FRAY MAMERTO ESQUIÚ ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS
Lic. Diego Escribano
“Ahora que autorizadas voces denotan preocupación por “rescatar los valores tradicionales de la nacionalidad”, resulta provechoso conocer esos valores desplegados en la parábola de una vida concreta de un patriota y de un santo. Hombre nacido en la entraña del país tradicional, Fray Mamerto es la mejor definición vital de los valores espirituales que Argentina debe reanimar para conseguir su realización como país[1]. No es mera casualidad que la mayoría de las personalidades que protagonizaron la organización nacional hayan salido de las provincias tradicionales que expresaron una educación, una filosofía y un estilo de vida. Tucumán produjo a Alberdi, Avellaneda y Roca; Catamarca a Esquiú; La Rioja a Joaquín V. González y San Juan a Sarmiento. Estas individualidades de extraordinaria riqueza fueron el fruto de ideales de vida que hoy designamos como “los valores tradicionales de la nacionalidad”… (Bazán 1982, p. 9).
Armando Raúl Bazán, nos plantea en la oración resaltada en el texto anterior: “Fray Mamerto es la mejor definición vital de los valores espirituales que Argentina debe reanimar para conseguir su realización como país”. El primer valor espiritual, que define su existencia, fue su profunda convicción y vivencia cristiana enmarcada en su vocación sacerdotal, luego Esquiú reafirmó a lo largo de su vida los valores emanados del único Proyecto Nacional y Modelo que tiene la Nación Argentina, que está escrito en la Constitución, y que dedicó su vida a que se respete y su elocuencia a defender: la unión nacional, la paz, el orden, la justicia, la defensa común, el bienestar general y la protección de la libertad de todos los habitantes que habitan el suelo argentino.
A ejemplo de Jesús, como ningún otro argentino Esquiú se elevó sobre las pasiones temporales humanas, y desplegó todo su amor, siguiendo la directriz moral del Rabí Galileo: alimento a los hambrientos, dio de beber a los sedientos, dio cobijo a los cansados, vistió a los desnudos, visitó y cuidó a los enfermos, visitó a los presos[2], porque entendía en las fibras más íntimas de su ser que el Camino al Reino pasa en la práctica de la verdadera Caridad Cristiana: «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.»[3]
Pero también tuvo Esquiú la valentía de manifestar “a los gobernantes y al pueblo las verdades que debe conocer la sociedad civil para disfrutar de la verdadera libertad por el camino de sumisión a la ley”. (Bazán 1982, p. 9) ¿Dónde está escrita la verdadera libertad y la ley? En ese texto que él como ninguno supo defender con su verbo pasional: La Constitución de la Nación Argentina. ¿Hay otro Proyecto o Modelo Nacional que no sea (el) (sacar) delineado en la Carta Magna? No, no lo hay. Esquiú así lo entendía, así lo vivió, así lo divulgó y así lo enseñó. ¿Puede existir un proyecto nacional que no esté acorde a la Constitución? No. Pueden existir proyectos y distintos modelos, pero que no se enmarcan en el proyecto nacional constitucional, y por lo general son espurios y foráneos, fundados en egoístas pasiones individuales y sectoriales, que muchas veces se quieren imponer por la fuerza, justamente violentando todos los principios y mecanismos que emanan de la Constitución y de la democracia, y que no propenden al bien común de todos.
Constitución Nacional producto de 43 años de luchas fratricidas, que dio paz, orden y progreso a la Nación Argentina. Esto quedó claro en el “Sermón de la Constitución”, que Fray Esquiú, proclamó en la Iglesia Matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, en él recordó la historia reciente de desuniones y guerras civiles y aseguró que la Constitución era el sinónimo de la paz y de la construcción del país, y entendió que para que la paz fuera duradera, era necesario que el texto constitucional quedará fijo e inmutable por mucho tiempo y que el pueblo argentino para lograr su progreso se sometiera al poder de la ley: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay Patria, no hay libertad, existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución y guerra…”[4], exclamó Esquiú. Y agrega en la sabiduría de una mente clara: “No rechazo modificaciones en las leyes por sus órganos competentes; los tiempos, las circunstancias, el interés común tal vez lo reclaman; pero si es para ensanchar la órbita de nuestra libertad, pero si es por contemporizar intereses particulares cualesquiera, fácil es prever la eterna dominación de dos monstruos en nuestro suelo: anarquía y despotismo.”
