Santísima Trinidad (25 de Mayo)

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¡Qué hermosas son las lecturas de esta fiesta de la Santísima Trinidad! Ellas nos deben ayudar a reflexionar con mucha sinceridad de corazón. Comienza por introducirnos así: “bendito sea Dios Padre y su Hijo Unigénito Jesucristo y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros los hombres. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre. (Deuteronomio 4, 39- 40). Dichosa la Nación cuyo Dios es el Señor. Hermanos, alégrense y trabajen por perfeccionarse; anímense mutuamente; tengan un mismo sentir y vivan en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense mutuamente con un beso santo. Así la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre Dios y la comunión del Espíritu Santo estará siempre con ustedes… (2 Corintios 13, 11-13).

Desde niños, amigos, hemos aprendido a confesar, invocar, adorar y bendecir a Dios, desde la mañana cuando despertamos hasta la noche antes de entregarnos al sueño y al descanso. Lo hacemos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y en el Nombre de la Santísima Trinidad bendecimos nuestros trabajos; nuestras obras al iniciarlas; nuestro pan de cada día; nuestros enfermos; nuestros niños; nuestros ancianos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo bautizamos a nuestros hijos; hacemos los testigos de la Fe cristiana en la Confirmación; perdona la Iglesia los pecados, por el poder recibido de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo; consagramos el amor de los nuevos hogares; celebramos la Eucaristía; ungimos a nuestros enfermos; despedimos a nuestros muertos. En el Nombre de la Santísima Trinidad tenemos modelos de vida santa e intercesores en el cielo en los santos; colocamos la cruz en cada cuna y en cada tumba; en el nombre de la Santísima Trinidad se fundó nuestra ciudad de todos los Santos de la Nueva Rioja; consagramos nuevos sacerdotes y consagran sus vidas nuestras hermanas religiosas; nuestros laicos asumen la responsabilidad de hacer una sociedad nueva según el Evangelio de Cristo. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al señalar el rostro de cada hombre con las aguas bautismales y la unción del óleo santo reconocemos la dignidad de cada hombre, hecho a imagen de la Trinidad y templo vivo de Dios. En el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo trabajamos para hacer de nuestra tierra una tierra de justicia y de paz; una tierra de hermanos y de esperanza; una tierra que haga felices a todos sus hijos. El sello de Dios está en cada hombre; no importa su raza, su manera de pensar y de vivir. En el nombre de Dios Padre fuimos creados para ser hermanos, hijos de un mismo Padre e iguales entre nosotros; así salimos de las manos de Dios, aún cuando no le reconozcamos ni alcancemos a distinguir su rostro en el rostro de los demás.

Es bueno que recordemos estas verdades fundamentales en el día de la Patria. Nos hace mucha falta. Porque podemos estar buscando con las palabras la ansiada paz, la justicia y la fraternidad y con las obras concretas de cada día no ser consecuentes. Es hora de profunda reflexión y de gran sinceridad ante Dios y ante nosotros mismos. Porque cuando a diario constatamos nuestra realidad, encontramos también que el Templo vivo de la Santísima Trinidad que es el hombre argentino, está profanado de muchas maneras y situaciones. Y recibimos el mandato de Cristo, que nos trajo la vida de Dios a los hombres: “vayan por todo el mundo; hagan discípulos en toda la tierra; bauticen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enséñenles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que estoy con ustedes hasta el fin del mundo”.

Esto nos hace exclamar: “Señor, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra” (Sal. 8). Todo esto que estamos reflexionando nos hace comprender mejor nuestra fe cristiana, nuestras celebraciones sacramentales; nuestros santos patronos; nuestro hambre y necesidad de paz, justicia, fraternidad, esperanza y alegría de vivir; la Iglesia; su misión y la pascua de Cristo que entrega a los hombres y la misma vida de los hombres, tiene como fundamento y como fuente de VIDA en plenitud, a Dios Padre, Hijo y E. Santo. San Pablo nos dice: “en Dios, existimos, nos movemos y somos”.

