Testimonio de Diego Martín Delgado
Visitando la pequeña cripta donde descansan los restos de Mons. Angelelli, en la catedral de La Rioja, recordaba las palabras del padre Roberto Queirolo cuando en una homilía nos contaba sobre los padecimientos en la época de la dictadura militar: “…Al padre Enri Praolini lo llevaron preso a un centro de detención clandestino. Estaba sobre la calle Lamadrid justo detrás del Santuario de Nstra. Madre de la Merced. Desde el fondo del terreno del Santuario Monseñor Angelelli le gritaba si necesitaba algo y el padre Enri por ahí le respondía desde su celda que le lleve un jabón o una maquinita de afeitar…” Esas intimidades dejan ver al hombre, padre, amigo y pastor que era Angelelli que por sobre cualquier situación primaba el vínculo amoroso aún corriendo riesgos. Un hombre que nació hace casi un siglo (1923) en Córdoba y donde su adolescencia se desarrolló en una Argentina convulsionada con “décadas infames”, políticas económicas desacertadas ante un país híper productivo y lleno de oportunidades principalmente luego de la Primera Guerra Mundial, pero con poca perspectiva y sentido de bien común que daba lugar al desarrollo de grandes latifundios donde unos pocos multiplicaban exponencialmente sus ganancias a costa de la explotación de sectores obreros constituídos principalmente por inmigrantes y campesinos. En este marco Angelelli participaba activamente en la Juventud Obrera Católica y cursaba el seminario.
A más de diez mil kilómetros de distancia, en un pueblito de Francia un joven ingresaba al Seminario Mayor de Viviers, era Gabriel Longueville, nacido en 1931 donde alcanzó el grado de presbítero en 1957. Gabriel también habría padecido en su infancia y adolescencia los vestigios de la posguerra y probablemente de una manera muy cruda, pero habitaba en él un espíritu de Iglesia en salida.
Volviendo a Argentina, en La Calera, provincia de San Luis nacía en 1936 Wenceslao Pedernera, de familia rural y de bajos recursos, cursó sus estudios hasta los diez años, luego debió trabajar en el campo con su padre. En 1961 se muda a Mendoza y trabaja en los viñedos de Gargantini (ex socio de Giol). Forma una familia con doña “Coca” (Marta Ramona Cornejo) su esposa y en esos años después de renegar contra los curas, dado que sostenía que no les creía o no confiaba en ellos, en una festividad de Nstra. Sra. de la Carrodilla, patrona de los viñedos, Wenceslao queda admirado y atrapado por una homilía que escuchó en lo que probablemente fuera su primera asistencia a misa insistida por doña “Coca”, desde ese momento comenzó a abrazar su cruz.
Mientras la fe maduraba en Wenceslao en ese mismo tiempo Angelelli era ordenado Obispo y un joven estudiante indeciso, Carlos de Dios Murias, de unos dieciséis años que cursaba el liceo militar, que luego quiso ser veterinario y después se inclinó por la ingeniería, declarado seguidor de Mons. Angelelli, (quien en ese entonces era asesor de la Juventud Obrera Cristiana) decidió ingresar a la Orden de Frailes Menores Conventuales. De esta forma entre Enrique Angelelli y Carlos Murias comenzaba un vínculo que no se disolvería nunca, incluso cuando Carlos ya estuvo preparado pidió que sea ordenado sacerdote por el mismo Angelelli y una vez cumplido su deseo insistiría para que lo envíen a La Rioja donde desde el año 1968 el Obispo Angelelli ya había tomado posesión de esa diócesis. Cumpliéndose así también este anhelo el Obispo le asigna la parroquia de Chamical al curita.
Mientras ambos crecían en fe y amistad, en la provincia de Corrientes, Gabriel Longeville pisaba suelo Argentino. Un misionero entregado profundamente al Evangelio y que en el año 1972 se trasladó a La Rioja siendo asignado también a Chamical.