Fray Mamerto de la Ascensión Esquiú nació el 11 de mayo de 1826 en la localidad argentina de Piedra Blanca en la provincia de Catamarca, hijo de Santiago Esquiú y María de las Nieves Medina. Su madre le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión, en homenaje al día en que nació: San Mamerto y el misterio de la Ascensión del Señor, que ese año había caído el mismo día. “Este niño será obispo”, pronóstico fray Francisco Cortés, quien le suministro el bautismo.[5]
Piedra Blanca, era una comunidad de agricultores, cercana a la ciudad capital provincial. Esta localidad se caracterizaba por su importancia social y económica. Vivían en ella antiguas familias originarias en la zona desde el momento de la colonización. Del lugar salieron importantes personalidades del clero, aportando varios obispos a la Iglesia Argentina.
Mamerto había nacido enfermo, esto impulsó a su madre a hacer una promesa a San Francisco de Asís, vestirlo con su hábito para que sanará. Así desde muy niño comenzó a usar el sayal franciscano, el hábito no lo abandonó en toda su vida, y lo acompañó hasta su muerte.
“Esa fidelidad a la orden franciscana y al espíritu de su ilustre fundador constituye una de los rasgos fundamentales en la vida del futuro obispo de Córdoba”.[6]
En Catamarca el único centro de enseñanza prestigioso de la época que aseguraba el acceso a una cultura superior era el colegio del convento San Francisco, en el convento funcionaba un colegio de humanidades donde se formaban laicos y sacerdotes.
Diez días después de la muerte de su madre ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño el 31 de mayo de 1836,“Se inicia entonces la etapa decisiva en su formación. La imagen del niño juguetón que tomaba a la ligera sus estudios desaparece y se afirma una joven personalidad. Clara inteligencia, genio vivo, dulzura en su trato. Aprendió latín con el célebre Padre Quintana, estudió filosofía con fray Wenceslao Achavál, que fue posteriormente obispo de Cuyo, y cursó teología con el R. P. León Pajón de la Zarza…discípulo predilecto del Padre Achavál quien alentó sus estudios, protegió su contracción dispensándolo de ciertas reglas de la orden, y vaticinó sus progresos, hasta que pudo colocarlo muy joven aún como sustituto en su cátedra”.[7]
El 14 de julio de 1842, a los 17 años, hizo profesión solemne y al cumplir 22 años se ordenó sacerdote, celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849. Ya como Obispo de Córdoba expresó al padre general de la Orden: “Y este hábito será mi gala y gloria en vida y muerte…a él debo todo, incluso la salud corporal, y desde mi niñez no he conocido otro vestido…El Fray se nos debe pegar hasta la muerte”.[8]
Desde joven dictó cátedra de filosofía y teología en la escuela del convento; también se dedicó fervientemente a la educación siendo maestro de niños, a lo cual dedicó mucho entusiasmo, además de fervorosas homilías. Desde 1850 dictó cátedra de filosofía en el colegio secundario fundado por el gobernador Manuel Navarro.
Después de la batalla de Caseros, en que fue derrotado el gobernador Juan Manuel de Rosas, la provincia de Catamarca se propuso participar en promulgar una Constitución. En la Asamblea Constituyente reunida en Santa Fe triunfó la postura liberal que restringía la libertad de cultos, sostenida por el padre Pedro Alejandrino Zenteno, diputado por Catamarca. Derrotado, Zenteno regresó a Catamarca dispuesto a hacer lo posible para evitar que la Constitución fuera aprobada por su provincia, apoyado por la población cuya postura religiosa era conocida.
El gobernador de Catamarca convencido de la posición antiliberal de Esquiú, le encargó un sermón patriótico en ese sentido.
El 9 de julio de 1853, este pronunció su discurso más conocido, favorable a la jura de la Constitución, conocido como Sermón de la Constitución: recordó la historia de desuniones y de guerras civiles, y se alegró por la sanción de una Constitución que traería nuevamente la paz interna. La primera resistencia a la Constitución en el interior había sido vencida, y Catamarca juró la Constitución. Su sermón alcanzó trascendencia nacional y fue copiado en la prensa de todas las provincias; la resistencia que se le podía haber hecho a la Constitución en otras provincias quedó vencida por la elocuencia de un fraile desconocido de una provincia pequeña. El texto del sermón patriótico fue impreso y difundido por el país.
En 1860 se instaló brevemente en Paraná como secretario del primer obispo de esa diócesis, fray Luis Gabriel Segura. Luego de la Batalla de Pavón por su defensa de la Confederación Argentina y estar en contra de la postura de Buenos Aires tuvo que exiliarse a Bolivia.
