El padre Miguel La Civita, junto con Quique Martínez (obispo auxiliar de Santiago del Estero) y Carlos González fueron 3 jóvenes seminaristas que dejaron sus diócesis de origen para estar con Angelelli. Lo sintieron un padre y por esas cosas de la vida los mandó un poco para formarse y otro poco para salvarlos de la persecución, al Colegio Máximo de los jesuitas de donde Jorge Bergoglio era el superior.
A continuación el testimonio del Padre Miguel, párroco de Santa Rita en la Ciudad de La Rioja.
Soy rosarino, en el contexto de mi vida había una crisis post concilio y fue una cuestión sociológica ¿Por qué nos interesaba la pobreza? Admirábamos a los teólogos que tenían compromiso con los pescadores, rechazábamos al cura que venía con un auto último modelo. Lo que uno respiraba estaba en el aire y eso ponía en crisis la estructura cerrada del seminario y aparecían curas que eran modelos de vida y queríamos ser como ellos. El padre Amiratti, Jiacobe, nos pintaban la búsqueda de una iglesia más cerca de la gente.
Del grupo mío éramos 60 y llegamos 3 a cura y dejaban por la época de la crisis profunda en donde el seminario no los podía contener, crisis de pibes. Yo perseveré por esa búsqueda, yo salí del seminario, me fui a mi casa, me puse a trabajar, el padre Santidrián nos llamaba nos juntaba, a nosotros más que irnos nos habían echado. Yo estaba en crisis sentía que en la Iglesia no tenía lugar. Los curas que vivían la pobreza era una mística, tenían un compromiso con la gente, de esos curar que vivían ayudando a los otros. El padre Amiratti todo lo que le regalaban lo daba, el reloj, la TV, la mesa.
Volví a entrar al seminario por la diócesis de Venado Tuerto y vinimos a Córdoba, Amiratti había venido a La Rioja, Angelelli ya era obispo de La Rioja y había viajado a Rafaella donde se había encontrado con los obispos de Rafaella y Corrientes, Mons. Brasca y Mons. Devoto que tenían una línea parecida. Yo tenía amistad con las monjas azules de Córdoba, respirábamos el mismo aire que ellas, una de las hermanas nos dijo que venía y que podíamos verlo. Ese fue el primer encuentro, hacerle preguntas, hablar de cualquier cosa, me impactó y fue decir ¡esto es lo que estoy buscando! ¡Esta persona me llena el alma! Seguimos contactándonos por carta, nos invitó a que viniéramos a conocer La Rioja, nos escapamos del seminario, el rector era Di Sandro y nos trajo el turco Nassar un cura muy amigo de Angelelli. Hicimos una carta que decía “nos vamos del Seminario porque queremos ser curas”, él la leyó, corrigió las puntuaciones y nos hizo agregar lo de “una voz en el pueblo y otra en el Evangelio”. Cada vez nos impactaba más. La segunda vez que vinimos fue poco después que lo echaran de la parroquia de Anillaco. Se sentaba con nosotros, nos hacía de comer, nos explicó lo que había pasado y era el estilo que uno quería, buscaba con una formación más abierta, más integral, no sólo intelectual. Habían empezado a mandar a los seminaristas y al llegar nosotros eso se había replegado y un montón de gente se fue, venir a La Rioja fue ese planteo, vivir de nuestro trabajo, tener la parte formativa. Angelelli quería hacer un seminario y para eso lo convocó a Lucio Gera. Un día le preguntamos si nos recibía a los (Quique, Carlos y yo) y nos dijo ¡despues de las elecciones vénganse! Nosotros en el 73 ya nos vinimos para La Rioja como seminaristas a terminar de formarnos y nos mandaron a la parroquia del Barrio Joaquín V González vivíamos con el P Luis Pradenna, le decíamos el padre rector. Y se cumplió lo que buscábamos, vivíamos de nuestro trabajo, hacíamos mantenimiento aquí en el obispado, pintamos, arreglamos y él andaba siempre atrás nuestro. El venía cuando estábamos trabajando, una vez estábamos limpiando las cloacas en el fondo y nos decía ¡a ver si entre caño y caño agarramos un libro y nos vamos formando!