Ese mismo año Wenceslao, que ya participaba de un grupo del Movimiento Rural Campesino, también se muda a La Rioja con toda su familia. A esta altura Wence (como solían decirle cariñosamente) catequizaba en el ámbito rural a la vez que, con el apoyo y asistencia del Movimiento Rural (Acción Católica Argentina), además de transmitir la Palabra, se dedicaba a organizar a algunas comunidades rurales principalmente con estructuras cooperativistas. Las dos figuras que promueven este trabajo en La Rioja y otras provincias eran Rafael Sifré y Carlos Di Marco que, por supuesto, tenían el visto bueno de Angelelli.
Para el año 1975 la pastoral de Angelelli venía desarrollándose ampliamente en todos los ámbitos tanto religiosos, institucionales, laicales y rurales. Pero el Evangelio, que puede llegar a romantizar en la teoría observando de forma selectiva mensajes de amor y misericordia sosegando al alma más turbia, cuando se practica, suele molestar y ser escándalo para muchos.
La Iglesia en La Rioja comenzaba a involucrarse en asuntos muy sensibles confrontando a la clase política donde ésta se mostraba al pueblo acompañando al Obispo pero por otro lado creaba (o compraba) voluntades para resistir las ideas que llanamente hablaban de promover al hombre y su trabajo. Ya en el año 1976 y con el golpe militar llevado a cabo en nuestro país, el sector político/civil que oprimía a los sectores agrarios ahora eran respaldados por un gobierno de facto que incluía, entre otras, la misma idea de controlar o, en su defecto, eliminar cualquier pensamiento que resultara un riesgo para el desarrollo de un dominio absoluto por parte de las FFAA en el poder.
Luego de varias advertencias y/o amenazas directas a Mons. Angelelli y a otras personas vinculadas a la Pastoral, los grupos terroristas comenzaban a actuar en La Rioja. Por otro lado, los medios de comunicación controlados por el gobierno se dedicaban a desprestigiar la imagen del Obispo incluso hasta ridiculizándolo en muchos casos. Nada de esto hizo que el Evangelio se amolde a las conciencias que dominaban con la fuerza, hasta que el primer hecho se dió a conocer, los curitas de Chamical, Carlos y Gabriel, esos que promovían y vivían con alegría la Buena Noticia entre los hombres, fueron encontrados muertos al costado de las vías a unos siete kilómetros de Chamical. El 18 de julio de 1976 se los llevaron y dos días después fueron hallados muertos con signos de torturas y vejaciones. Aún con este acontecimiento doloroso para el pueblo Mons. Angelelli buscaba evitar cualquier tipo de violencia e insistía en profundizar en seguir trabajando para el Reino de Dios.
Una semana después, el 25 de julio era asesinado, en la puerta de su casa y frente a su esposa, Wenceslao Pedernera. Un grupo armado lo acribilló a tiros y luego de unas horas de agonía muere en el hospital de Chilecito.
Angelelli no quiere que otros corran esa suerte entonces obliga a irse a muchos de sus colaboradores, entre ellos a Rafael Sifré y Carlos Di Marco. La Iglesia creaba salvoconductos para muchos integrantes y de esta forma lograrían evitar ser secuestrados, desaparecidos o asesinados. En La Rioja el Obispo se ocupó de proteger a muchos pero nunca pensó en su integridad aún cuando denunciaba abiertamente los hechos de abusos que se sucedían a diario. En este marco el día cuatro de agosto, diez días después de la muerte de Wenceslao, es asesinado en la Ruta 38 a la altura del Paraje Punta de los Llanos el Obispo que buscaba hacer un mundo más digno para los pobres que él mismo conocía y amaba. Los asesinos pretendían simular un accidente pero no lograron detener la acción de la Palabra desparramada como semillas por todo el suelo riojano que junto a la justicia más adelante saldría a la luz en una Iglesia triunfante.
