Hermanos y Amigos radioyentes de L.V. 14:
El domingo pasado les anunciaba que durante estos dos años – “75” y “76”- pondríamos especial atención en el matrimonio y la familia, como prioridad pastoral. Es decir, unificar los objetivos pastorales desde la óptica de la familia. También les decía que tanto esta prioridad familiar como toda la acción pastoral de la diócesis, debe estar cimentada y profundizada con una constante actitud de oración, pidiéndole al Espíritu Santo nos siga regalando sus Dones para que seamos fieles a nuestra misión que tenemos como cristianos y haga que sean abundantes los frutos que buscamos lograr para que nuestro pueblo sea cada vez más feliz, así como Dios lo quiere.
Hoy, celebramos la fiesta de la ASCENCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO A LOS CIELOS. El relato bíblico en el libro de los “HECHOS…” (en el c.1,1-11) y (en Mt. 28, 16-20), nos ilumina nuestra reflexión cristiana. Cuarenta días después de la Resurrección, Jesús sube a los cielos; diez días después de la Ascensión envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia; es lo que celebraremos el domingo que viene, se llama: PENTECOSTÉS.
La celebración de la Ascensión de Jesús nos habla a nosotros, hombres de nuestro tiempo; nos entrega un mensaje que nos es muy necesario en el contexto en que vivimos. Como la Pascua, también la Ascensión nos entrega una escala de valores distinto al que hemos fabricado los hombres. Nos dice en qué consiste el verdadero sentido de la Vida; la Ascensión es, nuevamente, un canto a la VIDA y a la ESPERANZA. Contemplar a Jesús que asciende a los cielos es redescubrir el camino que está señalado a todo hombre que acepta, en la propia vida, la cruz y la resurrección de Jesús. De esto no nos debemos cansar nunca de repetirlo.
¿Quién es el Jesús que asciende a los cielos?
El Hijo de Dios; la Segunda Persona que con el Padre y el Espíritu Santo forman la Familia de la Trinidad; el hijo de María; el Verbo Encarnado; Dios Verdadero y Hombre Verdadero; es Jesús de Belén; de Nazaret; es el Jesús que nos regala con las Bienaventuranzas; que nos regala sus milagros: multiplica los panes, cura a los leprosos; sana a los enfermos; hecha a los demonios de los cuerpos; Ora y sufre en el huerto de los Olivos; conversa con la Samaritana; es el Jesús que nos regala la parábola del Hijo Pródigo; del Rico Epulón; de la Semilla; es Jesús que nos enseña cómo dialogar y orar a nuestro Padre Dios; que nos enseña en que consiste ser verdaderamente felices; que nos llama a tomar la Cruz de cada día y seguirle; es el Jesús que habla de la Providencia de Dios; es el que se llama a sí mismo: “Yo soy camino verdad y vida”; es el Jesús que en el diálogo con Nicodemo nos dice como hay que hacer para ser hombres nuevos; es el que resucita a Lázaro y al hijo de la viuda de Naín; el que arroja a los mercaderes del templo y llama a los fariseos “sepulcros blanqueados y razas de víboras”; es el Jesús que nos enseña que el reino de los cielos es para quienes se hacen como los niños. Es el Jesús que calla ante el corrompido Herodes y solamente le contesta solamente a Pilato para decirle que “vino a dar testimonio de la verdad”. Este Jesús que asciende a los cielos es el que llama a los apóstoles; les da la misma misión que trajo Él del Padre de los cielos; es el mismo que llama a todos los hombres a que formen su Cuerpo Místico que es la Iglesia; es el Jesús de los Sacramentos; es el Jesús de la Eucaristía; es el Jesús que cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí está El; es el Jesús que le da fuerza y sabiduría a quien es perseguido por la justicia; es el que hace mártires, confesores y vírgenes; es el que hace santos y hombres fieles; es el que le da sentido a la muerte y hace del dolor la fuente de la redención de los hombres; es el que le regala a los hombres el don del sacerdocio y su Evangelio; este es el mismo Jesús: el que aprendimos a conocer y amar cuando niños en las rodillas de nuestras madres en la Capilla de nuestro pueblo; en la palabra y en los sacramentos de nuestros sacerdotes; en la lectura y en la meditación de la Biblia; en cada sufrimiento y en cada alegría; es el que anuncia permanentemente, oportuna e inoportunamente, la Iglesia a todos los hombres de la condición social que sea; es el Jesús que fortalece y reconforta a los cristianos cuando deben sufrir por su nombre; es el Jesús que es también signo de contradicción para los hombres; es el Jesús centro de la historia, sabiduría del Padre.
