Nos estamos aproximando a celebrar la venida de Jesús al mundo: la Navidad. Hoy comenzamos la tercera semana de adviento, de preparación para ese advenimiento: el Hijo de Dios se hace Hombre para que los hombres se hagan más hermanos, porque esa es la voluntad de Dios Padre. Nos preparamos para el gran advenimiento: “el Señor viene” y “está muy cerca”. Viene a reconciliarnos en el amor, porque El es amor.
La Navidad es el paso de Dios. Dios pasa entre nosotros, dejándonos un mensaje que alegra nuestra vida, que da esperanza a nuestra marcha de peregrinos y que inspira confianza en medio de nuestra debilidad e impotencia.
Por eso, el adviento es hacer realidad las palabras del profeta Isaías; “preparen los caminos del Señor”… porque el Señor Dios pasa y nos trae su mensaje. Por esto el Apóstol San Pablo nos insiste: “Alégrense en el Señor en todo tiempo. les repito: alégrense”… “Entonces la paz de Dios, que es mucho mayor de lo que se puede imaginar, les guardará su corazón y sus pensamientos en Cristo Jesús”…
Prepararnos a recibir al Señor Dios que pasa y a escuchar su mensaje, implica y exige un cambio de vida. Es una ruptura con el hombre viejo, con el hombre que ha crecido deformado por el pecado, por el egoísmo que lo ha tornado indiferente ante sus hermanos, por la ambición de dinero y de poder que lo ha llevado a subestimar la persona de los otros hombres, el afán de tener más, a costa de cualquier precio, en lugar de ser más.
El Adviento es clima propicio para hacer una revisión personal, pensando que Dios es testigo de nuestros pasos y actitudes, de nuestras palabras y pensamientos. No se trata de una justificación ante los hombres, a quienes podemos engañar fácilmente. El Adviento nos pide sincerarnos ante Dios, para que cambiemos el corazón de Piura en un corazón de carne.
“Rellénense todas las quebradas, aplánense todos los cerros, los caminos con curvas serán enderezados. Y los ásperos suavizados”… grita el Profeta Isaías. Es una forma gráfica, pero terminante, que usa el profeta para explicar que la conversión o el cambio de vida tiene que llevarse a cabo sin pérdida de tiempo y sin retaceos ni mezquindades.
Nosotros también podemos preguntar como lo hicieron quienes llegaban a Juan Bautista pidiendo el bautismo: “¿qué debemos hacer?…” Y el Precursor,Juan, les contestaba: “el que tenga dos vestidos, dé uno al que no tiene y quien tenga qué comer haga lo mismo”… “No cobren más de debido”… “No molesten a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con lo que les pagan”…
Sí, ¿qué debemos hacer para convertirnos, para cambiar de vida?… ¿Cómo disponernos a descubrir el paso del Señor Dios?… ¿Qué tenemos que hacer hoy y aquí, en nuestra Rioja?… ¿Existen el respeto al otro y, como consecuencia, la armonía a nivel de familiar, de barrio, de pueblo, de provincia?… ¿Buscamos la verdad, como fruto del diálogo o más bien recurrimos a la mentira, a la calumnia, para encubrir la ambición de poder y de dinero. …Si creemos estar en lo cierto, ¿tomamos una postura valiente conversando con quien o quienes juzgamos equivocados?… ¿O más bien nos escondemos en la cobardía, nadando los daros de la difamación, atacando impunemente el honor de las personas?… ¿Queremos una sociedad más humana, más fraterna y más justa?… O permitiremos que el egoísmo y el odio, la envidia y la murmuración se enquisten en nuestras familias, en nuestros barrios y pueblos, en nuestra provincia, para que “el hombre sea lobo del hombre?”… ¿Anhelamos la paz o la guerra?… ¿Deseamos vivir alegremente porque respondemos sirviendo al Cristo que está en cada hermano?… ¿o preferimos ser esclavos de las pasiones, abusando, extorsionando, delatando o denunciando falsamente, con el pretexto de una felicidad, que es aparente y que, luego, se transformará en tortura y en amargura?…
El hombre y la mujer, el anciano, el joven y el niño, el funcionario y el empleado, el ilustrado y el que no lo es, el que vive holgadamente y el que sufre la estrechez económica… todos tenemos una misma raíz: somos hijos de Dios. Y todos caminamos hacia un mismo fin: dar cuentas a Dios de la propia vida. Entre el origen y el fin de nuestra existencia hay un camino, que no lo hacemos solos, hay una historia en la que no estamos abandonados; sino que Dios camina con nosotros y con nosotros hace la Historia. Y para que ese camino no sea tortuoso ni la historia esté protagonizada por el pecado que destruye y divide, Dios deja oír su voz llamándonos a la conversión: “no te fijes en la paja que hay en el ojo de tu hermano, sino en la viga que hay en tu ojo”… “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos”… “muchos que ahora son los primeros, serán entonces los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros”… “Guías ciegos: cuelan el mosquito, pero tragan el camello”…
Dios deja oír su voz llamándonos al cambio de vida: que dejemos el odio, para vivir el amor; que practiquemos la justicia, contribuyendo a la realización personal de nuestros hermanos; que seamos los constructores de la paz desde una actitud servidora y desinteresada.
El Señor Dios está cerca. Pronto será Navidad. Está muy próximo el Encuentro del Niño Alcalde y San Nicolás. Nos encontramos celebrando el Año Santo. No cerremos nuestros oídos al Dios que nos habla. La conversión es costosa, porque somos débiles y orgullosos, porque somos limitados y soberbios. Por eso nos aconseja el apóstol Pablo: “…recurran a la oración y a la súplica”… Está en juego nuestra liberación. Jesús vendrá por segunda vez. San Lucas nos escribe que Jesús tiene en sus manos “la zaranda para limpiar el trigo y recogerlo después en su granero; pero, la paja la quemará en el fuego que no se apaga”…
La conversión provoca la verdadera alegría y nos introduce en lo que afirma San Pablo; “Y sea tal la perfección de su vida, que toda la gente lo pueda notar”.