Homilía (15 de Febrero)

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Hermanos y amigos radioyentes de L.V. 14.

El domingo pasado comentábamos el Documento del Papa Pablo VI titulado: “ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO” y decíamos que era el fruto del Año Santo, del Sínodo de los Obispos del Mundo del año “74” y la experiencia vivida de diez años del Concilio Vaticano Segundo. Y en el mensaje que dirigí a la diócesis en las fiestas de San Nicolás el primero de enero de este año, les decía: “debemos fortalecernos en la ESPERANZA CRISTIANA y ser constructores de paz que nos viene de Cristo. No somos vaticinadores de calamidades sino constructores de paz”. Aunque pueda aparecer esta actitud una ilusión, por los graves problemas que vivimos, sin embargo, esta nuestra misión; la misión de la Iglesia; nuestra conducta cristiana. El Papa, en su documento al mundo, sobre la “evangelización”, nos orienta, nos clarifica, nos alienta, nos fortalece, nos empuja a ser fieles a esta MISIÓN y TAREA: evangelizar a todos los hombres y pueblos de la condición social que fueren, oportuna e inoportunamente. Así ha venido esforzándose nuestra diócesis riojana al buscar concretar en nuestra realidad la sabiduría del Concilio Vaticano II, el llamado a la “reconciliación y a la renovación” en el año santo y la Misión Diocesana que todavía estamos realizando con la VISITA MISIONERA de San Nicolás a todos los pueblos de La Rioja, que lo acogen como la Iglesia lo quiere.

No buscamos solamente ni principalmente, como dice el Papa, predicar el Evangelio en todas las zonas geográficas de nuestra provincia y diócesis, cada vez más necesitadas y exigidas por nuestro pueblo, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio de Cristo, los CRITERIOS de juicio, los VALORES determinantes, los PUNTOS de interés, las LÍNEAS de pensamiento, las FUENTES inspiradoras y los MODELOS de vida de todos nosotros, como personas y como comunidad, que no respondan a la PALABRA de Dios y a los designios que Él tiene para salvarnos y hacernos verdaderamente felices.

Por otra parte, evangelizamos a hombres concretos, a un pueblo concreto con una cultura concreta, con tradiciones concretas y en circunstancias, como las que vivimos, que son muy concretas. Esto quiere decir, que siendo fieles a Cristo y a nuestro pueblo, buscamos iluminar, orientar y examinar a la luz del evangelio lo que vivimos cada día y en cada época. Precisamente por esto, que es el precio de esta fidelidad, nuestra comunidad ha debido sufrir y aún sufre distintas clases de persecuciones, incomprensiones, calumnias, cárceles, etcétera. Esto, lejos de quebrarnos, nos fortalece interiormente, nos purifica, nos hace más fieles a Cristo, nos libera de nuestro egoísmo para ser más servidores de todos nosotros hermanos, especialmente de los más débiles material y moralmente, de los que sufren distintos tipos de sufrimientos. Jesús mismo nos lo acaba de decir en el texto del Evangelio que estamos meditando (Mt. 5). Al contrario, lejos de quebrarnos nos hace meditar en las palabras de Cristo: “alégrense cuando deban sufrir a causa de mi NOMBRE…” Somos conscientes que es muy difícil cambiar nuestros criterios egoístas, autosuficientes, materialistas, por criterios que respondan y se inspiren en el Evangelio. Es muy difícil cambiar nuestra escala de valores – hijos de una sociedad de consumo o parciales y peregrinos – por nuestra desorientación ideológica o moral; es muy difícil cambiar los puntos de interés que renunciando a un indebido poder se conviertan en buscar cómo servir mejor a nuestros hermanos; es muy difícil comprender lo que nos dice Cristo: “si quieres ser mi discípulo, toma tu cruz y sígueme”. Es muy difícil hacer que un concilio, como el Vaticano Segundo, lo vivamos en la realidad; para esto hay que asumir valientemente lo que nos predicaba diariamente el Año Santo: “renovarse y reconciliarse con Dios, con nosotros mismos y con los bienes que usamos”, para poder ser felices.

