Artémides Zatti, el «enfermero de la Patagonia» será declarado santo

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El Santo Padre Francisco autorizó el sábado 9 de abril, al cardenal Marcelo Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, la promulgación del decreto que reconoce el milagro atribuido a la intercesión del beato Artémides Zatti, conocido como “el enfermero santo de la Patagonia o el enfermero de los pobres”. Vivió en Viedma, Río Negro entre 1902 y 1951.

Artémides Zatti había sido beatificado por el papa Juan Pablo II en abril de 2002, por un milagro que lograron confirmar dos años antes los médicos de la Congregación para las Causas de los Santos en Roma.

En 1976, el “Pariente de los Pobres”, como también lo llamaban, comenzaba su camino de santidad por la Conferencia Episcopal Argentina. En 1980 fue declarado Siervo de Dios, y venerable el 17 de julio de 1997.

Don Zatti murió el 15 de marzo de 1951, tras varios días de agonía. Había dedicado sus últimos 50 años a los enfermos de la capital rionegrina que eligió para vivir y morir, para cumplir la promesa de dedicar su vida a Dios si lograba curarse de la tuberculosis, la misma enfermedad que lo unió con otro santo patagónico, Ceferino Namuncurá.

Dirigió el hospital salesiano San José, que se erigía en el mismo lugar donde hoy se edifica el obispado de Viedma, y alcanzó a trabajar unos pocos años en el nuevo nosocomio, que con absoluta justicia lleva su nombre.

Artémides Zatti nació en Boretto, en la provincia de Regio Emilia, el 12 de octubre de 1880, en el hogar de Luis Zatti y Albina Vecchi, una familia granjera. Desde pequeño se acostumbró al trabajo y al sacrificio. Cuando tenía nueve años ya ganaba su dinero como mano de obra contratada. Obligados por la pobreza, en 1897 la familia Zatti emigró a la Argentina estableciéndose para iniciar una nueva vida en Bahía Blanca. Allí Artémides empezó a asistir a la parroquia a cuyo cargo estaban los padres salesianos y se convirtió en un ayudante del párroco, Padre Carlos Cavalli, con quien compartía a menudo el trabajo y la oración. Sentía el deseo de ser salesiano y fue aceptado como aspirante por el oispo Cagliero y, cuando cumplió veinte años se integró a la Comunidad en Bernal.

Empezó a estudiar con seriedad para recuperar el tiempo perdido. La providencia le confió la atención de un joven sacerdote que estaba enfermo con tuberculosis y que murió entonces en 1902. El día en que Artémides debía recibir su hábito, también él contrajo la enfermedad. Cuando volvió a la comunidad, el padre Cavalli lo envió al hospital de la misión en Viedma. El padre Evaristo Garrone, con gran experiencia en ello, estaba a cargo del hospital. Artémides, junto con él, solicitó y obtuvo de María Auxiliadora la gracia de recuperarse, prometiendo dedicar su vida entera a la atención de los enfermos.

Se recuperó y mantuvo su promesa. Al principio empezó a ocuparse de la farmacia adjunta al hospital, donde aprendió cómo trabajaba el padre Garrone: sólo aquellos que podían pagaban. Cuando el padre Garrone murió, él tomó la responsabilidad total.

En 1908 hizo su profesión perpetua. Estaba completamente dedicado a los enfermos. La gente lo buscaba y lo admiraba. Para el personal del hospital él no era solamente un excelente director sino sobre todas las cosas, un excelente cristiano.

Un día en la vida de Artémides Zatti
Sus biógrafos la describen así: “A las 4.30 ya estaba levantado. Meditación y misa. Visita a los enfermos. Después salía en bicicleta a visitar a los enfermos en la ciudad. Después del almuerzo jugaba con entusiasmo un juego de bochas con aquellos que se estuvieran recuperando. Desde las dos a las seis de la tarde, visitaba nuevamente a los enfermos en el hospital, así como también a los de afuera del hospital. Después, hasta las ocho de la noche trabajaba en la farmacia. Luego de vuelta al hospital. Hasta las 11 de la noche estudiaba medicina y, finalmente, leía algo espiritual. Después iría a descansar, pero siempre estaba a la orden para cualquiera que solicitara ayuda”.

Obtuvo su diploma de enfermero y en 1913 dirigió la construcción del nuevo hospital el que, muy a pesar suyo, fue demolido. Sin descorazonarse, empezó nuevamente. Como Don Bosco, la providencia era el primero y seguro ingreso del balance que tuviera que hacer de sus obras. En 1950 se cayó en la escalera y fue confinado a la cama. Después aparecieron algunas señales de cáncer. Tuvo su último suspiro el 15 de marzo de 1951.