COMO JESÚS, PASTORES ORANTES Y MISERICORDIOSOS
Homilía de Mons. Dante Braida pronunciada en la Misa Crismal en la Iglesia Catedral y Santuario San Nicolás de Bari, La Rioja. 05/04/2023 19,00hs
Queridos hermanos y hermanas:
- El Señor nos reúne hoy para celebrar la misa Crismal en esta Catedral unidos a quienes participan a través de la Televisión, la radio y las redes sociales. Esta Catedral, nuevamente, se ensancha para que la comunión la vivamos más extensamente. En esta misa damos especialmente gracias por la vida de cada uno de los sacerdotes que ejercen su ministerio y comparten sus dones en esta bendita tierra riojana. Rezamos por cada uno de ellos y sus necesidades. También tenemos muy presente a los sacerdotes ausentes por diversos motivos, sobre todo por cuestiones de salud.
- Jesús dirige sus palabras en la sinagoga de Nazaret, ante un pueblo expectante que no quitaba sus ojos de Él que, delante de todos, se reconoce ungido por el Espíritu y enviado a una misión.
Todo el evangelio de Lucas muestra a Jesús conducido por el Espíritu, el Espíritu que desciende sobre Él en el momento del Bautismo y luego lo llevará al desierto para ser tentado y vencer las tentaciones. Ahora lo vemos presentando su misión como expresión concreta del obrar del Espíritu en su vida.
Queridos hermanos sacerdotes, nuestra vida también está ungida por el Espíritu desde el Bautismo y la Confirmación y luego, particularmente, por la unción en el día de la ordenación sacerdotal.
Ese Espíritu es el que nos tiene que conducir en la vida cotidiana y en la misión. Para que nuestra vida sea plena y nuestra misión fecunda es necesario cada día aprender a percibir las mociones del Espíritu, a discernir sus indicaciones, a realizar sus obras.
Para esto necesitamos ser hombres de una oración creciente y perseverante. Hombres consagrados que se animan más y más a la rumia de la Palabra, a entrar en un contacto cada vez más profundo en el Señor dejando que su Palabra nos sorprenda, interpele, ilumine y guíe. Hombres consagrados que buscan en el silencio orante un espacio único y destacado para estar cara a cara en su Presencia.
Nos dice el papa Francisco: “El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración…”[1] Cuándo nos animamos a ese silencio orante, diario y perseverante, Dios toma verdaderamente las riendas de nuestras vidas y se producen grandes procesos de sanación interior y de transformación que nos permiten sacar a la luz esa riqueza interior que cada uno posee y que es mucho más de lo que podemos imaginar.
Como todo creyente y especialmente como sacerdotes tenemos que seguir creciendo en nuestra vida orante pero, además, tenemos que ayudar a que cada comunidad, cada parroquia sean escuelas de oración para acompañar al pueblo en esta esencial dimensión de la vida cristiana. Los invito y aliento encarecidamente a ser creativos en este sentido.
- Jesús se reconoce ungido por el Espíritu Santo y, a la vez, enviado a “llevar una Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos…”. Tiene una misión de misericordia para con una humanidad pobre y necesitada en muchos aspectos. Por tanto el Espíritu que nos conduce a escuchar a Dios en la Oración es el mismo que nos conduce a escuchar la voz de Dios en cada persona, sobre todo en los pobres y necesitados.
Los índices de pobreza de nuestro país nos revelan muchas necesidades no solo materiales, sino también morales. La inequidad en que vivimos es escandalosa, la acumulación de riquezas cuando muchos sufren nos interpela. La afectación de la salud mental pos pandemia es evidente. Atender tantas necesidades requiere pastores dispuestos a la escucha atenta y solícita pero no solitaria o aislada. Necesitamos comunidades que, junto con sus pastores, escuchan y disciernen la realidad, que buscan juntos soluciones adecuadas para cada situación teniendo en cuenta los carismas de cada uno.
