Miriam Angelelli – Sobrina Nieta de Monseñor Enrique
Su testimonio como familiar en primera persona
Lo primero que se me viene a la mente al hablar del tío Enrique es la alegría que nos daba cuando llegaba a nuestra casa. Mi papá y él tenían muy buena relación. Eran épocas duras donde económicamente no era fácil. Era alegre, muy alegre.
Cuando lo mataron yo tenía 19 años, nosotros presumíamos que algo iba a pasar. Había hablado con el papi y le contó que le decían que se vaya, él también se lo dijo y repitió que no se iba a ir. Cuando pasa esto yo estaba en la Facultad, estudiaba medicina en Córdoba. A partir de ahí estábamos muy perseguidos todos, hicieras algo o no hicieras nada, además tenía su apellido. Mi papá nos pidió que no habláramos, que no hiciéramos nada, teníamos miedo. Fue época en que uno no habló, era una realidad. Algunos decían que era tercermundista y, si ser tercermundista es ayudar a los pobres y luchar por la dignidad del ser humano es ser tercermundista, tercermundista soy también yo. Es así. Jesús fue un revolucionario.
Obviamente fue mucho silencio, era la forma de preservar la vida de cada uno. Desde el minuto cero del accidente supimos que no era un accidente. Él estaba averiguando todo, tenía un cuaderno en donde anotaba todo; eso no podía ser un accidente.
Es bueno que ahora se sepa la verdad y que la Iglesia lo haya reconocido. Tuve la suerte de ir a Roma, al Vaticano y me acerqué a un sacerdote español y le dije que tenía que reconciliarme con la Iglesia por estas cosas que pasaron y que no lo entendieron al tío.
Ser sobrina del tío beato me da vergüenza y gratitud, casi no participo de los homenajes. Mi papá lo ha llorado mucho al tío, deseábamos venir pero no teníamos plata. Hay muchas cosas que las vivimos de lejos.
Hoy el beato Angelelli nos diría que no nos olvidemos de los pobres y siento que me acompaña, en casa hay muchas cosas de él. Me costó ser madre y siento que el tío me ayudó a tener hijos.