“ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, ESCÚCHENLE”
Jesucristo, es el Hijo de Dios, nuestro Padre, a quien debemos escuchar. El Evangelio en el que tenemos que creer es la Buena Noticia de Jesús. Con la fuerza de ese Evangelio y con la gracia de Cristo, debemos buscar todos una mayor conversión de vida. “Qué brille la luz de ustedes ante los hombres, a fin de que ellos vean las obras buenas y glorifiquen al Padre de los cielos…” Todas las lecturas sacadas de la Biblia, que es la Palabra de Dios, durante esta cuaresma, nos invitan a cambiar el modo de vivir para ser buenos cristianos. “Crea en mí un corazón nuevo” se nos dice en uno de los salmos. Es decir: un corazón bueno, limpio, lleno de sentimientos nobles y sinceros; un corazón sensible y amigo; un corazón justo y lleno de Dios; un corazón que siente la presencia viva de Dios.
Hoy, el Evangelio, nos trae el pasaje de la transfiguración. Este es nuestro camino; para cada uno de nosotros y de nuestra sociedad. Cristo y su Evangelio deberá ser el fundamento de nuestra transfiguración. Transfigurarse es liberar- se del pecado y de todas sus consecuencias. Abramos en este tiempo de cuaresma el Santo Evangelio y meditemos serenamente lo que Jesús nos dice a todos. Escuchémoslo. “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos… sin mí nada pueden hacer…” “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá…” “Vengan a mí todos los que están agobiados y afligidos y yo los aliviaré…” “Yo soy el buen pastor que doy la vida por mis ovejas…” “Allí donde dos otros se reúnen en mi nombre, allí estoy en medio de ellos…” “Vendremos a él y pondremos nuestra morada…” (el hombre morada de Dios).
En la carta pastoral les decía que debemos respetar y revalorizar la vida. Hoy es una necesidad cuidarla y hacerla crecer no sólo biológicamente sino cristianamente, que es hacerla crecer humanamente. Hablar de penitencia, hoy, se nos puede decir: “ya tenemos bastante con la grave y angustiante realidad económica que vivimos”. Es verdad; pero no toda la verdad. Es ahora cuando más que nunca debemos vivir la solidaridad entre hermanos y conciudadanos. Esto supone renuncias a nuestros egoísmos a nuestras ambiciones desmedidas, a cerrarnos sobre nosotros mismos. Tendremos que buscar todos los medios honestos y nobles para darnos una mano. Vivimos una cuaresma donde los hogares no saben qué hacer ante la angustia del pan; ante la angustia de los niños que deben comenzar el colegio; ante la insuficiencia del dinero para afrontar las más elementales necesidades de la casa. Es una realidad que no la podemos dejar de lado.
Hablar de la fe cristiana; de la preparación a la Pascua; convertirnos para ser mejores ciudadanos y mejores cristianos, no es un escapismo. Más que nunca se nos llama a todos a una profunda reflexión. Las causas son profundas; la vida está en peligro; el miedo paraliza nuestras energías y, por desgracia, la desconfianza, crece cada vez más entre hermanos.
Si tenemos que llegar a poner “ollas comunes” porque la realidad lo reclama, tendremos que hacerlo; la “caridad”, que es lo mismo que “amor” deberá traducirse en obras. Esta Madre Iglesia, que es la Diócesis, debe estar pronta a estar muy junto a sus hijos, especialmente los que sufren más. No porque tenga la misión de ser “papá noel”, sino porque tiene la misión y la riqueza de la Fe y de QUIEN hoy se nos dice: “Este es mi Hijo, el Amado, escúchenlo…” Somos sus discípulos, su pueblo, su Iglesia.
No perdamos el tiempo en ir a la búsqueda de “brujas”, que a veces es un buen negocio, aunque detestable, sino empleemos el tiempo en darnos una mano; crear entre nosotros la confianza perdida; ahuyentar el miedo; ser firmes ante quienes roban el buen nombre de sus hermanos y también sus pocos bienes para vivir. Cuaresma, hoy, es tarea para todos; para quitar lo que no nos hace felices y para construir lo que nos ayuda a vivir fraternalmente felices. No sueño con afirmar esto. No es una meta lograda, pero es una apremiante exigencia de la hora.
ORIENTACIONES PASTORALES
Escuchar al Señor, es escuchar también a la Madre Iglesia, que es el mismo Cuerpo de Cristo. Somos el Cuerpo Místico de Cristo. Por el Espíritu Santo, formamos, los bautizados, su cuerpo, somos sus miembros. Esta es una verdad de fe. Con la Carta Pastoral, hice llegar a las comunidades parroquiales y a los organismos diocesanos, algunas orientaciones pastorales muy concretas. En ellas se fija que el MATRIMONIO y la FAMILIA deberá ser nuestro objetivo fundamental del año. Hay mucho por hacer en esta materia. Mirando la “Familia”, desde ella miramos el futuro de nuestro pueblo; miramos a nuestros niños y a nuestra juventud; miramos la pequeña Iglesia que debe ser cada hogar; donde la Fe debe ir creciendo para hacer cristianos maduros y adultos en su fe cristiana. Los adultos tenemos una gran responsabilidad. Hay que empezar desde el hogar a cultivar las virtudes cristianas y ciudadanas, amistad, diálogo, sentido social de la vida, aprender a amar y respetarnos, aprender a respetar a la mujer, darle sentido a los bienes materiales; crear hábitos, costumbres sanas, aprender a ser veraces y serviciales, aprender a darnos una mano, rescatar el sentido y la misión de ser padres responsables e hijos conscientes de las relaciones para con sus padres, aprender a buscar la educación para los hijos, no tanto para conservar un “estatus” cuanto para lograr hombres y cristianos, responsables, maduros y constructores de paz verdadera. Mucho habría por decir sobre esto. Lo haremos a lo largo de este año.
Nos tendremos que replantear si muchas de nuestras actitudes y maneras de pensar, son correctas, cristianas, constructivas. Debemos, con humildad y alegría, sentirnos necesitados de ser re-evangelizados. No es suficiente las pocas nociones que tenemos de nuestra fe, en muchos casos, para afrontar las respuestas cristianas a los problemas graves que nos plantean el mundo de hoy. Ser, por cierto, muy fieles a todo lo que es verdadera tradición y que responden a valores del evangelio. Pero, hoy, el cristiano, por ser tal, está más exigido y es más responsable de construir una sociedad más humana y más justa, precisamente porque tenemos el don de la Fe Cristiana. La Fe Cristiana es una responsabilidad y una tarea más que un privilegio y un “soñar en el pasado”. La Iglesia, por tanto, deberá ser profundamente misionera y comprometida con su pueblo. Si algunos no ven esto, todos deberemos pedirle al Señor que nos dé sus luces y su gracia para optar en la vida. Vivimos horas difíciles pero formidables para vivirlas intensamente; atentos a lo que el Señor nos va exigiendo que veamos en los acontecimientos.
Por eso no es lo importante si se nos “vigila” y si se “duda” o se “sospecha” de la misión de los cristianos, hoy, y por tanto, de la Iglesia. Lo importante es poner el “oído” en el Evangelio y ser fieles a sus exigencias. Lo reclama la vida y lo necesita urgente la Patria.
En la carta pastoral les decía: “¿Vivimos lo que creemos? ¿Nuestra vida es una predicación viviente? ¿Creemos en el Evangelio?”
Estas preguntas nos ayudan a Todos para hacer una reflexión.