En la Encíclica Laudato Si el Santo Padre, nos enseña que así como el hombre no puede ser reducido a objeto tampoco los demás seres vivos pueden serlo. Todas las criaturas son sujetos y no meros objetos y todos tienen un fin y todos están relacionados. “…cada criatura tiene una función y ninguna es superflua…” (84). Te compartimos el testimonio de una mujer llena de amor para con los animales, una conmovedora misión:
Soy la maestra Silvia Bravo vivo en Villa Unión y me jubilé en el 2016 donde comencé mi misión de cuidar a los animales, sobre todo los perros, pero también en alguna oportunidad cuidé caballos, gatos, ovejas.
Siento esta actividad como una misión porque muchas veces llegaron animales a mi vida de una manera providencial, a veces me preguntaba por qué este perro y otro no, por qué no me enteré del otro, sin embargo, de este sí. Por eso creo que Dios me da esta misión por algo.
Todo empezó cuando se me murió mi perro llamado Milo, salió un día a la mañana y lo agarró un perro pitbull. Fue muy duro para todos porque lo amábamos. En casa a mis hijos no le permitía más de uno, hoy en día tengo 21.
Un día me llegó la noticia de que en el río habían tirado una caja con 6 perritos recién nacidos. Salí a buscar una madre sustituta; se los llevamos a una gata para que les dé de mamar, hasta que crecieron y los traje a mi casa, y los empecé a dar en adopción.
A partir de entonces, cada perro que estaba tirado ya me llamaban. He rescatado perros del basurero, de la ruta, de hogares que los maltrataban.
Siempre me pasaba algo particular cuando encontraba algún perrito. Saliendo de Villa Unión a Chilecito hay una difunta correa; pasábamos mañana y tarde, y siempre me olvidaba de llevarle la velita y el agua para regar las plantas.
Un día, cuando veníamos, lo primero que me acordé fue de la velita y el agua. Llegamos y nos paramos en la difunta; apenas nos bajamos del auto, nos sale al encuentro una perrita blanca. Miramos para todos lados para ver si estaba con alguien, pero estaba sola, por lo tanto, la subimos y la trajimos; se llama Tucu (por el lugar donde la encontré, en las Tucumanesas). Tantas veces que pasábamos por esa gruta y siempre me olvidaba la vela y el agua, y no nos parábamos, y ese día que las llevé justo aparece esta perrita.
Otro día me llamaron por teléfono que en el basurero había dos perritas, así que todos los días iba a darles de comer allí, porque no me las podía traer a casa, ya tenía muchos. Un día decidí traérmelas; les puse las inyecciones correspondientes; a una logré darla y la otra se quedó conmigo; se llama Basho (no le iba a poner «Basurera», así que le puse «Basho»).
Acogerlos me hace sentir como la mamá de todos ellos; la verdad es que me dan mucha ternura. A veces evito mirarlos a los ojos en esa situación de abandono o maltrato porque me superan; me ganan el corazón y los traigo. Son tan agradecidos, tan llenos de amor, tan incondicionales que no puedo dejarlos así. Si por mí fuera, me los traería a todos.
Tenía que llevar una medicación a un perrito que estaba en Los Palacios (lugar de Villa Unión), y al mismo tiempo me llamaron de un barrio para decirme que una familia tenía uno enfermo, pero no le quise dar tanta importancia para evitar traérmelo. Cuando íbamos, me distraje y doblé primero para el barrio, así que bueno, llegamos y golpeé la puerta con la excusa de pedirle un traje de payaso. Me abren y justo vi al perrito. Ni me acordé del disfraz; les exigí que lo llevaran a la veterinaria. Cuando nos íbamos, escuché que decían mi nombre; subimos para irnos rápido, y me golpearon la ventanilla. La bajé, y me contaron que tenían un perro de cuatro meses, que una perra lo mordió en la cervical, por lo tanto, quedó inválido y lo querían dormir. No estoy de acuerdo en matarlos, así que les dije que lo iba a ir a ver. Llegué a la casa, era noviembre, el sol partía la tierra; él estaba tirado, todo lastimadito, arrastrándose. Lo alcé y le dije “vos no volvés más aquí”; nunca más volvió. Lo llevamos, le hicimos una placa, y confirmaron que tenía un desplazamiento cervical, que no iba a volver a caminar. Le hicimos un carrito; volaba en la casa, de una pieza a otra, hecho un avión. Un día vi que las patitas de atrás las hacía como un muñoncito y solo avanzaba para atrás; le hicieron de nuevo una placa, y se dieron cuenta de que había sufrido otro desplazamiento. A partir de allí, me aconsejaron que carro nunca más, pero sí un cuello ortopédico. Desde entonces, criarlo fue todo un tema; encontré la forma de alimentarlo, usaba pañales, dependía mucho. Pero al pasar el tiempo, dejó los pañales y comenzó a tener una vida más independiente en su limitación. Ya va a cumplir cinco años ahora el 20 de julio; es muy mimoso, se llama Zeus. Aquí hay un video de su proceso:https://www.youtube.com/watch?v=jaeMUTE9554
Por eso, creo que Dios me pone los perros que él cree conveniente, no me da cualquiera. Todas las historias me conmueven. En el barrio me tienen como la loca de los perros, pero no les doy importancia, porque si mi locura sirve para darles refugio o amor a los animales, ¡viva la locura!
Hay mucha gente que no tiene conciencia de que los animales son obra de Dios y que hay que cuidarlos y respetarlos. No sabes la satisfacción que te da cuando ves a un perrito salir adelante, que se recupera, aun cuando los mismos dueños quieren matarlo. Cuesta mucho hacerles entender que, a pesar de ser un perro, es un ser vivo y necesita amparo.
Los perritos son seres muy especiales; no son todos iguales, tienen su carácter, su forma de ser, y lo que más me sorprende es el entendimiento que tienen, que roza con la inteligencia. Es notable cómo se expresan; yo tengo 21, pero hay una sola que abraza, la Tucu.
Tuve que entender que no soy Dios y no puedo salvar a todos. Cuando se me moría un perro, no podía dejar de llorar; me ponía mal. Tenía mentalizado que no se me podía morir ninguno; si hacía todo, lo medicaba, lo llevaba al veterinario, no había forma. Pero siempre los encontraba en un mal estado.
Soy muy feliz con esta misión, y tenemos que educar y concienciar sobre el cuidado de los animales. Merecen un hogar digno, lleno de amor.