En esta particular conmemoración del Día Internacional del Trabajo queremos expresar nuestra cercanía con todas las personas trabajadoras, agradeciendo el enorme esfuerzo que están haciendo, sosteniendo la vida cotidiana de la Patria.
En el escenario local de crisis económica de varios años, al que se sumó globalmente la pandemia del Covid 19 y, más recientemente, las alteraciones en los valores de productos por la crisis bélica internacional, es necesario que imaginemos la construcción de un nuevo futuro del trabajo fundado en una economía productiva y en condiciones laborales decentes y dignas y que promuevan el bien común.
Por ello, también es necesario dar prioridad, a la hora de dar respuestas concretas, a aquellos que se encuentran en los márgenes del mundo del trabajo. Reiteramos que es imprescindible cambiar definitivamente el paradigma del subsidio por el paradigma del trabajo.
Es necesario tener presente que el empleo formal debe abarcar las nuevas formas de la economía popular que viene creciendo en todo el planeta. Este nuevo modo de economía de personas que fueron descartadas de los empleos formales pero que se han asumido como sujetos trabajadores y al tiempo que desarrollan innumerables emprendimientos laborales, esas “experiencias de salvación comunitaria”i, se organizan como asociaciones o sindicatos
Recientemente, la Pastoral Social cordobesa expresaba: “En un país que tiene tantos recursos y posibilidades de multiplicarlos, pero que, paradójicamente, tiene altos índices de desocupación y de pobreza, es urgente reconstruir y extender la cultura del trabajo. Es imperioso que los argentinos volvamos a crecer en la conciencia de que el trabajo dignifica y amplía las oportunidades para todos.” Tal dignidad supone tanto la generación de empleo como la justa remuneración por el mismo.
Los dirigentes sociales y políticos y quienes tienen responsabilidades en los gobiernos deben inspirarse en la caridad política, dado que «Su responsabilidad es grande, pero aún es más grande el bien que pueden lograr», tal cual señala nuestro Papa Francisco. “Por ello, el esfuerzo debe estar dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria”, propiciando igualdad de oportunidades en acceso a programas del Estado para todos, sin exclusiones sectoriales, aun cuando no pertenezcan a organizaciones o movimientos mayoritarios. Es imperioso que siga bajando la desocupación y crezca el trabajo formal.
A los empresarios y a sus dirigentes los alentamos a que no olviden su verdadera vocación, que debe ser la de producir riqueza al servicio de todos, creando trabajo y producción sin dañar la naturaleza, dado que “un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia de las generaciones futuras, no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse decente”. ii
A los representantes de los trabajadores y las trabajadoras, que se enfoquen en las situaciones concretas de los barrios y de las comunidades en las que actúan, dando voz a los que no la tienen y defendiendo los derechos de aquellos más vulnerables. Francisco advierte que es necesaria una transformación ética y cultural, es decir, una sincera conversión de las actitudes del corazón porque sino, ese cambio de estructuras termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir iii, que no se quiera encorsetar el movimiento en estructuras rígidas… mucho menos intentar absorberlo, dirigirlo o dominarlo.
San José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta—nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
Finalmente, nos encomendamos a San José, a ese hombre que le pone el hombro a Dios, un trabajador que enseña y colabora con un Dios trabajador.
Comisión Episcopal de Pastoral Social, 29 de abril de 2022