La celebración del “Corpus Christi”

El jueves próximo celebraremos la fiesta del Corpus Christi. Por exigencia de nuestra fe cristiana y siendo, también fieles a nuestra tradición, esta celebración tiene el sentido público como pueblo de reconocimiento, adoración, alabanza y acción de gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por Jesucristo, verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. Cristo mismo nos lo acaba de decir: “estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.

Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, se hizo hombre como nosotros, por eso podemos conocer a Dios trinitario, tener la misma Vida de Dios en nosotros, y reconocernos los hombres como hermanos. Por Jesucristo sabemos que somos el templo vivo de Dios y que la Santísima Trinidad ha puesto su casa en el corazón del hombre.

Celebrar el Corpus Christi es celebrar la plenitud de la VIDA NUEVA traída por Cristo a los hombres por su Cruz y su Pascua. Es celebrar la reconciliación con Dios y entre nosotros. Es celebrar el encuentro como pueblo, redimido, santificado y enviado a reconstruir la vida en los hombres siendo testigos de la ALEGRÍA y de la Esperanza de su Evangelio.

El Papa Pablo VI, acaba de darle al mundo un estupendo documento sobre la “alegría cristiana” como fruto del Espíritu Santo en este Pentecostés que acabamos de celebrar.

Celebrar la Eucaristía así, no debe ser sólo para la fiesta del Corpus Christi, sino que lo debe ser cada vez que la celebramos en nuestras parroquias, capillas, o lugares apropiados para ello. La Eucaristía, que es la Santa Misa, no es ni puede ser propiedad de una persona particular o de una familia; la eucaristía es la celebración de toda una comunidad y el encuentro fraternal de quienes confesando la misma fe, al mismo Señor Jesús; de quienes nos traen a la mesa del altar la vida de una comunidad con sus alegrías y sus dolores para unirlos a Cristo y ofrecerlo a nuestro Padre Dios. En ella, también, pedimos por nuestros muertos. En la Eucaristía no celebramos la muerte sino la Vida, aun- que la celebremos por nuestros muertos. En este sentido, deberemos ayudar- les a comprender y vivir mejor las celebraciones de las misas que se celebran en la diócesis. Toda Eucaristía que se celebre en la diócesis debe ser siempre el signo de la unión de todos y no signo de división. Quienes tenemos el ministerio sacerdotal deberemos estar muy atentos a esto para que ella sea verdaderamente el encuentro y la celebración de la fraternidad de un pueblo que se quiere y camina unido buscando la felicidad de todos, como la gran tarea a realizar cada día.

La fiesta de nuestros santos patronos será completa, cuando en ella celebremos la Eucaristía y participemos en ella reconciliados con Dios y entre nos- otros. Así lo vivieron nuestros santos patronos, así lo quiere Dios y nuestra Madre la Virgen, así recogeremos mejor el fruto cristiano en nuestras fiestas y el compromiso de vivir fraternalmente construyendo una Rioja nueva. Sobre esto tendremos ocasión, Dios mediante, de seguir reflexionándolo. La Iglesia quiere y enseña que nosotros los cristianos conozcamos mejor la Misa, la celebremos participando plenamente en ella y volvamos a la vida de cada día con un mayor compromiso de vivir con lo demás lo que hemos celebrado en la mesa del altar.

La celebración del Corpus de este año, deberá ser un gran encuentro con Cristo presente en el Santísimo Sacramento. Tenemos mucho que agradecerle y también mucho que pedirle. Pero le pediremos, especialmente, unidos a todas las diócesis del país, que nuestra tarea pastoral del año sobre el “matrimonio y la familia” sea bendecida por nuestro Padre Dios. Porque sentimos la necesidad de apuntalar nuestros hogares y preparar los futuros, pongamos el sólido fundamento de la oración para que alcancemos los frutos que esperamos de las familias riojanas y de toda la Patria.

Esperanzados y con una visión más alegre y optimista de la vida, pongamos también ante la presencia eucarística de Cristo a la Patria.

Hoy, en nuestra fiesta Patria, le pedimos en esta Eucaristía, que escuche y acoja el dolor y la esperanza de nuestro pueblo argentino. Que lo que se está gestando con sangre y sufrimiento no sea en vano. Que nos dé la fuerza y el coraje interior para que los argentinos seamos artífices de un…

Gloria al Padre…