Este Jesús que asciende a los cielos, es el mismo que muere en la Cruz y resucita al tercer día; es el Jesús que camina con los discípulos de Emaús; es el que sopla sobre los apóstoles para que aten y desaten; es el Jesús que llama; que perdona y reconcilia; que se cansa, tiene hambre y camina sobre el mar y calma la tempestad; es el Jesús del Canto de la Virgen; este es el Jesús preparado en el Antiguo Testamento y presentado en el Nuevo Testamento. Este es Jesús; que nos deja a María por Madre y nos llama a vivir la comunión entre los hombres.
ESTE ES JESÚS EN QUIEN CREEMOS, ESPERAMOS, AMAMOS. Este es Jesús
en Quien hemos puesto nuestra confianza; en Quien las puertas del infierno se estrellarán; (ante) Quien los cielos, la tierra y los infiernos doblan las rodillas para adorarle. Este es el Jesús de nuestra celebración de la Ascensión. Este es el Jesús que anunciamos a nuestra Diócesis; es la gran meta de nuestra pastoral; la Persona Divina por quien nos esforzamos vivirlo en nuestro vida personal y en nuestro pueblo. Este Jesús es el que acompaña, ilumina, guía, asiste, y le da la sabiduría a nuestro pueblo. Este es el Jesús que buscamos sea vivido en nuestra reconciliación de Año Santo, en cada hogar, en cada pueblo en cada ciudad, en cada aspecto de la vida social. Este es el Jesús que debe vivir intensamente es el fondo de cada corazón y el que está en el rostro de cada hombre que sufre o se alegra.
Este es el Jesús de las Obras de Misericordia de que nos habla Mateo 25. Este es Jesús cabeza de un pueblo nuevo, de una raza elegida, de un pueblo sacerdotal; este es Jesús cabeza de la Iglesia cuyos miembros somos nosotros. Este es Jesús que nos envía al Espíritu Santo para que se haga real la Resurrección y la Pascua en cada uno de nosotros y en todos los hombres de todos los tiempos.
Amigos: de Jesús hemos recibido la misión; fue dada por delegación humana; de Jesús hemos recibido la misión de ser testigos y constructores de un mundo mejor según el Evangelio; de Jesús formamos parte y somos su cuerpo; de Jesús recibimos la capacidad para decirle a Dios PADRE y a los hombres HERMANOS.
Cuando celebramos nuestras fiestas patronales a nuestros Santos, buscamos descubrir, conocer, vivir mejor a Jesús. Cristo es el centro de la vida y por nuestros santos, que son nuestros hermanos, buscamos la intercesión y el ejemplo para vivirlo mejor a Jesús. Vivir a Jesús es llevar a la vida su Evangelio; es tener la vida de Dios que El nos trajo y que esa vida sea abundante en nosotros. Vivir a Jesús es aprender en la vida a AMAR. Quien ama a su hermano que ve, ama a Dios que no ve.
Concluyo con lo que Jesús nos dice en este día: “Vayan y hagan discípulos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo…”
Que esto que nos dice Jesús, nos ayude a ser hombres firmes en la Fe cristiana; sin miedo; testigos de la Vida de Jesús – hermanos entre nosotros – enemigos de la mentira y de la calumnia, solidarios en el dolor y en la alegría, luchadores por una Rioja Mejor, que sea feliz para todos.