Queridos hermanos, pero no solo tenemos que ver y atender las pobrezas en los demás. También tenemos que asumir nuestras propias pobrezas y limitaciones que también cargamos muchas veces con gran dolor, asumir las heridas que nos han marcado y los sufrimientos que nos pesan. No somos ‘superhombres’ ni tenemos que parecerlo. Somos también personas necesitadas de ayuda, de Dios y de los demás. Necesitadas de la indispensable ayuda fraterna de nuestros hermanos sacerdotes. Somos destinatarios de la misericordia que llega a nosotros de un modo directo de Dios y también de un modo concreto a través de nuestros hermanos.
- Ser pastores ungidos por el Espíritu Santo no lleva a vivir ambas dimensiones, oración y acción misericordiosa, en una profunda unidad. Esta unidad la expresaba nuestro querido beato mártir mons. Angelelli en una de sus homilías: “…el Evangelio nos obliga a ser hombres de oración, estudiar, buscar en profundidad la sabiduría de la vida y comprometernos con la suerte de nuestros hermanos y ayudar a construir juntos una sociedad distinta y nueva. Todo esto supone exigirnos, personal y comunitariamente, iluminados y alimentados por la presencia vida de Cristo en su Palabra y en su Eucaristía; ayudar al que padece opresión y al que oprime para que salga de la esclavitud que margina, frustra y engendra toda una gama de males que va hasta la violencia en su diversas manifestaciones”.[2] De ese modo indicaba claramente, nuestro Obispo mártir, la unidad entre oración y compromiso con el hermano, entre escucha de la Palabra y obras de misericordia, entre silencio orante, contemplativo y obras de caridad.
El papa Francisco expresa esta unión cuando nos dice: “para ser capaces de misericordia tenemos en primer lugar que escuchar la Palabra de Dios. Eso significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De esta manera es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como un estilo de vida personal”.[3]
- Por otra parte, queridos hermanos sacerdotes, estamos viviendo tiempos de cambios en la Iglesia al asumir decididamente la Sinodalidad. Se trata de caminar junto a otros con una mayor corresponsabilidad de todos los bautizados en la misión evangelizadora. Es un tiempo de gracia que nos permitirá ser más fieles al mandato de Jesús “Vayan por todo el mundo y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,16-20). Necesitamos seguir profundizando todo lo que implica esta sinodalidad misionera. Esto, sin dudas, requiere transitar un tiempo de discernimiento sobre cómo estar, vivir y servir en medio de una comunidad sinodal. Como Jesús es ungido y enviado por el Espíritu también una comunidad sinodal es una comunidad ungida por el Espíritu en el bautismo y “enviada a llevar la buena noticia a los pobres y liberar a los oprimidos” con todo lo que ello implica hoy. Laicos y laicas, diáconos, consagrados y consagradas, ministros: todos somos ungidos y todos enviados.
Los invito a que juntos abracemos con paciencia, dedicación y mucha esperanza este tiempo de gracias marcado por las transformaciones que implica la sinodalidad.
- Finalmente, queridos hermanos sacerdotes, quiero darles gracias. Agradecerles entrañable-mente por sus vidas y por el ministerio ejercido en este hermoso y desafiante tiempo que vivimos. Agradecer a los sacerdotes mayores por su perseverancia y sabiduría compartida, a los que están en la mediana edad con las luchas propias de este período y con el empuje de una experiencia creciente; a los más jóvenes que vienen abriéndose paso con nuevas propuestas. Gracias muy especialmente a los sacerdotes que, aun experimentando diferentes fragilidades, se dejan ayudar, confían y siguen adelante.
Queridos miembros del pueblo de Dios, queridas comunidades, acompañen a sus sacerdotes con la oración y el afecto, también con las correcciones oportunas cuando hace falta. Todos las necesitamos.
Queridos sacerdotes, como miembros del Pueblo de Dios, amen a cada hermano y hermana de las comunidades que se les encomienda, ocúpense especialmente de los más pobres y prefieran a los menos considerados de la sociedad. Y oren, oren incansablemente por su pueblo como lo hacía Jesús.
Así sea.
[1] Gaudete et exultate 147.
[2] Angelelli. Misas Radiales. Homilía 31 de octubre de 1971.
[3] Misericordiae Vultus 13.