«Reflexión ante los nuevos hechos de violencia que sacuden a La Rioja; extraer una lección el ‘Día del Niño'»
Esta semana pasada ha sido vivida intensamente por los gravísimos hechos registrados en Aminga. Dios, que es nuestro Padre y que no abandona nunca a sus hijos, nos ayudará —hoy también— para que su palabra divina ilumine nuestra reflexión, Así se lo pido encarecidamente. También la celebración de la inocencia (en este Día del Niño) de lo limpio, de lo puro de cada niño de nuestra Rioja, nos hará pensar seriamente que hacemos, nosotros, los que nos decimos adultos y mayores para no dejarles una herencia triste, sino feliz y llena de esperanza.
Dejar atrás todo tipo de inconsistencia en la conducta
Nos instruye San Pablo: “Esto se lo aseguro y digo en el Señor, que no anden ya en la vaciedad de sus criterios. Cristo Jesús les ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre interiormente viejo, corrompido por deseos de placer; renuévense en la mente y en el corazón; dejen que el Espíritu Santo renueve la mentalidad de ustedes y revístanse de la nueva condición humana creada a imagen de Dios, justicia y santidad verdadera”.
Debemos, por tanto, vivir en estado permanente de éxodo, en permanente actitud serena e interiormente joven en la mente y en el espíritu. Dios no quiere que seamos interiormente viejos, arrastrando rutinas y sin esforzarnos por cambiar de actitud. Cristo nos dice que lo que quiere el Señor es esto: que creamos en el que él mismo nos ha enviado y que se llama Jesús, que es el pan de vida, verdadero pan del cielo.
Jesús es quien nos da criterios nuevos para la vida. Si obrásemos a su luz, no se habrían realizado los graves y vergonzosos hechos de Aminga y Anillaco.
Reflexionar a partir de la realidad
El domingo pasado, en un obraje de La Rioja, en Catinzaco —a pocos kilómetros de la ruta a Chilecito—, moría un joven de dieciocho años. Moría de un síncope, probablemente provocado por el mal de Chagas.
Murió en la cama mientras dormía; su padre, don Ercilio Sosa, padre de trece hijos, había estado junto a él, siguiendo la misa radial y reconfortándose al saber que estaba rezando con todos nosotros.
Este joven se llamaba Vicente Nicolás, le decían Pila y su mamá también estaba enferma. El trabajaba como su padre, de hachero. Su vida fue el hacha y cortar maderas. Pero cuando necesitó cuatro tablas para su cajón, no las tuvo: unos muchachos de Chilecito hubieron de gestionárselas. Un camión lo llevó a Vichigasta, con un pequeño cortejo de familiares y compañeros de trabajo.
Una vez allí debió estar unas horas en una casa prestada, hasta que alguien le diera dos metros de tierra para depositar su cuerpo y esperar la resurrección. Antes de sepultarlo, los amigos pidieron que le sacaran la tabla de arriba, porque unos niños y unas pocas mujeres y algunos hombres querían ponerle una cruz de madera entre las manos… Pero ya estaban duras; ni la camisa que le había dado la madre se la pudo poner para este viaje a la eternidad. Todos rezaron y fueron solidarios con Pila. Esto sucedió hace ocho días… Otro hecho: dos venerables ancianas de Aminga fueron vandálicamente agredidas en la noche del mismo domingo. Quienes las ultrajaron y agraviaron querían hacer un gesto de hombría: querían ‘defender’ la fe cristiana y el pueblo. Mientras eran injuriadas, ellas rezaban. Sucedió hace ocho días..
