Homilía por el 9 de Julio: “Promover la igualdad y la  solidaridad para más justicia social ”

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Homilía de Mons. Dante Braida pronunciada en el TE DEUM 9 de JULIO en la Iglesia Catedral y Santuario San Nicolás de Bari. La Rioja 09/07/2025–

Textos bíblicos: Ef 1,13-18 ; Mc 6,24-30

  • La celebración del Te Deum por la Independencia nos invita en primer lugar a dar gracias a Dios. Dar gracias por nuestra Patria, por aquellos que la fundaron y la construyeron a lo largo de estos dos siglos y dar gracias por los pueblos originarios que habitaron este bendito suelo y de quienes tenemos mucho que aprender. Tenemos presente y damos gracias por cada uno de los representantes de las provincias que, hace 209 años, tuvieron la difícil tarea de delinear el perfil de nación que queríamos ser entre quienes se encontraba nuestro representante el presbítero Pedro Ignacio de Castro Barros.

                Desde la primera hora la luz del Evangelio iluminó a estos representantes, a través de varios miembros de la Iglesia que participaron de esos debates y búsquedas de consensos. Hoy como ayer ese Evangelio y los principios y valores que emanan de él siguen dando luz para crecer como Nación y procurar que esa independencia sea real en el marco de una interrelación y diálogo con otras naciones particularmente en estos tiempos de tantos avances en materia de comunicación.

                El Evangelio de hoy lo presenta a Jesús que invita a sus discípulos a parar, a ir a un lugar solitario a descansar y compartir lo vivido. El Encuentro de dirigentes políticos y sociales que vivimos el pasado sábado, en el contexto de este año de jubileo que estamos viviendo, tuvo también este espíritu, detenernos, mirarnos, compartir nuestros orígenes en cuanto a la vocación de servicio que hoy ejercemos y, a su vez, escucharnos mutuamente para ver cómo podemos hacer crecer en La Rioja la fraternidad y amistad social para que en ella todos podamos participar de la construcción de su futuro.

  • El Evangelio también nos relata que cuando Jesús y los discípulos llegan al lugar de descanso se encuentran con una multitud que los esperaba. Ante ellos Jesús se conmueve y comprende que están allí porque tienen muchas necesidades y están como desorientados, como ‘ovejas que no tienen pastor’. Como fruto de ese dejarse conmover se puso a enseñarles un nuevo modo de vida y luego compartirá con ellos la multiplicación de los panes con la necesaria colaboración de sus discípulos. O sea, se involucran, se comprometen con esa necesidad del pueblo. Por su puesto que, el pasado sábado, en el compartir como dirigentes naturalmente compartimos la realidad de nuestro pueblo y la necesidad de forjar espacios de participación para que todos seamos protagonistas de los destinos de nuestra sociedad, siendo conscientes de los desafíos actuales.

   El diálogo entre dirigentes siempre tiene que tener como horizonte concreto el bien del pueblo, su desarrollo y crecimiento. Y, ese diálogo tiene que partir de la escucha atenta de sus necesidades hasta dejarnos conmover por lo que vive. Escuchar no solo sus necesidades, sino también sus anhelos y sueños más profundos, que son los que tienen que marcar el camino de toda respuesta política.

                Las peleas estériles y a veces eternas sobre cuestiones ideológicas nos desvían del centro que es el servicio al pueblo. Por eso tenemos que asumir los conflictos que se presentan pero con el compromiso de ir hacia un diálogo y consenso para superarlos en bien del desarrollo de nuestro pueblo. “La Unidad es superior al conflicto” es uno de los principios que nos enseñó el querido papa Francisco.

  • Trabajar por el desarrollo de todo el pueblo implica buscar el bien de todos para lo cual tenemos trabajar por que la igualdad y la solidaridad, que fundamentan la justicia social, sea una realidad en todos los rincones de nuestra Patria. Para que crezcamos como país independiente y libre la solidaridad, la igualdad y la justicia social son esenciales. Por eso quisiera compartir con ustedes en este día lo que dice la enseñanza de la Iglesia al respecto:

La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad. La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad.

El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas. El respeto a la persona humana supone respetar este principio: «Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como “otro yo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente»[1].

  • La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella: «Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona.

Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten.

Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio: «La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional». [2]

  • El principio de solidaridad, expresado también con el nombre de “amistad” o “caridad social”, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana. Un error capital, “hoy ampliamente extendido y perniciosamente propalado, consiste en el olvido de la caridad y de aquella necesidad que los hombres tienen unos de otros…”

La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada.

Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella. La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes temporales.[3]

Queridos hermanos y hermanas: En esta hora de la Patria y para promover el desarrollo de todos sus habitantes trabajemos por una mayor participación de todos en la vida social y promovamos juntos la igualdad y la solidaridad para que se manifieste más plenamente la ansiada la Justicia Social. Así sea.

[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn 1928-1933

[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn 1934-1938

[3] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn 1939-1942