En la Plaza Héroes de Malvinas situado en Barrio Antártida de la Ciudad de la Rioja, nuestro Obispo, en el acto conmemorativo del 2 de abril, realizó una oración por los caídos, por sus familias y por la paz.
Compartimos su reflexión en la que incluye un testimonio personal.
Queridos hermanos y hermanas. En este momento elevamos nuestras oraciones a Dios dando gracias por la vida de cada uno de los que intervinieron en la Gesta de Malvinas hace 41 años.
Damos gracias por quienes dieron su vida por amor a la patria y pedimos por su eterno descanso y porque Dios recompense la generosidad de su entrega.
Damos gracias por quienes han vuelto y nos dan cientos de testimonios de lo que es una guerra y sus efectos personales, familiares y sociales. Y pedimos por cada uno de ellos y sus necesidades.
La guerra de Malvinas fue una, pero las historias que de ella se desprenden son miles. Todas sentidas y valiosas. Cada una nos deja un mensaje. Seguramente todos hemos escuchado algunas de ellas que no dejan de conmovernos y educarnos.
Al reflexionar sobre este acontecimiento recordaba a José Luis Ocampo, sobreviviente del Ara General Belgrano, un profesor que tuve en la escuela secundaria y que a mí y a todos mis compañeros nos dejó en un profundo silencio cuando nos contó sus últimos minutos en el barco. Cuando, luego de los impactos recibidos tuvo que subir varias escaleras para llegar a la superficie para luego decidir tirarse al frío mar y alcanzar finalmente, sin saber cómo, la última balsa que se alejaba del crucero ya hundiéndose totalmente.
Querida comunidad aquí reunida, demos gracias por el valor y testimonio de cada excombatiente y de cada uno de los fallecidos en la guerra.
Ellos hoy nos iluminan para que, con decisión y valentía, enfrentemos los desafíos de este tiempo, las problemáticas que aquejan a las familias, a los jóvenes y a los barrios que habitamos. Ellos son una reserva de valores de los cuales aprender para vivir centrados en lo esencial de la vida.
Luego de la guerra se retomó el camino del diálogo y la diplomacia para reclamar la soberanía sobre las islas. Aunque sea más largo confiamos que ése es el mejor camino.
Hoy, no queremos que la guerra y los enfrentamientos sean el modo de resolver los conflictos actuales. Creemos que todos somos capaces de dialogar, de confrontar respetuosamente diferentes ideas y propuestas y de encontrar soluciones nuevas y pacíficas.
Nuestro buen Dios, el que nos invita a amarnos unos a otros, el que nos manda incluso a amar a los enemigos, está entre nosotros y vive en cada uno. Dejémonos guiar por él y vivamos con alegría la misión que cada uno tiene. Así sea.