El hombre de los 33 días

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Beatificación del Papa Juan Pablo I

Silvia Somaré (ecj)

El domingo 4 de septiembre de 2022, en el Vaticano, será beatificado Juan Pablo I, el de la sonrisa, el de las constantes flores en su tumba, el de los 33 días.

Juan Pablo I cuyo nombre es Albino Luciani nació en un pueblo de Véneto en el norte de Italia el 17 octubre de 1912 Falleció en la Ciudad del Vaticano el 28 de septiembre de 1978, fue el 263.er papa de la  Iglesia católica hasta su muerte, ocurrida 33 días después. Su pontificado fue uno de los más breves de la historia, dando lugar al año de los tres papas.

 

Fue declarado Siervo de Dios por su sucesor, Juan Pablo II, el 23 de noviembre de 2003. El papa Francisco confirmó su virtud heroica el 8 de noviembre de 2017 y lo proclamó Venerable.

Fue el primer papa que eligió un nombre compuesto, «Juan Pablo», en honor a sus dos predecesores, Juan XXIII y Pablo VI. Explicó que quiso homenajear a ambos al sentirse agradecido y en deuda con ellos por haberle nombrado obispo y cardenal, respectivamente. También fue el primer papa en utilizar el número «I» en su nombre, llamándose «Juan Pablo Primero».

Sus dos sucesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, han recordado su actitud cercana, amable y cariñosa en múltiples ocasiones. La misma apreciación tienen las personas que lo conocieron y trataron antes de su pontificado. En Italia es recordado con los apelativos de El papa de la sonrisa y La sonrisa de Dios.

Hijo de Giovanni Luciani, un albañil, y Bortola Tancon. Fue bautizado por la matrona que ayudó en el parto, ya que se temía que muriera. Fue el mayor de cuatro hermanos del matrimonio Luciani; los otros hermanos fueron Eduardo, Antonia y Federico, que falleció a corta edad. La familia de Luciani, de origen humilde, pasó penurias durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando tenía 6 años, recibió el sacramento de la confirmación de manos del obispo Giosuè Cattarossi. A los diez años, su madre murió y su padre contrajo nuevas nupcias con una mujer de gran devoción; fue entonces cuando nació su vocación sacerdotal, según él declaró, gracias a la predicación de un fraile capuchino.

En 1923 ingresó en el seminario menor de la localidad de Feltre. En los veranos el joven seminarista regresaba a su hogar, y se dedicaba a trabajar en el campo. Fue ordenado diácono en febrero de 1935 y finalmente presbítero el 7 de julio del mismo año en la iglesia de San Pedro en Belluno. Dos días después fue nombrado cura capellán de su ciudad natal; meses más tarde fue transferido, como profesor de religión del Instituto Técnico de Mineros de Agordo. En 1937 fue nombrado vicerrector del Seminario Gregoriano de Belluno, cargo que ocupó hasta 1947. Entre otras materias, dio clases de teología dogmática y moral, derecho canónico y arte religioso.

Tenía la virtud de explicar en forma simple los conceptos más complicados. Es precisamente en lo que se ve reflejado en su libro Ilustrísimos señores y en los pocos escritos de su papado.

El 15 de diciembre de 1958, fue nombrado obispo de la diócesis de Vittorio Veneto por Juan XXIII y consagrado como tal en la Basílica de San Pedro, por el mismo papa, el 27 de diciembre de ese año.

Durante 11 años ejerció su ministerio en esta diócesis. Se tomó su papel de obispo muy en serio, los sacerdotes de su diócesis no necesitaban pedir cita previa, sacerdote que llegaba sacerdote que era recibido. Dijo un sacerdote de la época del obispado de Luciani:

”…era como si tuviéramos nuestro papa personal, en la mesa de Luciani siempre había dos o tres sacerdotes l ,era un hombre que no podía dejar de darse, solía visitar a los enfermos y a las personas con discapacidad, en los hospitales vivían en un estado de sobresalto , nunca se sabía si el obispo se presentaba ; se subía a su bicicleta, se acercaba a los hospitales y recorría las salas , también visitaba a los curas de las montañas para tratar los problemas específicos de su localidad.”

