María, Madre de la Iglesia y Madre de nuestra tierra

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Llegó a Tama para quedarse y acompañar nuestro pueblo.

A la Virgen María se la venera, se le pide, se le agradece, se le reza. Se le suele llamar amiga, compañera, modelo, mujer. Pero desde la primera comunidad de los apóstoles la tradición de la Iglesia cuenta que se la siente como Madre. Así lo confirma la piedad popular que se siente abrogada por Ella desde su actitud materna.

Jesús en la Cruz, cuando la entrega a Juan y en él a todos nosotros, dice madre y dice hijo, dice mujer[1]. Desde allí surge esta maternidad espiritual que es asociada a la mujer.

Desde siempre la Iglesia recalcó el título de María como Virgen más que el de Madre. Se habla de la Virgen María y poco de la Madre María. De a poco debiéramos ir balanceando estos modos. Jesús la llamó madre y así también la tradición de la Iglesia que empezó a conmemorarla el día después de Pascuas, es decir el día lunes.

Recientemente, el Papa Francisco estableció oficialmente que se la conmemore a través de un Decreto de la Congregación para el Culto Divino firmado el 11 de febrero de 2018.

Francisco consideró atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana.

Celebrar a María como madre de la Iglesia nos hace hijos de una misma madre y nos hermana aún más. Es un llamado a acrecentar nuestro compromiso con el prójimo con un estilo filial hacia María y un sentido fraterno con los demás.

Celebremos, agradezcamos, disfrutemos, “usemos” este regalo de Jesús ¡su Madre es también nuestra Madre! Esa mujer atenta, delicada, sencilla, piadosa es la que en cada lugar veneramos y la llamamos madre. Es la que llegó a estas tierras en Tama, traída en el siglo 16 por los padres dominicos y se quedó para siempre iluminando y acompañando nuestras vidas. María, Madre de la Iglesia.

 

[1] Cfr. Juan 19, 26-27. «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27.Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.»