Domingo de Ramos (Mc. 15, 1-39)–
Reflexión a cargo de Iván Bussone
En una ocasión, mientras estaba entrenando y la rutina resultaba intensa y algo dolorosa, se acercó un amigo a saludarme y me preguntó cómo estaba. En tono de broma, expresando lo cansado y sacrificado que me sentía haciendo ese entrenamiento, le dije que “estaba camino a la muerte”. Su respuesta rápida y espontánea fue que no, que en realidad “estaba camino a la gloria”. Me causó gracia su comentario y, al mismo tiempo, me dejó pensativo. Estaba muy cansado y el entrenamiento me dolía mucho, tal vez metafóricamente hablando iba camino a la muerte, pero la muerte no era el destino final, era solo el medio para llegar a la gloria de tener mejores resultados en mi rendimiento y alcanzar mis objetivos.
La Semana Santa se inaugura con el Domingo de Ramos. Este día recibe tal nombre porque la liturgia comienza fuera del templo, recordando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Se bendicen ramos de olivos o palmas, y con ellos la asamblea se dirige procesionalmente al templo recordando las aclamaciones que recibió Jesús cuando ingresó a Jerusalén montado sobre un asno. Una vez en el templo, se realiza la oración colecta y continúa la celebración de la santa misa como de costumbre.
El Domingo de Ramos también se llama Domingo de la Pasión del Señor porque se proclama el Evangelio que narra la pasión de Jesús, desde su oración en el huerto de los olivos hasta su sepultura. Cada año se alterna la versión del Evangelio que se selecciona para su proclamación, siendo este año la pasión según el evangelista Marcos. El color litúrgico de este día es el rojo, simbolizando la sangre derramada por Jesús en la cruz. Además, la lectura del Evangelio se realiza por tres personas: una ejerce la función de narrador, el ministro ordenado proclama las intervenciones de Jesús, y un tercer lector pone voz a las intervenciones de los demás personajes.
Es imposible abordar todos los matices del Evangelio de este domingo en unas breves líneas, pero podemos destacar que, a pesar de la larga y dolorosa pasión que sufrió Jesús, no desistió. Tenía el poder de bajar de la cruz, pero no lo hizo. Seguramente más de una vez se le cruzó por la mente abandonar esa pasión, pero abrazó la cruz y continuó hasta el final, sabiendo que la muerte no era el destino último sino la antesala de la resurrección. Dicho de otra manera, y retomando la experiencia con la que se inició este texto: Jesús no iba camino a la muerte sino camino a la resurrección, aunque para llegar a ella debía pasar por la pasión y la muerte. Si Jesús hubiese abandonado el proceso de la pasión que estaba experimentando, nunca hubiese llegado a la gloria de la resurrección. Si yo hubiese abandonado aquel día de entrenamiento, me habría privado de un paso más en el logro de mi objetivo.
En la vida, continuamente vivimos procesos y muchas veces estos conllevan algo de dolor. Tenemos la opción de desistir o de continuar en ellos. Si por evitar ese dolor, tal vez muy intenso y hasta prolongado, decides abandonar, puedes perder la oportunidad de llegar a la meta. No abandones el proceso de esa dieta para mejorar tu salud, esa terapia para sanar tu cuerpo o tus heridas emocionales, esa abstinencia para fortalecer tu disciplina y/o liberarte de una adicción, ese estudio para ampliar tus conocimientos, ese trabajo para alcanzar tus metas profesionales, ese entrenamiento físico para mejorar tu condición física, etc. En definitiva, no abandones ese proceso por el cual estás atravesando para llegar a una mejor versión de ti mismo.