Angelelli tenía la parte intelectual y también la misionera nos decía ¡a los documentos del Concilio los van a estudiar conmigo y en latín! Era un apersona con mucha cabeza y mucho corazón, el trato era de padre a hijo. Tenía la llave de la puerta de la casa y dos o tres veces por semana iba y se quedaba horas, nosotros lo escuchábamos. Nos contaba la situación que se vivía, era una época crítica, amenazaban, metían preso, a los laicos del movimiento rural, ni las monjas se salvaban. También nos contaba de los aportes al Vaticano II, de los obispos que iban a pasear a Roma, muchos no estaban en las sesiones. Risueñamente decía que el espíritu santo hace su trabajo porque si estaban las cosas no hubiesen salido así, era mejor que algunos no vayan para que no opinen. Lo que salía de ahí eran bocanadas de oxígeno, cosas impensadas, la Populorum Progressio, Matter et Magistra, la reforma de la liturgia, el concepto de pueblo de Dios. Congar, perseguido por la Iglesia y luego teólogo del Concilio. En el concilio no se habló mucho de pobreza, pero estaba en el sustrato, un grupo de obispos hizo un juramento en las catacumbas de fidelidad a los pobres.
También cada uno de los 3 cada fin de semana que salía lo acompañábamos, nos gustaba estar con él, nos impactaba por su preocupación por uno, la valoración de uno como persona. Estábamos trabajando en un pozo, embarrado hasta las orejas, se acercaba y te decía ¡Varón! ¿Qué haces? Se interesaba por el problema, alguien que tenía un millón de problemas se interesaba por lo que hacíamos, su permanente estar en las comunidades y con su gente.
No nos dábamos cuenta que lo podían matar, no pensábamos en eso aunque vivíamos al filo de la navaja y el diario El Sol le daba todos los días con un hacha. En córdoba angelelli había hecho un trabajo profundo por eso lo sacaron, pensaron “lo mandamos a La Rioja, se va a podrir ahí”; él se ocupaba de formarnos por eso yo quiero rescatar anécdotas de él, lo humano de él. Uno descubrió ese ser humano que estaba por encima de ser obispo. Iba a casa y te daba cátedra, quedábamos encandilados con sus enseñanzas. Era un hombre de oración, me hizo poner una lamparita en el rincón en la escalera de San Nicolás, él bajaba y quedaba frente al Santísimo y la gente no lo veía y rezaba tranquilo. Cuando le preguntábamos qué había que hacer para ser buen cura: escuchar a la gente y tener callo en las rodillas y los codos de tanto rezar. Decía que el obispo es profeta y es pastor, no puede estar adelante como el profeta porque le comen las ovejas, vemos el horizonte pero tenemos que hacer el camino. Nos gustaba que fuera de primera línea, pero él nos centraba, nos hablaba de estar con la gente y con el Evangelio.
Cuando lo mataron yo estaba en Buenos Aires, como estaba sin documentos no pude venir. Nos enteramos por Gonzalo Llorente (sacerdote de la Diócesis de La Rioja) del accidente. Al principio todos hubiéramos querido que fuera un accidente, de que no lo mataran ¡nos mataron a nuestro viejo!. Nosotros nos queríamos venir y el Padre Zorzín (s.j) no me dejó venir porque era meterse más en problemas, Carlos se quedó a acompañarme y Quique se vino. Bergoglio no estaba, estaba en Centroamérica y cuando volvió (era el provincial).
Yo supongo, nunca me lo dijeron, pero fue para salvarnos. Monseñor nos dijo que lo acusaron en la Conferencia Episcopal de que “sancochaba” curas, por eso buscaba una formación certificada y nos quiso proteger. La primera casa que allanan fue la nuestra, nos salvamos y el cura Luis se salvó porque había salido. Había muchos soplones a los que les pagaban e inventaban cosas.
La última vez que lo vimos fue en Bs As, él estaba muy afectaba por los problemas que se estaban viviendo, habían metido presos a varios curas. Ese día que vino a bs as comimos un asado y nos dijo no quiero pensar en problemas cuéntenme cuentos. Quique y Carlos que son cordobeses contaban cuentos por ahí medios subidos y él les decía ¡no cunetiei loco, no cunetiei! Nos dimos cuenta que no estaba bien, estaba con miedo, sentía que lo vigilaban, se sentía perseguido, constantemente el La rioja lo paraban, le pedían documentos.
En él encontré un padre en la fe, la tarida a Buenos Aires fue dolorosa, fue dejar lo que hacíamos y a él también le costó.
Nosotros estábamos en el segundo piso del Máximo en San Miguel casi escondidos, conocíamos los pasos de todos porque si no era conocido había que escapar. Cuando llegó Bergoglio a los pocos días de la muerte de Angelelli era la madrugada y fue directamente a vernos ¡nos julepeamos! Y ahí nos abrazó, nos escuchó, nos contuvo. Fue otro padre para nosotros.
¡Nosotros le llamábamos Jefe! También monseñor, monse, siempre de usted…y cuando contábamos cuentos, por ahí se nos escapaba un ¡Pelado!