Un sí que se ofrece y se comparte:
Una riojana hará sus votos perpetuos en una comunidad de vida contemplativa
Florencia nació en Ulapes, una localidad de La Rioja abrazada por cerros robustos y una tierra sedienta, pero fue en un monasterio de Clarisas en Resistencia, Chaco, donde encontró la forma de su vocación. Este viernes dará su “Sí” definitivo ante Dios, la Iglesia, sus hermanas y la comunidad con el nombre de María Florencia de Jesús Siervo.
El monasterio de las Hermanas Clarisas se levanta con sencillez sobre una calle de tierra, como la capilla de San Damián, fiel a la raíz franciscana. Está custodiado por árboles que parecen extender sus brazos al cielo y por flores que, en su belleza frágil, alaban a su Creador. Es la casa de diez mujeres que eligieron la contemplación como forma de vida. Florencia es una de ellas y se prepara para su entrega definitiva a Dios, viviendo el Evangelio pobre, humilde, obediente y casta, dejándose transformar por la contemplación, siguiendo el ejemplo de Santa Clara.
Florencia cuenta que el proceso de encontrar y encontrarse con su vocación contemplativa fue arduo y largo hasta que llegó a Resistencia. “No fue solo el lugar, fue el sentido”, me explica mientras sonríe detrás de la pantalla. Tiene una mirada apacible y resplandeciente que, junto a su sonrisa, habla del dejarse habitar por la presencia de Dios. “Si me preguntás qué es la contemplación —dice— es el intento cotidiano de vivir en la presencia de Dios, de corresponder a su amor”.
Vive su vocación con naturalidad. Y con una sola frase, pronunciada con ternura, derriba el imaginario colectivo de que es una opción de vida asfixiante: “es mucho más bello de lo que parece”.
“Dios está con nosotros en todo momento”
La hermana Florencia cuenta que su encuentro con Dios no fue una irrupción repentina, sino un proceso. “Dios está conmigo, con nosotros en todo momento”, aclara. Explica que lo que la movió a acercarse nuevamente a Él fue la experiencia de dejar su tierra y su familia para ir a estudiar en otro lugar. Aquella soledad temprana fue disponiendo su corazón a la necesidad de ternura y cuidado.
El deseo de “alguien que me conociera y me amara” se transformó en una puerta “al Encuentro real, cierto, claro, innegable: no solo de la existencia de Dios, sino de Su presencia como Padre que sostiene amorosamente y que nos da hermanos”.
Esa experiencia de comunidad —que interrumpió su soledad, rodeándola de presencia y de oración, de familia grande y universal— dejó en ella una huella que marcó un antes y un después. “Es fontal, todavía hoy, para mí”, asegura
La Confianza
“Fui llevada por el Señor a los lugares y las experiencias que dieron forma y siguen moldeando la vocación”

Florencia cuenta que el testimonio de los hermanos Capuchinos, con su forma de vivir el Evangelio, y la fraternidad de jóvenes de diferentes provincias que transitaban un camino de compromiso desde la fe y el servicio, despertaron en ella “un deseo hondo de vivir para Dios a la manera de Francisco de Asís”. Y en ese anhelo, los frailes —fieles a la promesa de Francisco—, con “amoroso cuidado y solicitud especial”, fueron mediación de Dios “para que el llamado y el deseo encuentren cauce en una forma concreta, dentro de la Iglesia”.
“un deseo hondo de vivir para Dios a la manera de Francisco de Asís”
Fueron los hermanos quienes le nombraron a Clara y la forma de vida contemplativa. Fueron los hermanos quienes la acompañaron al primer encuentro con las que hoy son sus hermanas. “Es a través de otros que Dios muestra, anima, confirma los pasos”. Florencia lo cuenta con gratitud y confianza. En su historia se refleja la historia de Clara: como si se actualizaran las antorchas que llevaban los menores la noche que escoltaron a Clara. Como reviviendo las huellas de Clara, deslizándose presurosa y con valentía por las calles empedradas de Asís, con la brújula del corazón apuntando a la mirada del Cristo del Crucifijo de San Damián, ante quien prometería vivir menor, pobre, casta y obediente.
“Confiamos en quien sabemos nos ama”
Florencia, siguiendo la enseñanza de Clara y encarnando la contemplación, emprende cada día el camino de la confianza, sabiéndose amada por un Dios que sostiene con fidelidad. “Voy aprendiendo a confiar —dice con humildad— porque nace del amor, pero hay que renovarla cada día para que crezca”.
La entrega
“Tratar de ser espacio de Dios para otros”
Las puertas del monasterio no se cierran detrás de Florencia, devorando toda su vida y sus sueños. Por el contrario, son umbral que enmarcan la entrega. Su profesión solemne, su “Sí” para siempre, no es un cierre, es el fruto y la semilla de una vida entregada y compartida.
“Las hermanas sostienen mi camino y entrega, me ayudan a seguir creciendo como mujer cristiana, como hermana en lo humano y en lo espiritual”, dice Florencia, remarcando esa experiencia comunitaria que acompaña y sostiene como prolongación de Dios. Es justamente ahí donde acontece el milagro de la contemplación. Como decía Santa Clara: “mira diariamente el espejo” y “déjate transformar”.
“discípula y peregrina hacia mi interior”
“Es mirarlo diariamente lo que nos hace uno con Él y nos permite atravesar los tiempos de noche o silencios de Dios con esperanza”, dice Florencia. Sin embargo, ese mirarlo no se agota en la experiencia de lo sensible, no es un camino dirigido por la complacencia, sino que Clara invita a “conocerse uno mismo para conocer la voz del Señor que nos habla en lo profundo del corazón”. A esa invitación Florencia responde pidiendo asistencia al Espíritu: “que cada día me haga discípula y peregrina hacia mi interior”.
Reconoce que su vocación es una disposición permanente de correspondencia, de vivir el Evangelio y custodiar la Fe siendo hermana pobre y de todos. “Jesús mismo es el horizonte, el camino y el compañero de cada día”, evoca, alentando a “regalarse diariamente el mayor tiempo de silencio posible para escuchar profundamente” la voz de Dios que nos llama y nos conduce.
Este viernes 21 de noviembre, Florencia caminará como Clara: segura, gozosa, dispuesta y asumirá el compromiso eclesial y personal de ser signo vivo del proyecto de Dios y de la entrega mutua. “Pertenencia que —asegura— abraza, incluye a mis hermanas, a esta comunidad, a la Iglesia y a todo lo creado y amado por el Señor”.
Ese “sí” que pronunciará la Hermana María Florencia de Jesús Siervo, ante Dios, la Iglesia, sus hermanos, sus hermanas y ante la comunidad, será un sí que sostiene, que se ofrece, que vive y se actualiza constantemente “para que todos sean uno”.














