Padre Julio Merediz: La Rioja me marcó el corazón, me mostró la interioridad de la persona

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El Padre Julio Merediz es un sacerdote jesuita, amigo de otro jesuita: Jorge Bergoglio y con una gran cercanía con Monseñor Angelelli quien lo ordenó, cuya foto preside esta nota.

En su tiempo de formación y como cura joven misionó durante 8 años en la zona de Famatina. Aquí sus recuerdos que emocionan e inspiran.

El Padre Merediz en su época de formación sentado, el segundo de la derecha. De pie, el tercero de la derecha es el padre Bergoglio, hoy Francisco.

La llegada a La Rioja 

El Padre Julio Merediz en la actualidad

En el año 1967, cuando la Diócesis de La Rioja estaba con el obispo muy enfermo que se llamaba Gómez Dávila, había un grupo misionero de jesuitas que iba recorriendo los lugares más necesitados y así fue como les ofrecieron la parroquia de Famatina, que hacía muchos años que no tenía sacerdote. Y entonces el padre Antonio Di Nilo, que era el jesuita que encabezaba este grupo misionero, este equipo, aceptó y luego fue aprobado por sus superiores y así la Compañía de Jesús hizo cargo de la parroquia de Famatina, del departamento Famatina, en el año 1967. Con tal motivo, yo que era en ese momento estudiante de teología jesuita en el Colegio Máximo de San Miguel, en Buenos Aires, fui invitado para ir a misionar a uno de los 20 pueblos que conforman este departamento de Famatina.

Caminar con otros

Cerro La Belluda del cordón del Famatina visto desde Santa Cruz

Y así entonces me ofrecí para ir en el verano a misionar con un grupo de laicos a Famatina. Cuando llegué allá me destinaron al norte del departamento, a los pueblos de Santa Cruz la Cuadra y si podía también al Poterillo. Y casualmente en ese tiempo también habían llegado, recién también asumiendo su lugar y como comunidad, las hermanas religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, que habían hecho una pequeña comunidad propiamente en Famatina y la otra en Campanas, un pueblo más bien del norte del departamento, más cercano a donde yo iba a misionar.

Por lo cual cuando llegamos a misionar ahí con el pequeño grupo de laicos, estaban también algunas hermanas del Sagrado Corazón que acompañaban esta primera misión que íbamos a realizar en el norte de Famatina.

La misión de escuchar

En mi caso, yo tenía ya alguna experiencia misionera rural de mis años de laico en la provincia de San Luis en esa época una provincia también muy pobre como La Rioja, así que me basaba un poco en esas primeras salidas misioneras ahí en La Rioja en la experiencia que había tenido antes. Y básicamente la misión consistía en recorrer casa por casa, quedarse allí, la gente del campo es como siempre muy hospitalaria, así que recibe asiento y te servían de unos mates y escuchar, escuchar, escuchar, cómo era la vida de ese pueblo, de qué trabajaban, cuáles eran sus intereses, pero sobre todo mucha escucha. Y proponiendo algunas actividades a la tarde, por ejemplo, teníamos al atardecer catequesis para los niños y juegos.

Ciertamente que en esos lugares hay muy poca recreación, entonces nosotros que llevamos algunas habilidades propias para los niños, los niños se divertían mucho y se juntaban todos los del pueblo. Y después culminaba esto con la misa alrededor de las 7, 8 de la tarde.

La misa tenía un lugar importante en la misión porque generalmente estaba asociada a una petición que las familias que habíamos visitado a la mañana, a la tarde de la mañana, nos hacían, sobre todo para pedir para algún difunto o una misa de memoria, de aniversario.

La cálida fe de los riojanos

Paisaje Famatinense

Yo entonces empecé a valorar qué grande y qué importante era para nuestra gente el recuerdo y la memoria de sus muertos y la esperanza de la salvación en el cielo. Eso me impactó primero como muy grande. Y lo otro que me impactaba era también los niños.

Es decir, las familias jóvenes que todavía había en esa época en el norte riojano tenían muchos hijos y entonces un poco ese valorar la vida y el interés de acristianar a los niños. En la época en que no había habido misioneros, había una señora que era la bautizadora que se encargaba casualmente de bautizar los niños con el agua.

Cuando viniera un sacerdote le pedía que lo crismara, que le hiciera la unción, que le faltaba eso. Esta señora me acuerdo que en aquella región se llamaba Doña María Campillay. Una gran mujer realmente.

La llegada de Monseñor Angelelli

En ese año mismo 68, el Papa Pablo VI nombra en julio a Monseñor Enrique Angelelli, Obispo Auxiliar de Córdoba, como Obispo de La Rioja.  Y es realmente una coincidencia muy grande en nuestro querer misionero y sobre todo lo que nos proponía el Obispo. El Obispo venía con toda la fuerza del Concilio Vaticano II que había finalizado apenas tres años antes.

Y él venía con esta misma idea. Escuchar, escuchar. El Evangelio, decía él, hay que vivirlo desde la gente.

Impulsó mucho a prestar atención la realidad que vivía la gente del norte Riojano y realmente era una realidad de mucha pobreza con un porcentaje importante aún de analfabetismo, sobre todo con peones y obreros con salarios muy injustos, con trabajo muy duro y también de algún modo con cierta explotación de la mujer y mucho éxodo en esa época a las provincias del sur, iban al al petróleo, tan importante era esta sangría que se producía en la provincia de la Rioja también de Catamarca; recuerdo que de Tinogasta muy cerca de ahí del norte Ríojano, la provincia de Catamarca, todas las semanas salió un micro especial directo a comodoro Rivadavia a Caleta Olivia, que era el lugar donde iban muchísimos Riojanos hacer una nueva vida, buscando trabajo, buscando un desarrollo mayor, buscando la mejor educación para sus hijos, esto se notaba mucho después cuando llegaba el verano que muchos que estaban radicados en el sur, volvían con sus autos y con una forma de vida mejor, económicamente hablando, y visitaban sus pueblos. Esto lo verifiqué después cada verano que anduve por allí.