“Estoy pensando en estos días que conmigo el Señor actúa un viejo sistema suyo: toma a los pequeños del fango de la calle y los pone en alto; toma a la gente de los campos, de las redes del mar, del lago, y hace de ellos apóstoles. Es su viejo sistema. Ciertas cosas el Señor no quiere escribirlas ni en el bronce, ni en el mármol, sino hasta en el polvo, de modo que, si queda la escritura sin descompaginarse, sin dispersarse por el viento, esté bien claro que todo es obra y todo es mérito solamente del Señor (…). En este polvo, el Señor ha escrito la dignidad episcopal de la ilustre diócesis de Vittorio Veneto.”

           De la homilía pronunciada el 4 de enero de 1959

En 1962 asistió a la apertura del Concilio Vaticano II en Roma; estaría presente en cuatro de las sesiones de dicho Concilio.

El 15 de diciembre de 1969, Pablo VI lo nombró patriarca de Venecia. El mismo Pablo VI lo elevó a la dignidad cardenalicia el 5 de marzo de 1973. En su primer Ángelus tras ser nombrado papa, recordó la vergüenza que pasó cuando Pablo VI se quitó su propia estola y se la colocó a él sobre los hombros:6

Pero el papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la Plaza de San Marcos, me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo.

Ángelus del 27 de agosto de 1978

Su sonrisa era connatural a su rostro, una expresión que irradiaba la paz de su corazón aferrado a Dios. Su anuncio era sencillo, con un lenguaje para todos, apelando a las imágenes como Jesús en las parábolas y centrado en el Kerigma.

Su muerte imprevista ha sido motivo de confusiones y opiniones. Pero el hecho es que Albino Luciani murió, y ahora será declarado Beato, no por esos 33 días de pontificado, sino por sus 66 años entregados a Cristo. El milagro realizado por Dios a través de Juan Pablo I lo hizo a una joven argentina de Entre Ríos, Candela Giarda, quien padecía una encefalopatía y sin esperanza de vida. Su madre Roxana Sosa por indicación del padre José Ignacio Dabusti le rezaron a Juan Pablo I y Candela mejoró, se curó y hoy lleva una vida normal.

Invito a encontrarse con él en su libro Ilustrísimos señores, esta obra reúne cuarenta cartas dirigidas a los más dispares personajes de la historia y la ficción literaria, desde Dickens a Goethe, pasando por Marconi, San Bernardino, Pinocho o Teresa de Ávila. Con un lenguaje periodístico y ágil, lleno de frescura y espontaneidad popular, el autor analiza en esas cartas los problemas de la vida moderna y nos habla de Dios y del hombre, del amor, de la vida y de la muerte, siempre con un espíritu amigable y conciliador, absolutamente fiel a la enseñanza del Evangelio.

Luego en la página del Vaticano: www.vatican.va se encuentran sus escritos, homilías, mensajes de sus 33 días como Papa y fiel a su estilo sencillo. A continuación, comparto algunos de ellos:

Estuvo en 4 Ángelus, todos tienen alocuciones breves con profundidad y voz para todos.

En referencia a la guerra que se desarrollaba en Oriente Medio, decía: El mundo va mal porque hay más batallas que oraciones. Procuremos que haya más oraciones y menos batallas.

Juan Pablo I fue uno de los que más habló del modo materno de Dios, además no usó el nosotros como sus predecesores para referirse a él, sino el yo. En otro Ángelus expresó: Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; sólo quiere hacernos bien, a todos. Y los hijos, si están enfermos, tienen más motivo para que la madre los ame. Igualmente nosotros, si acaso estamos enfermos de maldad o fuera de camino, tenemos un título más para ser amados por el Señor.

Respecto a la educación expresó: Para enseñar latín a John, no es suficiente saber latín es necesario también conocer a John y amarlo». E igualmente «Tanto vale la lección cuánto vale la preparación.

Instaba constantemente al amor, a la misericordia: La gente, a veces, dice: estamos en una sociedad totalmente podrida, totalmente deshonesta. Esto no es cierto. Hay todavía mucha gente buena, mucha gente honesta. Más bien habría que preguntarse: ¿Qué hacer para mejorar la sociedad? Yo diría: Que cada uno trate de ser bueno y contagiar a los demás con una bondad enteramente imbuida de la mansedumbre y del amor enseñados por Cristo. La regla de oro de Cristo es: «No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Haz a los demás lo que quieres que a ti te hagan. Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón» Y Él dio siempre ejemplo de esto. Puesto en la Cruz, no sólo perdonó a los que lo crucificaron, sino que los excusó, diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Esto es cristianismo; estos serían los sentimientos que, puestos en práctica, ayudarían muchísimo a la sociedad. no es la violencia la que puede todo, sino el amor.