También tuvo lugar en Aminga: una madre de varios niños, que vive en un rancho junto a las hermanas de la Asunción y está embarazada, fue violentada salvaje y groseramente mientras sus hijos estaban en la cama y el marido afuera buscando lo necesario para la casa. La víctima fue amenazada y obligada a dejar su rancho, agarrando a sus hijos como pudo y saltando cercas, para ir a refugiarse en la casa de la madre, al amparo de la noche, Hoy debe guardar reposo, por lo que la agresión ha significado para su niño aún en el seno. Y este cobarde hecho también se lo quiso presentar como un gesto de hombría. La madre rezaba por ella misma, por sus hijos que escaparon descalzos y por el niño amenazado de muerte antes de nacer. Sucedió hace ocho días…
Dos mujeres consagradas, las hermanas Ana María y Teresa, que son religiosas de la Asunción, viven en Aminga. Y también el domingo por la noche debieron abandonar su rancho. Quienes se dicen defensores de la fe y pretenden ayudar al pueblo, destruyeron, saquearon y profanaron el oratorio y los vasos sagrados para celebrar la santa misa. Alguien debió incluso apagar las llamas, pues habían prendido fuego al edificio. Las hermanas rezaban por quienes las echaban de su casa y por el pueblo a quien han consagrado sus vidas, mientras sus padres, desde España, pedían suplicantes noticia de la hija que vieron partir para entregar su juventud en La Rioja. Sucedió hace ocho días…
Un grupo de jóvenes, limpios y rectos de corazón, testimonio de una entrega generosa como la saben hacer los muchachos con ideales grandes, son trabajadores que buscan construir una sociedad mejor en la justicia para que la paz no sea una mentira y la felicidad no parezca una burla ante el pueblo. Los que siguen haciendo gestos de hombría, destruyeron la casa de estos jóvenes —que ni siquiera era suya—, les robaron todo y pretendieron hacer aparecer explosivos entre sus pertenencias, para que se los considere malhechores y enemigos del pueblo. Mientras esto pasaba, también ellos rezaban y pedían al Señor que abra los ojos a estos hermanos ciegos y salve a su pueblo de la injusticia, de la agresión y de la humillación de quienes se sienten salvadores de la Iglesia. Sucedió hace ocho días…
Y también sucedió el domingo pasado por la noche, en Aminga: quienes se dicen defensores de la fe, destruyeron la sagrada biblia y los libros de los santos evangelios, destruyeron y profanaron imágenes de santos y objetos religiosos. Mientras esto sucedió, había otros que, meditando las mismas páginas de los evangelios, en la Rioja, rezaban por nuestro pueblo. Sucedió hace ocho días…
Expresión de una solidaridad nacida del dolor y la esperanza
Venerables ancianas riojanas: en ustedes queremos agradecer la sabiduría de nuestro pueblo riojano y reparar lo que se hace contra tantos hermanos ancianos que sufren como ustedes. Estamos muy cerca.
El obispo de La Rioja, toda la Iglesia diocesana y todo hombre de corazón limpio y recto, quieren hacer un homenaje y recordar cariñosamente a todos los niños de la provincia y del mundo en la persona del niño aún sin nombre que lleva en su vientre la madre ultrajada de Aminga. Él es nuestro hermano menor. Que la madre nos deje restaurar esta grave ofensa perpetrada sobre ellos, símbolo de las madres y los hijos que sufren. Nuestro Padre Dios no los dejará solos.
Hermanas de Aminga: en ustedes queremos agradecer el testimonio de la vida consagrada y entregada al servicio de nuestro pueblo. Queremos reparar la injuria a la religiosa y a la mujer. No se cansen de servir al pueblo, especialmente a los más pobres. En este hecho que viven, ustedes sabrán descubrir mejor el llamado de Dios.
Jóvenes trabajadores, hombres y mujeres que saben lo duro que es ganar diariamente el pan para los hijos: en ustedes queremos testimoniar nuestra voluntad de seguir caminando juntos hasta lograr la felicidad de todo el pueblo de La Rioja. Cristo camina por el mismo sendero que ustedes recorren. Despunta el alba: no se cansen.
A ustedes, hermanos riojanos, hermanos gobernantes y jueces: la justicia y la paz de que nos hablan los libros sagrados profanados y destruidos en Aminga deben convertirse urgentemente en realidad. ¿Qué esperamos? Nuestro pueblo lo reclama. Nuestro Padre Dios nos exigirá haberla administrado. El Señor nos acompaña si sabemos ser fieles. Pensemos.
Amigo y hermano Pila: oramos por ti, acompañamos a tus padres y hermanos. En ti queremos decirle a todos los hombres y jóvenes que como tú mueren en el campo de honor del trabajo: nos esforzaremos para que nunca falte madera y tierra, no sólo para guardar nuestros huesos, sino también para hacernos felices mientras caminamos por este mundo. Te agradecemos lo que eres y lo que nos dejaste: la cruz de madera que quisieron poner en tus manos nos alienta y ayuda para ser fieles a ese Padre Dios que te ha dado una acogida muy distinta de la que te dimos nosotros. Perdónanos por lo que te hicimos: no supimos devolverte ni siquiera las tablas que tú hachabas.
Señor y Padre nuestro, perdónanos y perdona a tu pueblo. Perdona las profanaciones de tu evangelio y de tus templos vivos, que son cada una de las personas de nuestro pueblo. Abre los ojos de estos hermanos ciegos que ultrajan tu nombre llamándose defensores de la fe que nos regalaste. Señor, esta es tu Iglesia, que quiere serte siempre fiel sirviendo a tu pueblo.