Un jueves santo del año 1593, una multitud de indígenas diaguitas se alzó contra los abusos de las autoridades españolas, amenazando destruir la ciudad de La Rioja, fundada sólo dos años antes por Juan Ramírez de Velasco. La leyenda, que aún puede recogerse entre los habitantes de la zona, narra cómo san Francisco Solano (1549-1610) se entrevistó con ellos en un intento por dirimir el conflicto político, para lo cual sugirió nombrar a un nuevo alcalde. Los aborígenes se negaban a admitir a los gobernadores españoles, por lo cual no aceptaron los nombres de los candidatos propuestos. Por tal motivo, san Francisco Solano tomó una imagen del Niño Jesús, la vistió con los atributos del alcalde y llevándola frente a ellos les dijo que iba a presentarles una autoridad de la cual nunca tendrían por qué quejarse. Los indios aceptaron al Niño como alcalde y se logró la paz.
En la pascua de 1593, cerca de 30 mil nativos cansados del maltrato de los encomenderos se sublevaron contra sus jefes. La tradición le cede aquí el protagonismo a San Francisco Solano, quien fue a hablar con los diaguitas sublevados. Dicen que solo lo hizo munido de su violín. Los Diaguitas aceptaron la propuesta de paz, pero sujeta a dos condiciones la renuncia del Alcalde Español – o autoridad española- y la designación del Niño Dios como reemplazante. Ése era el Jesús que el Padre Solano Ies había hecho conocer, la verdadera autoridad en quien ellos podían confiar. Gracias a este abrazo de San Francisco entre los originarios y el Niño Dios, se logró la paz.
Desde entonces se lo venera y es parte del Tinkunaco. Su imagen original y su imagen peregrina, de 80 cm de alto aprox. se encuentran en el templo de los Padres Franciscanos en la ciudad de La Rioja.