“Urge escuchar la voz de Cristo y llegar incluso a opciones y rupturas interiores si queremos cambiar nuestra manera de vivir”
Queridos hermanos y amigos: Esta carta pastoral que les envío es fruto de prolongada reflexión ante el Señor y de un gran amor por esta Iglesia local de La Rioja, que es nuestra comunidad diocesana.
El hombre nuevo, hombre convertido a Dios
«Conviértete y cree en el evangelio». Así comenzamos la cuaresma en la liturgia del miércoles de ceniza.
Este urgente y gozoso llamado de Cristo: «Convertíos porque ya llegó el reino de Dios» (Mt 4, 17; Mc 1, 15), es un verdadero evangelio, una verdadera buena nueva para el hombre de nuestro tiempo, y reclama su respuesta, dada como la del hijo pródigo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lc 15, 18). Sólo el que después de haber escuchado el evangelio y haberlo aceptado en su corazón, por una gracia del mismo Dios viviente y Padre de las misericordias, lo pone por obra, «será el varón prudente que edifica su casa sobre roca». Será el varón justo «que vive de la fe» (Gál 3, 11), y actúa esa fe por la caridad o amor (Gál. 5, 6). Por eso, si la fe no produce obras, es de suyo muerta (Sant 2, 17).
Convertirse es mucho más que renunciar al pecado, mucho más aún que recibir el perdón de los pecados: es el regalo o don de Dios de una vida nueva, un nuevo ser engendrado por la “semilla divina” (1 Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1). Es renacer «de lo alto por el agua y el Espíritu», es una transformación íntima y profunda en el corazón del hombre, llamada por Jesucristo nuevo nacimiento”, “nacimiento de Dios” (Jn 1,11; 3,35). El que es definitivamente de Jesucristo se ha hecho una nueva criatura. Lo viejo ya pasó, todo se ha hecho nuevo (2 Cor 5, 17; Ef 4, 22; Gál 6,8). El convertido es el hombre nuevo, es el hombre de la luz.
Respetar la dignidad del hombre como la respeta Dios
Se pregunta el autor del salmo ocho, dirigiéndose a Dios: «¿Qué es el hombre…?» Y responde: «Lo has hecho apenas menor que un dios, coronándolo de gloria y honor, y constituyéndolo señor de todas las cosas…»
La misión y función del hombre es dominar la creación, hacer presente en el mundo el poder de Dios. Es un mandato, pues él es imagen y semejanza de Dios, para que domine el mundo y lo cuide, lo cultive y desarrolle, no como individuo cerrado sobre sí mismo, sino como miembro de la comunidad humana. El hombre debe glorificar al Padre junto con la creación.
“Conviértete y cree en el evangelio”: esta palabra seguirá resnando como comprometedora invitación que Jesucristo formula a cada uno. Pero el evangelio sin Cristo crucificado no existe para nosotros. Como pedía san Pablo al comienzo de la fe, no reduzcamos tampoco nosotros la «locura de la cruz», porque es “sabiduría de Dios”.
Si la resurrección de Jesucristo está en el corazón del evangelio y constituye nuestro futuro, dejemos que nuestra esperanza en esa promesa se haga realidad en el mundo, a través de una conducta que no está dispuesta a tolerar ningún conformismo, ninguna discriminación entre los hombres, ninguna explotación del hombre por el hombre. Esto es un don, una responsabilidad del hombre. Esto es una gracia de Dios, una gran tarea que hemos de realizar.
La liberación consiste en promover un hombre nuevo en Cristo
Este es el hombre nuevo que anunciamos y que infatigablemente buscamos ayudar a realizar en cada hombre y mujer de nuestra comunidad diocesana, sin distinción alguna.
Pero es preciso tener las actitudes interiores necesarias y ejercer la acogida generosa y sincera para que el hombre crezca en humanidad. Esta es la liberación que incansablemente buscaremos llevar a cabo en nuestra acción pastoral diocesana; la que esta descrita en la unidad de los libros de la Biblia, en la Antigua y la Nueva Alianza; la que se actualiza y se expresa en lenguaje moderno y captable para los hombres de nuestro tiempo por medio del magisterio de la Iglesia.
Este es el hombre nuevo que debemos realizar en cada uno de nosotros, llámese obispo, sacerdote, religioso, religiosa o laico. Este es el hombre nuevo que ofrecemos a todo hombre de corazón recto. La invitación de cuaresma: “Conviértete y cree en el evangelio”, seguirá siendo el meollo de nuestra vida como Iglesia local. Y la invitación es para todos; por ello la respuesta deberá ser personal y verdaderamente libre.
Trabajar por la justicia es fortalecer el hombre nuevo
Mientras el Señor nos siga regalando vida, obremos el bien… Pero si miramos detenidamente nuestra situación actual, tanto en lo personal como en la vida pública, advertiremos inmediatamente que es preciso rectificar muchas cosas si queremos ser fieles a ese hombre nuevo de que hablamos antes.
En la última asamblea del episcopado, decidimos redactar, cada obispo en su diócesis, una carta pastoral con motivo de la cuaresma, y para ello aunamos los criterios fundamentales acerca de la vida moral de nuestra sociedad argentina. Que es menester cambiar de conducta en la vida privada y pública resulta una cosa tan evidente que no merece probárselo.
Urge que nos pongamos ante nuestra conciencia con una sinceridad objetiva y cruda para que, habiendo hecho el silencio necesario para escuchar su voz, lleguemos a tomar las opciones y a efectuar las rupturas interiores requeridas para cambiar nuestra manera de vivir.
