Catherine Clifford: Laica, Madre Sinodal y una de las dos mujeres redactoras del Documento Final

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“Será un desafío implementar una sinodalidad genuina donde el clericalismo está profundamente arraigado”

Catherine Clifford es profesora de teología histórica y sistemática en la Universidad de Saint Paul, Ottawa (Canadá). Como investigadora se ha enfocado en tres líneas: eclesiología, ecumenismo y la historia del Concilio Vaticano.

Fuente: ADN Celam

Su más reciente libro The Oxford Handbook on Vatican II – Manual de Oxford del Vaticano II. Esta laica canadiense es miembro de la Comisión Mixta Internacional Católico-Metodista, que participa en los trabajos como representante del proceso sinodal para América del Norte y forma parte del selecto grupo de personas que redactarán el Documento Final del Sínodo

Afirma que muchos teóricos del derecho canónico han vinculado estrechamente  “el ejercicio de la autoridad en la Iglesia con el poder sagrado conferido a través del sacramento del Orden Sagrado”.

En este sentido, el Papa parece haber optado por otra escuela de pensamiento que “entiende la jurisdicción como algo encomendado a la Iglesia, y que puede ser delegado o conferido a cualquier persona que esté llamada y autorizada para desempeñar un cargo eclesiástico”.

Clifford destacó que el Santo Padre “desde el inicio de su pontificado” ha impulsado el protagonismo de los laicos porque los miembros del pueblo de Dios “están llamados a ser discípulos misioneros, corresponsables de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Una práctica tradicional

La profesora e investigadora aseveró que “no hay duda de que será un desafío implementar una sinodalidad genuina donde el clericalismo está profundamente arraigado en la cultura de una iglesia local”, impulsado por resistencias “a todo el movimiento para la renovación de la vida sinodal de la Iglesia”.

Ha dejado muy claro que “el actual proceso sinodal, centrado en la sinodalidad, no es simplemente una iniciativa papal”, de hecho, la Oficina del Sínodo consultó a los obispos de todo el mundo y estos identificaron dos prioridades para la reflexión del sínodo internacional.

La primera, referida al sacerdocio, porque “muchos obispos están preocupados porque el modelo actual de sacerdocio no satisface las necesidades de la vida pastoral de la Iglesia”.

Un segundo aspecto es la sinodalidad, el interés de los prelados en desarrollar esta cultura refleja su interés de “encontrar un estilo más colaborativo de gobierno de la Iglesia que dé más espacio a la sabiduría y la experiencia de los laicos competentes”.

Es que la sinodalidad “no es una novedad, sino una práctica tradicional, el modus vivendi et vivendi de la Iglesia”, explicó Clifford refiriéndose a un estudio de la Comisión Teológica Internacional.

Argumentó que “debido a un enfoque excesivo en el ministerio ordenado y los estilos monárquicos de liderazgo de la Iglesia”, la Iglesia Católica en occidente “había perdido en gran medida el hábito de reunirse en asambleas sinodales y de realizar consultas”.

La Iglesia primitiva

Para Clifford la distancia entre los fieles laicos y los ordenados “no siempre ha sido tan grande como solemos experimentarla hoy”. Por ejemplo, en la iglesia primitiva, las categorías de “laicos” y “clero” no existían. Había una gran variedad de ministerios, como vemos en el Nuevo Testamento.

Pablo (Romanos 16) escribe sobre sus muchos “colaboradores”, mujeres y hombres que “trabajaron duro en el Señor” para ayudarlo dirigiendo iglesias en casas, predicando el Evangelio y atendiendo las necesidades de los pobres.

Mientras que en el primer milenio, la comprensión principal del ministerio era la de servicio, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien “se despojó a sí mismo, convirtiéndose en esclavo”, revelando el amor de Dios a través de su amor abnegado por nosotros.

En el siglo III “vemos el surgimiento gradual de tres órdenes distintas: de episcopos (supervisor u obispo), prebyteros y diakonos, que “se conferían mediante la imposición de manos”.

Fue durante la Edad Media cuando la diversidad de ministerios “se redujo a una serie de pasos temporales, el cursus honorum por el que pasaría todo sacerdote en su camino hacia la ordenación sacerdotal”.

La teología medieval entendió que “el sacramento de la ordenación confería un poder sagrado para conferir la eucaristía, y el énfasis en el servicio quedó eclipsado”.
Por supuesto, queda mucho trabajo por hacer para “revertir los efectos de siglos de división entre los ordenados y todos los demás miembros de los fieles bautizados (una comunidad a la que ellos también pertenecen)”.

Como insiste acertadamente Francisco “debemos derribar el muro que nos separa superando la cultura del clericalismo (una distorsión pecaminosa a la que son propensos tanto los ministros ordenados como los laicos)”.

Es muy sencillo, hay que retomar con fuerza el Concilio Vaticano II, que “nos orienta una vez más hacia el modelo del ministerio como servicio y nos encamina hacia la recuperación de una diversidad de ministerios, establecidos y ordenados, que trabajen todos juntos”. Es lo que ha hecho el Sumo Pontífice y “eso no es nuevo”.