos.
Hace 160 años cuando Argentina estaba envuelta en luchas fratricidas, llegaba aquí
temporalmente a la iglesia de s. Miguel la imagen histórica de la Virgen de la paz, hoy
en la catedral de Lomas de Zamora … Pidamos a la Virgen Reina de la Paz, madre y señora
de todo lo creado que siga recreando en su pueblo la pasión por sembrar y regar
serenamente, con paciencia y trabajo, lo que otros verán florecer para gloria de Dios y
bien de la humanidad.
+Jorge R Lugones sj