Pidamos al Señor la gracia de que una nueva oleada de amor hacia el prójimo envuelva a este pobre mundo.

Su pontificado durante septiembre de 1978, se desarrolló en una época de diferencias entre Chile y Argentina que casi desemboca en una guerra 3 meses después. Juan Pablo I escribió una carta a ambos episcopados invitándolos a ser puentes de paz.

Venerables hermanos en el Episcopado:

En estos momentos en los que, ante la situación existente entre vuestros respectivos países, vuestra responsabilidad de Pastores os ha impulsado a pedir a vuestros fieles que trabajen y oren por la paz.

En efecto, las presentes circunstancias, con sus tensiones y amenazas, solicitan mi atención y mueven mi propósito de sensibilizar a todos nuestros hijos y a todas las personas de buena voluntad, para que las diferencias abiertas no exacerben los espíritus y puedan conducir a imprevisibles consecuencias.

Sin entrar en aspectos técnicos, que están fuera de nuestro intento, quiero exhortaros a que, con toda la fuerza moral a vuestra disposición, hagáis obra de pacificación, alentando a todos, gobernantes y gobernados, hacia metas de entendimiento mutuo y de generosa comprensión para con quienes, por encima de barreras nacionales, son hermanos en humanidad, hijos del mismo Padre, a El unidos por idénticos vínculos religiosos.

Es necesario crear un clima generalizado en el que, depuesta toda actitud belicosa o de animosidad, prevalezcan las razones de la concordia sobre las fuerzas del odio o de la división, que sólo dejan tras de sí huellas destructoras.

Reunido con los periodistas que trabajaron en el cónclave de su elección les decía respecto a los medios de comunicación:

No nos pasan inadvertidos los riesgos de masificación y de despersonalización, que dichos medios comportan, con las consiguientes amenazas para la interioridad del individuo, para su capacidad de reflexión personal y para su objetividad de juicio. Pero conocemos también las posibilidades nuevas y felices que los citados medios ofrecen al hombre de hoy, para conocer mejor y acercarse a los propios semejantes, para percibir más de cerca el ansia de justicia, de paz, de fraternidad, para instaurar con ellos vínculos más profundos de participación, de comprensión, de solidaridad en orden a un mundo más justo y humano. En una palabra, conocemos la meta ideal hacia la que cada uno de vosotros, a pesar de las dificultades y desilusiones, orienta el propio esfuerzo: la de llegar a través de la «comunicación» a una más auténtica y plena «comunión» Es la meta hacia la que aspira también, como bien podéis comprender, el corazón del Vicario de Aquel, que nos ha enseñado a invocar a Dios como Padre único y amoroso de todo ser humana.

Finalmente comparto las palabras a los cardenales que lo eligieron: Cuando el sábado pasado nos encontramos ante la peligrosa decisión de un «Sí», que habría de poner sobre nuestros hombros el formidable peso del ministerio apostólico, alguno de vosotros nos susurró al oído palabras que invitaban a tener confianza y ánimo.

Séanos permitido ahora, convertido ya en Vicario de Aquel que dejó a Pedro la consigna de «confirmar a los hermanos» (Lc 22, 32), séanos permitido animaros a vosotros, que os disponéis a reanudar vuestras respectivas actividades eclesiales, a confiar, con firmeza viril, incluso en esta hora tan difícil, en la ayuda de Cristo que nunca falta; Él nos repite también a nosotros, hoy, las palabras pronunciadas cuando las tinieblas de la pasión se cernían ya densamente sobre Él y sobre el primer núcleo de los creyentes: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33)

Con atónita y comprensible emoción, pero también con una confianza inmensa en la gracia omnipotente de Dios y en la oración ferviente de la Iglesia, he aceptado ser el Sucesor de Pedro en la sede de Roma, tomando el «yugo» que Cristo ha querido poner sobre mis frágiles hombros.

Damos gracias a Dios por este pastor que se nos presenta como modelo e intercesor. Pidamos a Dios la gracia de su alegría serena y su servicio humilde, como dice la frase de su escudo papal: humildad.