Sigue con toda la fuerza lo de San Pablo a los Corintios: “pobre de mí si no anuncio el Evangelio…” A la vez, el Papa nos dice que somos mensajeros del Evangelio como (…) conocer los problemas contemporáneos; “leer los signos” que vivimos con ojos de Dios. Como ven: responsabilidad para nosotros sacer- dotes y pastores del pueblo de Dios, responsabilidad para cada cristiano, como les decía el domingo pasado. No podemos ser infantiles y adolescentes en la FE, debemos ser adultos. Para esto hay todo un camino, no podemos estar al margen de la vida, al margen de los problemas, el margen de nuestro pueblo, al margen, del hombre concreto, que es mi hermano y tenemos un PADRE común. Uno de estos problemas concretos que estamos viviendo la Diócesis, es ciertamente la detención que se hizo en Mendoza del Vicario General de la Rioja, el Padre Esteban Inestal. Así lo hemos hecho saber por un comunicado oficial de este Obispado y en respuesta a lo informado y actuado por el Arzobispo de Mendoza. El Padre Inestal fue detenido juntamente con los que viajaban en un rastrojero a Mendoza. Es mi deber, grave por cierto, informar a la Diócesis que el Vicario General fue privado de libertad. Además, de conde- nar enérgicamente este bochornoso hecho, porque no es necesario que diga quién es el Padre Inestal y las calidades morales de sus acompañantes; esto nos dice claramente hasta dónde estamos como enloquecidos y ciegos en nuestros procederes. Ya no se distingue lo bueno de lo malo; el honesto del degenera- do moral; ya no se distingue entre la fuerza de la verdad, de la justicia, de la dignidad humana y la fuerza incontrolada de lo irracional. Hoy, lamentable- mente, hoy, sospechamos y vigilamos y controlamos el anuncio del Evangelio, porque se lo cree peligroso y no nos importa que un pueblo se ilumine, se fortalezca espiritualmente y busque los verdaderos criterios para analizar nuestra dura realidad en lo permanente y eterno como lo es Dios, su Mensaje y la fuerza de la gracia divina.

Conozco el dolor silencioso que vive nuestra comunidad diocesana.

¿Porqué quienes obran de esta manera, no se detienen cinco minutos y se meten en la propia conciencia y se preguntan “¿qué estoy haciendo?”. No es una pregunta tonta e infantil. Se rechaza y se niega a Dios cuando se busca envilecer, profanar y despreciar al hombre; el que sea y como se llame; también el Padre Inestal y quienes viajaban con él; el hombre es imagen e hijo de Dios. Piensen que un día serán juzgados por ese mismo Dios a quienes niegan en el ultraje que hacemos de su imagen que es el hombre.

Piensen que un pueblo inocente y noble sufre; que hay hogares que lloran la ausencia de seres queridos; que se sufre desde no poder comprarle un cuaderno a los chicos para la escuela hasta la triste realidad de desconfiar del que se tiene al lado. Quizás se podrá hacer silenciar el anuncio del Evangelio de Cristo; pero no olviden que hay un personaje vivo y real que no se lo ve con los ojos del cuerpo pero que actúa de una manera especial desde aquel primer Pentecostés, este personaje hace hombres fuertes, hace mártires y vírgenes, hace padres de familia heroicos e hijos fieles, hace hombres inquebrantables ante lo deshonesto y es creador de comunidad entre los hombres, actúa secretamente en cada corazón humano y se complace en vivir junto al que sufre para que no decaiga cuando los hombres, enloquecidos, hacemos sufrir a nuestros hermanos. Él es el alma de un pueblo, de una comunidad de lo más estupendo que hizo Dios para los hombres: la Iglesia, que vive con él, que está libre y comparte las celdas de los detenidos, que anda con los hombres por la calle y sacude al que es orgulloso ciego de espíritu y de mente; este personaje es la fuerza del Mensaje de Cristo y hace hombres nuevos; los que le hace falta a la Patria. Nadie en la Historia de la humanidad lo ha podido detener ni suprimir; por otro lado es de quien fácilmente nos olvidamos, lo negamos, lo consideramos inútil para crear una comunidad o un país en fraternidad, en justicia y en dignidad. De Él recibimos la misión y con su fuerza anunciamos el evangelio a nuestro mundo contemporáneo, también a la Argentina, también a La Rioja. Para los que libremente le den acogida, les dará la clave de la felicidad.

Este personaje está operando misteriosa y fuertemente, hace nuevas las personas y las cosas, rejuvenece y hace despertar los más estupendos ideales, da fuerzas para vivirlos y hasta para morir por ellos. Estos ideales no son efímeros y con una escala de valores distintos a los que manejamos nosotros los hombres cuando obramos así como estamos llevando las cosas. Este personaje es el que hace a los verdaderos constructores de la paz y tiene armas más poderosas que las nuestras, esas que matan material y moralmente, las armas que tiene son la justicia y el amor, Él es la fuente de la vida y no de la muerte, tiene caminos distintos a los nuestros cuando no nos ponemos en sus carriles. Este personaje es el ESPÍRITU SANTO, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Él que juntamente con el Padre y el Hijo son la fuente de la vida, el sostén de lo creado, a quienes un día rendiremos cuenta de la vida; no por la capacidad de poder sino por la realidad de haber amado y servido.