El aburguesamiento que practicamos nos está insensibilizando ante los más urgentes reclamos de la conciencia. Pero advertimos también que no tenemos paz; vivirnos asfixiados y en un vacío interior que nos lleva hasta la alienación. Nada nos satisface. Rechazamos frecuentemente el más fundamental cuestionamiento de la vida, hasta con agresividad hacia nosotros mismos y hacia los demás. Constatamos la contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos.
Un planteo para profundizar el concepto de moral
Las diversas manifestaciones de inmoralidad de la vida diaria (la que no se refiere solamente al sexo) están tocando fondo y se escuchan por todas partes las expresiones del hastío, el cansancio y la urgencia de un cambio en lo privado y en lo público. Ello nos debe hacer abrir los ojos, para aprender la lección que dolorosamente nos está brindando la sociedad en que vivimos. No es un grito de desesperación ni de pesimismo, sino un grito saludable de esperanza y de sinceridad para con nosotros mismos, para con nuestros hermanos y para con Dios, si aún alcanzamos a distinguirlo presente y operante en la vida. Es bueno y urgente reflexionar acerca de los «signos» que se manifiestan en nuestra sociedad.
No nos escandalicemos ni rasguemos las vestiduras si debemos señalar que existen hombres que no ven a Dios en la vida: que viven la angustia, a veces desesperante, de la búsqueda del sentido de la existencia: que odian, que matan. Porque también están aquellos que no comen: que viven infrahumanamente; que no pueden curar sus enfermedades; que no tienen acceso a la cultura; que son silenciados en sus legítimos derechos de personas; que viven encarcelados por querer salvar la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios…
Quizá colamos el mosquito y nos tragamos el camello. Es hora de convertirnos y de no seguir mintiéndonos a nosotros mismos ni de mentir a quienes sueñan con una sociedad nueva, más humana y más conforme con el plan de Dios. Pienso en ustedes, jóvenes, que Frecuentemente deben pagar el precio duro de la droga, que se sienten impulsados al rechazo de todos los valores que parezcan comprometidos con el pasado, que gritan lo que no quieren y detestan todo lo que tienen.
Y mientras tanto, seguimos escuchando y leyendo a diario las mismas palabras: «moral», «orden», «disciplina», «valores tradicionales», «ley», «Dios», «Iglesia»…
Quisiera señalar algunas manifestaciones de inmoralidad, con la finalidad de que esto nos ayude a pensar y optar en la vida, sea ella privada o pública.
No debemos sentirnos fuera de época si señalamos que es inmoral una orquestada y comercializada pornografía que invade nuestra vida ciudadana, hasta hacer perder el gusto y el sentido de la vida… Es inmoral domesticar y despersonalizar a un pueblo con una propaganda dirigida «inteligentemente», que mata la creatividad, entre otros valores… Es inmoral el machismo, que considera a la mujer corno una cosa u objeto de placer… Es inmoral el auge “inteligentemente” comercializado de la droga, que quiebra y corrompe a nuestra juventud con una felicidad ficticia, fruto de una sociedad caduca que reclama cambios sustanciales…
Pero es también inmoral el que ejerce el vil oficio de delator, y manosea la dignidad de las personas… Es inmoral cl que pervierte su vida y la desfigura con la triste imagen del calumniador… Es inmoral el torturador que agudiza su inteligencia para atormentar a sus hermanos, física, psicológica y moralmente… Es Inmoral el usurero y el opresor… Es inmoral el que usa de su responsabilidad de servidor de la comunidad para la coima o para corromper a sus subalternos con el afán de lucro, status o poder… Es inmoral el que es infiel y traiciona a su hermano… Es inmoral el que obstaculiza, para satisfacer sus propios intereses, todo auténtico cambio que haga más feliz al pueblo silenciado, marginado, explotado…
Es inmoral el que profana su hogar con la infidelidad, considerándola como timbre de hombría… Es inmoral el que comercializa su profesión, sin importarle las vidas inocentes, la dignidad personal de sus clientes y pacientes o la eliminación de un ser humano en el seno materno… Es inmoral el aprovechamiento de situaciones económicas desesperadas, y de la debilidad humana, para prostituir a la mujer… Es inmoral el que administra la justicia venalmente.. Es inmoral todo gesto que degrada a la mujer y la convierte en articulo codiciable y comercializable… Es inmoral toda ley injusta… Es inmoral la represión que atenta contra el legítimo y verdadero uso de la libertad… Es inmoral la mentira institucionalizada… Es inmoral el que siembra odio y división… Es inmoral el que pervierte los medios de comunicación social para lograr más lucro, para corromper o dominar y no para ser servidor de la verdad… Es inmoral orquestar intereses para ahogar fuentes de trabajo… Es inmoral el robo institucionalizado… Es inmoral sofocar la vida de un pueblo con monopolios fríos e inhumanos.
Volver la espalda al mal y prepararse para la pascua
Esta pintura de distintas maneras de inmoralidad (que no agota toda la realidad) no busca, como ya se dijo, subrayar lo negativo. Si señalamos los efectos de la situación actual es porque urge buscar las causas y decididamente ponerle remedio.
Tarea difícil y compleja, pero necesaria y que nos implica a todos: a las autoridades y a la comunidad. No olvidemos que en el corazón del mismo hombre radica un desequilibrio profundo, que es necesario armonizar. Con las solas fuerzas humanas no lo lograremos.
Los cristianos ofrecemos la realización del hombre en Cristo, plenificado en su pascua. Tenemos que dimensionar la realidad del pecado y las consecuencias del mismo, para entender la estructuración de una sociedad que adolece de fallas sustanciales.
Convirtámonos y creamos en el evangelio. Ello debe constituir la gran tarea y el esfuerzo personal y de toda la comunidad diocesana en esta cuaresma. Así nos prepararemos a vivir en verdad la pascua del Señor.