Bajo el sol del verano, La Rioja volvió a encontrarse con Dios: el Tinkunaco 2025
Bajo el sol implacable del verano riojano, a las 12 del mediodía, como marca una tradición que no cambia, se celebró una vez más el Tinkunaco en la Plaza 25 de Mayo de la ciudad capital. Ante una multitud de fieles y con la presencia del obispo de La Rioja, monseñor Dante Braida, junto a todo el clero de la diócesis y a monseñor Quique Martínez, obispo auxiliar de Santiago del Estero, el pueblo riojano renovó, como cada 31 de diciembre, su cita con Dios: un encuentro que no se suspende por el calor ni por la lluvia y que siempre vuelve a ofrecer una nueva oportunidad para decirle “sí” al Señor.
Fiel a una tradición que atraviesa generaciones, el Encuentro se realizó puntualmente a las 12 del mediodía, un horario que el pueblo riojano reconoce como la hora indicada para una cita con Dios. No importa el calor extremo ni la amenaza de lluvia: el Tinkunaco no cambia su horario, porque el amor que convoca tampoco se negocia.
En la Plaza 25 de Mayo, colmada de fieles, estuvo presente el obispo de La Rioja, monseñor Dante Braida, acompañado por todo el clero de la diócesis y el obispo auxiliar de Santiago del Estero, monseñor Enrique Martínez, dando testimonio de una Iglesia que camina junto a su pueblo. Cada 31 de diciembre se convierte así en un tiempo de gracia, una nueva oportunidad para renovar la fe, volver a elegir el camino del Evangelio y decir, una vez más y con todo el corazón, “sí” al Señor.
Este miércoles, el sol estuvo presente, firme y ardiente, como testigo de una celebración que atraviesa siglos y contextos. Bajo ese cielo inclemente, el pueblo caminó, esperó, rezó y lloró. Porque el Tinkunaco no se mira: se vive.
Apenas se percibió la imagen de San Nicolás, patrono amado de los riojanos, los pañuelos se elevaron al cielo y la emoción brotó sin permiso. Las lágrimas aparecieron en muchos rostros: allí se entrega todo lo vivido durante el año, lo que se logró y lo que no, los dolores, las ausencias, los que ya no están y la gratitud profunda por quienes siguen caminando. En San Nicolás y en el Niño Jesús Alcalde se deposita la vida entera.
El canto tradicional del Niño Alcalde, interpretado por el Coro Inmaculada Concepción de María del barrio Los Olivares, terminó de abrir los corazones. La música no fue un adorno: fue oración hecha melodía, clamor del pueblo sencillo que se sabe acompañado por Dios.
Las imágenes sagradas —San Nicolás, Jesús, Divino Niño Alcalde, y San Francisco Solano— se hicieron presentes como síntesis viva de la fe riojana. San Francisco Solano, el mediador, el misionero que supo acercar dos culturas enfrentadas —la indígena y la española— mediante el Evangelio, volvió a recordarnos que la paz no nace de la imposición, sino del encuentro humilde.
Ese acontecimiento fundacional ocurrido en la Pascua de 1593, renovado litúrgicamente desde 1953, se vuelve a actualizar año tras año. Cada Tinkunaco se celebra en un contexto distinto —cultural, social, político, humanitario— porque la sociedad cambia, pero Cristo permanece, presente en cada transformación de la historia.
La voz del Encuentro volvió a ser la del padre Juan Manuel Gómez, quien años atrás fue seminarista y hoy, ya sacerdote, se entrega por completo al servicio del anuncio. Su voz, cargada de emoción auténtica, no solo relató el rito: lo habitó. Junto a otros locutores, fue puente entre el misterio y el pueblo, dejando que la Palabra toque donde debe tocar.
Uno de los gestos más significativos volvió a repetirse: la entrega de la llave de la ciudad al Niño Alcalde, realizada por el intendente capitalino Armando Molina y la vicegobernadora Teresita Madera. En ese gesto simbólico, se reconoce que el poder verdadero no nace del hombre, sino de Dios; que la justicia, la autoridad y la paz tienen su fuente en Cristo, el Rey humilde nacido en Belén.
Y llegó el momento más profundo, el más esperado, el que atraviesa generaciones: las genuflexiones. De rodillas ante Jesús, divino Niño Alcalde, el pueblo confesó su fe. De rodillas, reconoció su pequeñez. De rodillas, expresó el deseo sincero de volver a encontrarse con el Dios de la vida, con la esperanza, con el amor, con Aquel que nació para salvarnos y entregó su vida para lograrlo.
Cada genuflexión fue una oración silenciosa:
—Jesús, Hijo de Dios, te adoramos.
—Jesús, Rey y Señor de nuestras vidas, te adoramos.
—Jesús, Dios hecho hombre, nacido de María, te adoramos.
El Tinkunaco es piedad popular viva, no una fe secundaria, sino una expresión auténtica del encuentro del pueblo con Dios, como lo enseñaron San Pablo VI y el Documento de Aparecida. Aquí la fe se hace cuerpo, gesto, canto, abrazo, silencio y rodilla en tierra.
El saludo de la paz selló ese espíritu fraterno: la paz que no nace de los acuerdos humanos, sino de Jesucristo, el Príncipe de la Paz. “Por los ojos se da la paz”, se cantó, recordando que mirarnos como hermanos es ya comenzar a reconciliarnos.
Así, una vez más, La Rioja dio testimonio de que la paz es posible, de que caminar juntos bajo la mirada del Dios de la vida no es una utopía, sino una realidad concreta. El Tinkunaco no se encierra en la plaza ni en la ceremonia: nos envía. Nos manda a ser artesanos de paz en la vida cotidiana, en las familias, en la sociedad, en la historia concreta de nuestra provincia.
Este Tinkunaco 2025 vuelve a convocarnos como Iglesia riojana a echar las redes juntos, confiando no en nuestras fuerzas, sino en la Palabra del Señor. A no resignarnos frente a los desencuentros, a animarnos al diálogo, al perdón y a la reconciliación.
Porque aquí nadie es extraño.
Porque todos somos parte del mismo pueblo.
Porque el Encuentro sigue siendo posible.
Bajo el sol ardiente del verano riojano, Dios volvió a salir al encuentro de su pueblo. Y el pueblo, una vez más, respondió.




















