DESPOJADOS DE UNO MISMO Y ABIERTOS AL AMOR
Homilía de Mons. Dante Braida pronunciada en la Misa Crismal en la Iglesia Catedral y Santuario San Nicolás de Bari, La Rioja. 27/03/2024 19,30hs
Queridos hermanos y hermanas:
En este año que celebramos los 90 años de la diócesis vivimos esta Misa Crismal con particular júbilo. Lo hacemos unidos a quienes están aquí presentes en esta Iglesia Catedral y Santuario San Nicolás de Bari y a quienes participan a través de la Televisión, la radio y las redes sociales.
Hoy damos gracias por el don del sacerdocio de quienes sirven en este tiempo de la Iglesia y damos gracias por todos los que nos precedieron y que sirvieron en esta Iglesia particular a lo largo de estos 90 años entre los que se encuentran nuestro beatos Mártires: Mons. Enrique, Fray Carlos, el Padre Gabriel y Wenceslao.
Y vivimos esta celebración en este tiempo en que queremos asumir la sinodalidad como un estilo de vida propio de la Iglesia que fundó Jesús.
Nos decía el Evangelio que al llegar a Nazaret, el pueblo donde se había criado y en la sinagoga siguiendo el texto de Isaías que se había proclamado, Jesús manifiesta que es él el Ungido por el Espíritu Santo y enviado a “llevar una Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos…”. Por ello, en su misión, tiene que expresar la misericordia propia de Dios a todas las personas especialmente a los pobres y necesitados.
Queridos hermanos sacerdotes, también nosotros, ungidos como el Señor tenemos la misión de llegar a todos. Por eso nuestro ministerio se realiza con muchas facetas. Dice el documento de la primera fase del Sínodo: “Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión ad gentes, la investigación teológica, la animación de centros de espiritualidad y otros muchos.” Y luego agrega: “en una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración.” Esto también afecta el modo en que ejercemos la misma autoridad, por eso agrega el texto: “sobre todo [los diáconos y presbíteros] están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (…) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7).”[1]
Por eso, para renovarnos en el ministerio, necesitamos vivir con humildad la autoridad propia del ministerio, siempre al servicio de los demás, renunciando a nosotros mismos para dejar que el Espíritu se manifieste ampliamente en nosotros y podamos servir generosamente, como Jesús. En este sentido enseguida, al renovar el SI que dimos el día de la ordenación, seremos interrogados del siguiente modo:
¿Quieren unirse y conformarse más estrechamente al Señor Jesús, renunciando a ustedes mismos y cumpliendo los sagrados deberes, movidos por el amor de Cristo, para servicio de su Iglesia…?
Una Iglesia Sinodal en aquella en la que todos caminamos juntos. Los ministros como parte de un Pueblo al que están a su servicio, como dijimos, pero también es un caminar juntos que se realiza de modo particular en la fraternidad sacerdotal. En el compartir fraterno, en la ayuda mutua, en el servicio en común a todo el pueblo. Nuestro ministerio tiene una “radical forma comunitaria” (PDV 21).
Volviendo al documento del Sínodo, allí se expresa que “No se puede imaginar, hoy, el ministerio del presbítero si no es en relación con el Obispo, en el Presbiterio, en profunda comunión con los otros ministerios y carismas…”[2]
Sabemos de lo esencial de la vida fraterna para nuestra vida, también reconocemos que muchas veces nos cuesta vivirla. Sin embargo de ella depende también nuestra fecundidad en el ministerio. Aislarnos, creer erróneamente que ‘solos podemos’ nos va debilitando el alma y la vida y nuestro servicio al pueblo inmediatamente se empobrece.
Para caminar juntos es necesario hacerlo con realismo, asumiendo nuestra realidad cómo es con sus luces y sombras, con nuestras virtudes y defectos. “La consciencia de las propias capacidades y de los propios límites es un requisito para comprometerse en el ministerio ordenado con un estilo de corresponsabilidad.”[3]
En el encuentro que tuvimos hoy por la mañana resonaban con particular vehemencia las palabras del papa Francisco: “¡No descuidemos nunca la fraternidad sacerdotal!”[4]
Queridos hermanos sacerdotes, no nos cansemos de buscar caminos de vida fraterna. Como ella es un don de Dios, la supliquemos con confianza y decisión a nuestro Padre y asumamos la cruz propia de caminar con otros. La cruz en la vida fraterna es redentora, renueva y recrea la vida de todos.
Para seguir creciendo necesitamos seguir formándonos de un modo permanente, por eso también el Sínodo recomienda “cuidar la formación permanente de los presbíteros y diáconos en sentido sinodal.”[5]
Y esta formación la tenemos que vivir integrados al pueblo al que pertenecemos y servimos. Y la comunidad es también responsable de nuestro crecimiento en primer lugar con la oración por sus ministros. Enseguida en la liturgia les haremos este pedido a la comunidad: “…amadísimos hijos, recen por sus presbíteros: Que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus dones de manera que, siendo fieles ministros de Cristo, Sumo Sacerdote, los conduzca hasta él que es la fuente de la salvación.”
Una buena oportunidad para crecer juntos y formarnos junto a los demás son las celebraciones de los 90 años de la diócesis. Mirar juntos el pasado, reconocerlo valorando a los laicos, religiosos y religiosas, a los sacerdotes que nos precedieron. Al mismo tiempo queremos formarnos y organizarnos para salir en misión juntos al encuentro de quienes están más alejados.
También el tiempo que vivimos se nos plantea particularmente difícil. Es una ocasión para caminar juntos como presbiterio y con todos los miembros de nuestras comunidades. Como sacerdotes debemos estar cerca de quienes hoy más sufren y, a su vez, despertar más y más en las comunidades el carisma de servicio, el descubrir la vida como servicio para que cada bautizado pueda vivir su propia misión como servicio al pueblo, sobre todo a los más postergados.
Finalmente queridos hermanos sacerdotes, gracias! Gracias por la vida y el don del sacerdocio de cada uno y por el servicio que brindan a la Iglesia en sus parroquias, en las tareas diocesanas, en los movimientos y en todo aquello que realizan. Gracias por su entrega generosa y también por su disponibilidad a colaborar con la misión del Obispo.
Los invito a que sigamos caminando juntos dando gracias por la vocación recibida y trabajando juntos para que nuestros adolescentes y jóvenes puedan descubrir su propia vocación, discernir su lugar en la Iglesia y en el mundo. Trabajar para que en Cristo todos puedan descubrir el verdadero sentido de sus vidas.
Pidamos a los beatos mártires, a nuestro Obispo Enrique, a Carlos, a Gabriel y Wenceslao que intercedan por nuestro ministerio y la vida de nuestro pueblo. Que ellos nos inspiren para acompañar el discernimiento vocacional en nuestras comunidades y nos animen a entregar la vida por amor a Dios y a su pueblo.
Que la Virgen del Rosario, que desde Tama nos acompaña desde el inicio de la evangelización en nuestra querida tierra riojana, nos siga asistiendo en la fidelidad a la misión que Jesús nos pide y para que la llevemos adelante hoy día con alegría. Así sea.
[1] Relación de Síntesis primer sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, 11 a.
[2] Ibid 11 b
[3] Ibid 11 c.
[4] Discurso en el Congreso Internacional sobre Pormación Permanente. 8 de febrero de 2024.
[5] Ibid 11 i.