Hermanos y amigos radioyentes de L.V. 14.
El comienzo de la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corintio (1, 1-3) nos ilumina y nos ayuda a descubrir el sentido y el clima de una comunidad cristiana que busca ser cada vez más una gran familia. Porque esto es lo que buscamos ir construyendo en nuestra diócesis de La Rioja. Cuando reflexionamos juntos; cuando nos saludamos; cuando compartimos las alegrías y los sufrimientos, buscamos que se vaya ahondando este clima y relación familiar.
Por eso, con toda sencillez, como lo hace San Pablo, también les podemos decir que el obispo, quien les habla, con mis hermanos sacerdotes que están presidiendo las comunidades cristianas de la diócesis, somos llamados a ser apóstoles de Jesucristo por voluntad de Dios; por eso les anunciamos Su Evangelio a Ustedes, Iglesia de Dios en La Rioja, puesto que son consagrados por el bautismo como pueblo de Dios; pueblo santo y raza sacerdotal. Desde esta óptica tiene sentido muy profundo el poder decirles como les decía San Pablo a sus cristianos de las distintas comunidades: “que la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sea con ustedes”.
También lo acaba de hacer el Santo Padre, Pablo VI, al enviarnos una Carta a nosotros, Iglesia de Dios en La Rioja. Todo esto supone de nosotros darle acogida en nuestro corazón y a la luz de ella reflexionar la propia vida individual y comunitaria. La Rioja debe ser una gran familia con la gama de los matices y riquezas individuales que tenemos. Pero pensando siempre que: “una es la Fe”, uno es el Bautismo y uno es el Señor Jesús…”
Y volviendo nuestra mirada al texto del evangelio, se nos presenta la figura Juan el Bautista; el hombre fiel a su misión que prepara y anuncia la llegada de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo…”. Ustedes recuerdan lo que dijimos el domingo pasado: “se abrieron los cielos y se escuchó la voz del Padre que decía: este es mi Hijo amado, mi predilecto, …escúchenlo… mientras el Espíritu Santo se posaba sobre su cabeza en forma de paloma…”. Aquí tenemos en pocas palabras la gran misión de la Iglesia y la gran tarea de nosotros los cristianos: anunciar a Jesucristo a todos los hombres nuestros hermanos; ayudarles a que descubran el contenido del Evangelio; les den acogida en la vida y desde Cristo reordenemos toda nuestra sociedad para gloria de nuestro Padre de los cielos.
Este ha sido el gran tema tratado en el último Sínodo de los Obispos en Roma: “La Evangelización en el mundo contemporáneo”. En esa mesa de trabajo, doscientos obispos representando a los cinco continentes trataron de volcar los grandes problemas del mundo en que vivimos, asumirlos y buscar juntos los caminos para iluminar las soluciones desde el Evangelio de Cristo. Allí estuvo también nuestro Continente Latinoamericano. Junto a nuestro continente, volcaron los obispos de Asia y África las realidades duras y sangrientas de sus jóvenes naciones; allí estuvieron los problemas de Oriente cercano y lejano; allí los problemas de Europa que acusa síntomas serios de cansancio y vejez. Allí se trató que estuviera el mundo para que una vez más la Iglesia asumiera con mayor coraje y sentido evangelizador aquello que ella misma dijo al comienzo de unos de sus más importantes documentos del Concilio Vaticano Segundo (Gaudium et Spes). “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres, que reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre; y han recibido la buena nueva de salvación para comunicarla a todos. La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia…” (G.S. n.1).
Como ven, nos es necesario dilatar nuestra mirada más allá de nuestra provincia y de nuestra patria y volcarla en el mundo entero. Sentirnos solidarios de un mismo destino.
Desde esta óptica grande queremos mirar a nuestra Rioja para comprometernos apostólicamente más con sus realidades bien concretas para ir logrando juntos esa meta que señalamos antes: hacer una GRAN FAMILIA SOLIDARIA. Reevangelizarnos es tomar muy en serio nuestra fe cristiana. Es profundizarla. Es descubrirlo más a Jesucristo en su Evangelio y desde El, en la vida privada y pública. Es redescubrir que todos tenemos la gran misión de ser evangelizadores; misioneros, puesto que toda la Iglesia es misionera. A la vez, todos necesitamos ser evangelizados. Es decir, no quedarnos tranquilos con la Fe que recibimos cuando niños. Cada día hay que actualizarla. Saber que Evangelizar no es sólo y lo más importante trasmitir nociones sino una vida y esa VIDA es la de Dios traída a los hombres por Cristo. Es replantearnos muchas de nuestras actitudes y de nuestras maneras de obrar, si son verdaderamente cristianas, según el Evangelio, o no.
Evangelizar no es una tarea fácil. No se reduce a hacer propuestas, a dar información sobre Dios, resolviendo un simple problema de ignorancia. Es ante todo un trabajo de educación de hombres provocando el proceso interminable de formación, de maduración, de responsabilidad histórica del creyente.
Por eso admiramos la Fe sencilla y, a la vez, honda de nuestro hombre sencillo, que busca cada día iluminar, desde ella, su situación dolorosa y a veces no digna de una persona humana, provocada esa situación por sus mismos hermanos. Al señalar el Año Nuevo, en las Fiestas de San Nicolás, algunas orientaciones grandes para la diócesis, están ellas orientadas desde este sentido hondo que debe asumir la diócesis en la Evangelización. En esta segunda etapa de nuestra pastoral, nos debemos exigir una mayor profundización de vida cristiana. Todos estamos llamados a revisarnos desde nuestras responsabilidades que tenemos en la Iglesia. No queremos que la vida vaya por un camino y la Religión por otro. Esto es engañarnos. Tampoco que dejemos de iluminar con el Evangelio toda nuestra realidad riojana.
Vivir el Evangelio íntegra y sinceramente no es sólo una conveniencia. Vivirlo es indispensable para entenderlo y poder anunciarlo como es. Si no se vive, se anunciará como “doctrina” solamente. El Evangelio de Jesús contiene exigencias de vida y de acción que sólo se llegan a entender experimentándolo, siguiéndolo, viviéndolo con fe. De forma que podamos decir con verdad: “creemos (vivimos, sufrimos y esperamos) por eso hablamos”; “lo que hemos visto, palpado y gustado de la manifestación de la vida de Dios en Jesucristo, eso les anunciamos para que también ustedes puedan creer…”
Dejarnos interpelar por Cristo y su Evangelio, en la intimidad de nuestras conciencias, es una gracia de Dios que se la debemos pedir cada día. Ahora bien, aquí no se trata de consejos de perfección para aquellos que quieren ser más perfectos, sino simplemente las condiciones para los que optan por el cristianismo: “Jesús llamó a la gente a la vez que a sus discípulos y les dice: si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. (Marcos 8, 34).
Este llamado exigente de Cristo se lo quisiera hacer a nuestra juventud, que está más libre interiormente para lanzarse a la conquista de ideales exigentes en la vida. Sólo así seremos los verdaderos hombres que construyen la felicidad y la paz y los verdaderos servidores de un pueblo.