Hasta acá la cronología de los Cuatro Mártires Riojanos, pero como dijo el padre Roberto Mural en una homilía (luego de conocer el decreto del Vaticano reconociendo el martirio de Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao) en una celebración en la Ermita de Mons. Angelelli, Punta de los LLanos: “Los asesinos de Angelelli lo habrán seguido y en este mismo lugar, descampado completamente, habrán dicho que este sería el lugar para cometer el crimen porque “acá no pasa nada” y con el tiempo comenzaron a “pasar muchas cosas” y van a seguir sucediendo, acá es donde la Iglesia es victoriosa y fecunda…”
Conocí muchos datos sobre la vida de los Cuatro Mártires pero no es lo mismo “googlear” que “vivenciar” algunas experiencias sobre ellos, por eso mi visita a la cripta de Mons. Angelelli en la catedral. También fui a la Ermita de Punta de los Llanos en esa oportunidad con mi hijo Facundo. Ese día salimos del predio, cruzamos la ruta 38 nueva y esquivando algunos espinillos y jarillas contemplamos los vestigios de la ruta vieja, a la altura de un algarrobo está el lugar donde hallaron el cuerpo de Angelelli. Conociendo este detalle el silencio nos transportaba a ese momento.
De Carlos y Gabriel tuve en mis manos el expediente judicial con el informe del médico forense. No quiero reproducir esos detalles pero el nivel de sufrimiento que han padecido antes de morir fue extremadamente macabro. Recordé la narración que hace J.J Benítez en su libro “Caballo de Troya” sobre la muerte de Jesús. Benítez tuvo asesoramiento médico sobre este tema y si bien se trata de una ficción los padecimientos de un ser humano al ser crucificados son muy cercanos a la realidad en ese libro, solo la crucificción mereció más de seis páginas. Conociendo esto es muy difícil ser racional ante el exceso de violencia.
Sobre Wenceslao hay muy pocos registros de su actividad pastoral o mejor dicho dejó huellas en su cotidianeidad y en su sencillez y de todos me parecía el más lejano para asimilarlo al Evangelio. Pero un día Monseñor Marcelo Colombo me invitó a que participe de un Encuentro Regional del Deplai (Departamento de Laicos) en Tucumán que se llevaría a cabo un 9 de junio de 2018. Viajando a Tucumán un día antes escucho en la radio una gran noticia, el Vaticano emitió un decreto reconociendo a Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao como mártires. En seguida pensé en Wenceslao, laico. Al encuentro fuimos dos, Raúl Brizuela de Pastoral Social y yo de Acción Católica. Obviamente el encuentro tomó un rumbo mirando a La Rioja y nos pidieron hablar de Wenceslao. En ese entonces conocía de Wenceslao lo que leía en internet, que de hecho hay muy poco. Pero Dios me tenía dos sorpresas poco tiempo después, la primera fue haber podido participar de la exhumación de los restos de Wenceslao, escuchar de doña “Coca” y en su propia casa cómo fueron los hechos del asesinato mientras recorríamos el interior de la vivienda: ella, Monseñor Colombo y yo. Todo esto con la urna donde estaban depositados los restos del mártir sobre la mesa de la humilde cocina. Estaba en la intimidad de Wence, con él y su familia y me preguntaba ¿Por qué yo? Y todas las sensaciones penetraban las fibras más sensibles convirtiendo la historia leída en historia vivida.
Luego con una gran convocatoria llevamos la urna junto a su familia y en procesión hasta la capilla Sagrado Corazón en Sañogasta.
Después de esto me animé a buscar a Rafael Sifré, quien había convencido a Wenceslao de venir a trabajar a la Rioja. Lo llamé y concretamos una visita en su casa. La visita, casi entrevista, se prolongó por horas. Ahí conocí el contexto general de cómo se desarrollaban las actividades del Movimiento Rural de Acción Católica en La Rioja y otras provincias, de esta forma conocí el antes, el durante y el después de Wenceslao ampliando notablemente el panorama vivido por los mártires. Rafael aporta un testimonio valioso a la historia dada su experiencia en el desarrollo de cooperativas, los enfrentamientos con la política, las veces que estuvo detenido y sobre su exilio en España para luego continuar con su labor en Nicaragua. Verdaderamente un hombre íntegro y con muchos valores.
Ahora con todo este conocimiento y todas las sensaciones acumuladas sé que Dios me interpela a través de estos mártires. Ojalá pueda responder con entusiasmo y que los Cuatro Mártires intercedan. O sigan intercediendo como hasta ahora.