Calle principal de Santa Cruz en los años ’70

Me enamoré del pueblo riojano

De esta forma, yo diría que me fui enamorando del pueblo riojano y ese enamoramiento lleva a que uno asuma mucho más la forma de vida de ese pueblo, yo personalmente iba 2 meses y medio en el verano y luego volvía en julio un mes y generalmente en octubre volvía.

Unos 15 días para trabajar con la juventud, este trabajo exigía dos actitudes fundamentales:

Coraje para anunciar el evangelio y aguante para muchas veces ver actitudes contrarias a esa predicación, porque si bien entre los más pobres, entre la gente popular era muy bien recibido este trabajo y este mensaje, había ciertos, ciertas personas con cierto poder en cada lugar que veces se sentían molestos y sobre todo cuando se hablaba de lo que llamaríamos hoy la justicia social, es decir, tema de la no explotación de la gente, de los obreros, de los peones y de la mujer.

Este tema siempre muy difícil y que trajo después algunos momentos de esa obra también de violencia.

El precio de tener un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio

La conocida frase de monseñor Angelelli: “con un oído en el evangelio y otro en el pueblo” suena lindo, pero en la práctica trajo sus dificultades. Le costó la vida, dio la vida por Cristo.

Capilla de Santa Cruz

En este sentido me tocó vivir una situación muy difícil en la zona ahí de Santa Cruz y que le valió una fuerte paliza que le dieron el padre Pucheta y que nos había visitado esos días en la misión de Santa Cruz y al retirarse fue rodeado por una camioneta atropellado y fuertemente golpeado con un compañero cuando volvían. Esta golpiza fue como un antecedente lo que años después iba suceder con el obispo Angelelli y con los misioneros de Chamical y el laico Pedernera.

Realmente La Rioja me marcó el corazón y el alma; me descubrió la interioridad del hombre.

También aquellos días vivíamos con el lema: “cada hombre es mi hermano” es decir, cada persona es mi hermano, y esa hermandad con la sencillez del hombre Riojano, de la montaña y del campo, realmente a uno le contagia en esa fe sólida y fuerte, que se expresa sobre sobre todo en los nacimientos y en las muertes, comienzo y fin de la historia, pero que pesar de los dolores, mira siempre con esperanza la vida, yo me acuerdo siempre haber vivido con mucha alegría cada visita, cada lugar, cada encuentro del pueblo de Dios, en sus ranchos, cada uno te ofrece lo que tiene y sobre todo en lo que tiene y te regala, te está ofreciendo su corazón, y solamente te pide: que los bendigas, la bendición es fundamental y el agua bendita, el agua tan amada por ese pueblo que añora porque en el campo se necesita el agua y tarda en llegar.

Lo que La Rioja me enseñó

Virgen del Rosario, Patrona de Santa Cruz

La Rioja es clima seco, desértico, duro, difícil, siempre también me impactó la vida de los pastores en medio de la montaña, a quienes fuimos a misionar porque nos vinieron a buscar, ahí comprendí lo que era ser pastor, el que está atento, vigilante siempre, capaz de pelear por cada una de sus ovejas y capaz de dejar todas las ovejas en el corralito para a buscar la que se perdió y traerla con amor. Realmente esa parábola de Jesús la viví plenamente en las montañas de La Rioja allí en el Famatina, allí estaban los pastores viviendo en unos carrizales casi iguales que los de sus animales, sencillamente, pero allí estaban ellos, pastores de ovejas y yo siendo pastor de pueblo.

Recuerdo allí también que viví mis primeros años sacerdotales, yo seguía siendo estudiante de teología. Fui ordenado en el año 70 por monseñor Angelelli casualmente con otros compañeros jesuitas. Así que mis primeros años hasta el verano del 76 estuve allí tratando de llevar a Cristo, pero también de recibir el Cristo que ese pueblo me dio y me seguirá dando.

El Tinkunaco

Una palabra final para el Tinkunaco, ese encuentro que se vive cada año, el 31 de diciembre en la ciudad de La Rioja, pero que se replica en distintas partes y que me tocó vivirlo también, realmente ese encuentro hermanado donde todos nos ponemos bajo el niño alcalde, que es Jesús. Y ese, ese arrodillarnos ante Él y después abrazarnos es lo que siempre tratamos de vivir en nuestra misión, que nos abracemos como hermanos, todo hombre es tu hermano, este recuerdo de La Rioja siempre lo tendré en mi corazón, no pude volver más esos años, porque me pidieron por favor que no lo hiciera por la situación que estábamos y ciertamente ese año 76. Yo fui en el verano y pocos meses después fue muerto monseñor Angelelli.

Volví después de muchos años a dar ejercicios al Clero de la Rioja, cuando era obispo Monseñor Sigampa. Estuvimos en Sañogasta con un grupo grande de sacerdotes de la diócesis, y recobré mis brillos, mis energías, mis alegrías y mi cariño por ese pueblo que lo llevo en mi corazón.

¡¡Gracias Padre!! ¡Rezamos por vos dando gracias por tu entrega y tus 55 años de sacerdote!

Valoramos tu amor a Brochero y tu misión constante por los Ejercicios Espirituales