La época de los Mártires

0
146

Para comprender mejor el actuar y el asesinato de nuestros mártires es importante contar qué pasaba en la Argentina en ese tiempo.

La década del 70 en Argentina es sin lugar a dudas uno de los períodos más convulsionados de la historia del país. Se caracterizó tanto por las grandes movilizaciones populares, sindicales y estudiantiles como también por el accionar de los diferentes grupos armados de izquierda y de derecha. Inclusive, podríamos destacar como otra particularidad de la época al nacimiento de una “nueva estructura de sensibilidad” (ideas y creencias pero también valores, sentimientos y pasiones) emergente en los años de la segunda posguerra.

Jóvenes idealistas por un mundo mejor se sumaban a colectivos tanto de derecha como de izquierda, comunistas o liberales. También la cultura juvenil imaginó y muchas veces realizó una huida gozosa del moderno mundo tecnocrático hacia paraísos naturales y artificiales a partir del Cordobazo, siendo a su vez, la multitud que marchó a Ezeiza a recibir a Perón el 20 de junio de 1973 , otra de las manifestaciones de su número y capacidad de movilización. Sin embargo, a pesar que los jóvenes radicalizados de las clases medias tenían mayor visibilidad, esto no indica necesariamente que superaran en número a los jóvenes no radicalizados. Efectivamente, el entusiasmo por las corrientes de izquierda, se concentró en los jóvenes –fundamentalmente universitarios- de “clase media superior” y de “clase alta”en muchos sectores se identificó lucha con guerra. El fin de los ideales justificaba el medio de las armas. Es así como surgen grupos con buenas intenciones que tras esa radicalización generaron lo que se llampo guerrilla que algunos autores llaman “violencia popular”, subversivos porque querían la subversión de os valores tradi cionales , vale decir transformarlos, trastornarlos.

Simultáneamente, hay que considerar a la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos como marco internacional.

 

Éstas tienen en común el mismo discursos autojustificatorio – legitimador- de la necesidad de la lucha armada y de que la violencia popular (o desde abajo) había sido una reacción frente a la violencia opresora (o desde arriba). Se consideraba a la violencia como fundadora del orden político, social y económico en el cual descansa el conjunto de la sociedad, por lo que las organizaciones tenían como preocupación permanente el desnudar la “violencia oculta” en la sociedad. En consecuencia, en sus publicaciones aparecían signos evidentes de su interés por delimitar y denunciar una violencia que oprime y proclamar otra que salva y libera.

La percepción de una crisis terminal y la búsqueda de transformaciones drásticas, refundadoras, formaron parte del trasfondo de representaciones y creencias comunes que amasaron la experiencia social de los 70. La nación tenía que morir y nacer de nuevo: Onganía buscó “revolucionarla”, el peronismo “reconstruirla” y la dictadura “reorganizarla”. Siendo la violencia política la característica más relevante del período.

En este sentido, nos referimos a la visión generalizada de una crisis terminal y a la necesidad de transformar radicalmente a las estructuras, ambas opuestas a cualquier opción favorable a un cambio gradual. La democracia fue un valor desestimado a lo largo de todo el período a partir de la comprobación de la falta de funcionamiento efectivo de las instituciones Las armas se convirtieron en el símbolo de una época que reivindicó la audacia, la agresividad, la búsqueda del poder y la necesidad de transformaciones irreversibles.

¿Qué pasaba en la Iglesia[1]?

También vivió transformaciones y llamados a cambiar radicalmente a partir del Concilio Vaticano II.se dice que Angelelli fue mártir de los decretos del Concilio, buscó vivirlos y hacerlos vivir y en muchos sectores políticos y eclesiásticos no fue comprendido ¡y hasta perseguido! Su plan pastoral dejaba de lado una iglesia verticalista, basada en normas litúrgicas poco orientada a la promoción humana para dar paso a una iglesia cercana, centrada en el diálogo con el hombre y su situación, valorando la religiosidad popular. Angelelli escuchó  los jóvenes idealistas, nunca apoyó sus modos de violencia pero los sectores radicalizados de derecha así lo denunciaron. El accionar cercano del obispo y varios sacerdotes a la gente más pobre causó escozor en la clase dirigente y apoderada que prácticamente los explotaba en sus trabajos. En esos espacios se manejaba la resignación, la mal entendida voluntad de Dios para acallar deseos de una vida digna.

La propuesta de renovación impulsada por el obispo prontamente ganó muchos adeptos, obreros que formaron cooperativas de trabajo, movimientos rurales, mujeres catequistas que estudiaban la palabra de Dios, sacerdotes de otros lugares que llegaron a la Diócesis para vivir este estilo de Jesús en una iglesia abierta a todos, que trabajaba, debatía y compartía con todos. Esa apertura en algunos sectores fue leída como revolucionaria, comunista, peligrosa y merecedora de ser vigilada y reprimida. La llegada de Angelelli también generó el paso de una Iglesia adherida a las clases sociales superiores y dirigentes a una iglesia para todos con especial atención a los más pobres.

De distintos modos, con publicaciones, amenazas, violencia, calumnias le hicieron saber a estos profetas que sus pasos estaban contados, que no eran aceptados en esa Rioja. Laicos, sacerdotes y hasta el mismo obispo fueron vigilados, perseguidos, golpeados, violentados en nombre de Dios y de la Patria. El movimiento producido por Angelelli generaba el temor de volver a épocas de guerrilla, de jóvenes con armas, de pueblo sublevado en las calles.

El obispo anunciaba y denunciaba, “seguía andando” aunque era considerado por las autoridades civiles como el “máximo dirigente tercermundista de nuestro medio”, marxista y comunista. Similares adjetivos tenían varios más, algunos se salvaron, otros como Gabril Longueville, Carlos Murias y Wenceslao Pedernera y el mismo Angelelli pagaron con su sangre y como decía Carlos, podrán callar la voz del pastor, pero el Evangelio no lo van a callar. Y así fue.

Con la visión del tiempo transcurrido se ve más claro el momento de confusión que reinaba en la sociedad en los 70, los deseos ansiosos de cambiar todo en el momento y el temor y hasta desdén con el que pensaba distinto. Encasillamientos que siempre han dañado y esta época lo ilustra.

[1] Cfr. PEÑA GABRIELA, Apasionados por el amor, la justicia y la paz, Editorial Claretiana, Buenos Aires 2019