Fuente: AICA
El papa Francisco impartió este domingo la tradicional bendición “Urbi et Orbi”, y pronunció su mensaje de Navidad desde el balcón central de la basílica de San Pedro, desde donde exhortó a acallar las armas y poner fin inmediatamente a la «guerra insensata» en Ucrania. Además, denunció que se está viviendo una «grave carestía de paz» en ese país -invadido por Rusia hace diez meses- y en otros escenario de la «tercera guerra mundial»: Siria, Israel, Palestina, Haití, Líbano, el Cuerno de África y Afganistán…
«Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!'», expresó, e invitó a volver la mirada a Belén.
«El Señor vino al mundo en una gruta, y fue recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que alumbra el camino. ‘La luz verdadera, al venir a este mundo -dice el Evangelio-, ilumina a todo hombre'», predicó.
“Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo”, agregó.
El pontífice pidió que, como los pastores de Belén, «dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Francisco nos pidió que venzamos el letargo del sueño espiritual y de las falsas imágenes de la fiesta, que hacen olvidar quién es el homenajeado, que salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos, más que a contemplar el acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por nosotros».
«Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo, recordó el Papa, mencionando además a San León Magno, que tiene ‘una expresión que, en la concisión de la lengua latina, resume el mensaje de este día: ‘Natalis Domini, Natalis est pacis’, ‘el Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz», recordó.
En su mensaje, el Papa señaló que «Jesucristo es también el camino de la paz. Jesús, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. Francisco nos pidió que sigamos esa senda, pero para ser capaces de seguir a Jesús “debemos despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados”.
«Las cargas que nos impiden seguir al Príncipe de la Paz son las mismas pasiones negativas que impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús: el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira», advirtió Francisco, completó: “Estas cargas imposibilitan ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad”.
Que sea la Navidad de Jesús y de la paz
“Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz” -animó el Papa-, contemplemos Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido. Y, en ese pequeño semblante inocente, reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz”.
Francisco, una vez más, recordó a Ucrania, y pidió que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra.
«Que abramos el corazón a Dios y que permitamos que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad, para ayudar a quienes están sufriendo. Que Dios ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y de poner fin inmediatamente a esta guerra insensata», pidió.
“Lamentablemente, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?”, interpeló, y enumeró otros escenarios de conflicto, algunos de los cuales llevan un tiempo y han sido olvidados por el resto de la humanidad.
“Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al Señor que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza recíproca entre israelíes y palestinos”, detalló.
Francisco pidió que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que viven en todo Medio Oriente, para que en cada uno de esos países se pueda vivir “la belleza de la convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos”, y rogó al Niño Jesús que ayude al Líbano para «que, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y la solidaridad, pueda recuperarse».
«Que Dios ayude a la región del Sahel, donde la convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia», puntualizó también, y pidió por una tregua en Yemen, y por la reconciliación en Myanmar y en Irán, para que cese todo derramamiento de sangre.
El Papa pidió además al Niño Jesús que inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, para esforzarse por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países, y recordó particularmente a Haití, país que está sufriendo desde hace mucho tiempo.
La humanidad sufre de hambre
Francisco, pensando en este día en el que se reúne la familia en una mesa “bien preparada”, pidió no desviar la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y que cada uno piense en las personas que sufren hambre, sobre todo los niños. Recordó una vez más que, mientras se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas, pueblos enteros sufren de hambre.
Desde que comenzó la guerra en Ucrania, poblaciones enteras en Afganistán y los países del Cuerno de África están sufriendo la carestía. Las guerras provocan hambre, afirmó el Papa, y usan “la comida como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo”.
«Que aprendiendo del Príncipe de la paz nos comprometámonos todos —en primer lugar, los que tienen responsabilidades políticas—, para que la comida no sea más que un instrumento de paz», afirmó.
Francisco dijo, por último, que «hoy como en ese entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge, más bien lo rechaza, como ocurre hoy día con los extranjeros, o se le ignora, como pasa con los pobres».
«No nos olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos, que corren el riesgo de ser descartados; de los presos, a los que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos», sostuvo.
Belén, aseguró, muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto como los pastores. Nos pide que, como ellos, vayamos también nosotros sin demora y nos dejemos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios, que se hace hombre para nuestra salvación.
«Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre, y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud», concluyó.+