En 1872, estando en Sucre, recibió el nombramiento para el arzobispado de Buenos Aires, firmado por el presidente Sarmiento y el ministro Avellaneda. Pero no aceptó, porque pensaba que un arzobispo no podía ser tildado de opositor del presidente, que había sido uno de los promotores de la caída de la Confederación.
En 1876 y 1877 viajó por Roma y Tierra Santa, tuvo el honor de presidir la Misa en el Santo Sepulcro el Viernes Santo de 1877.
En 1878 vuelve a la Argentina, con la comisión del Superior de la Orden Franciscana de reformar la Orden en el país.
Ese año es designado Obispo de Córdoba a propuesta del Presidente Avellaneda, no acepta el cargo, pero luego lo asume a instancia de la designación del Papa León XIII. El 12 de diciembre de 1880 recibe la ordenación episcopal en la Catedral de Buenos Aires, tomando posesión de la Sede Episcopal en 16 de enero de 1881. Fue un pastor amoroso y austero, reorganizó la diócesis, fue padre de todos, dio ejemplo de vida evangélica a través de sus acciones, utilizó la persuasión y la indulgencia, recorre todos los pueblos de la diócesis, llevando su palabra de amor, esperanza y humildad, reconfortó a los necesitados y enfermos, practicó en toda su extensión el amor cristiano a siguiendo a Jesús y a su amado San Francisco de Asís. En lo externo a la administración de la Iglesia diocesana, defendió las tradicionales prerrogativas de la Iglesia y se opuso en lo que pudo al matrimonio civil, al Registro Civil, la secularización de los cementerios y la laicización de la enseñanza.
Fray Mamerto Esquiú murió el 10 de enero de 1883 en la posta catamarqueña de El Suncho, en viaje de regreso desde La Rioja a su sede obispal de Córdoba.
Siguiendo el relato de Fray Marió Fuenzalida (1999)[9], había estado en La Rioja y volvía a su sede episcopal en no muy buen estado. Sin embargo estaba contento, en cada lugar que se detenía repartía rosarios, estampas y medallas, confirmaba y daba consejos, mientras por otra parte repartía todo lo que el gobernador le había regalado: comida, vajillas, toallas y cepillos. En su estadía en La Rioja había realizado múltiples actividades de su rango episcopal y había administrado los sacramentos a numerosas personas. El 8 de enero de 1883 emprendió viaje a Córdoba. Viajaba en galera, acompañado de su secretario. Al día siguiente su salud volvió a empeorar. Tenía mucha sed, se sentía indigestado y le pesaba la cabeza. Decía tener sueño y no poder dormir. No obstante, confirmó a numerosas personas en cuanto lugar se detenía la galera. En Medanitos hicieron un alto y no pudo comer; un viajero le dio un remedio homeopático que le calmó la sed. A la noche le improvisaron una cama con un cuero en medio del campo y un techo de mantas le protegía del rocío. El martes 10 amaneció mejor; desayunó, tomó el remedio del homeópata y continuaron el viaje. El malestar volvió en seguida y Esquiú sentía otra vez mucha sed.
Llegaron a la Posta de Pozo del Suncho, en el departamento La Paz. El obispo desde su asiento impartió la bendición a los pobladores, pero no pudo bajar; Esquiú ya casi no hablaba y no podía casi moverse. Sufrió dos descomposturas y tuvo que ser llevado por varias personas hasta una cama donde se desvaneció. Se le practicaron diversas curaciones sin resultados. A las tres de la tarde murió.
Su cadáver fue trasladado en la misma mensajería hasta Recreo, donde unos kilómetros antes de llegar le esperaba el pueblo con faroles y antorchas para acompañar al obispo hasta la población, en un cortejo fúnebre al paso de la galera.
Fue recibido en la estación Avellaneda, unos 100 km antes de Córdoba, entre Deán Funes y Jesús María, por el clero de aquella provincia que le había procurado un lujoso féretro, pero Esquiú no cabía. Su cuerpo se había hinchado y ya comenzaba a descomponerse. Debió ser sepultado en una capilla cercana. Al día siguiente, por orden de las autoridades nacionales, su cuerpo fue retirado de ese lugar rumbo a la Ciudad de Córdoba, previa autopsia de sus entrañas pues se temía pudiera haber sido envenenado.
Mientras sus restos mortales descansan en la Ciudad de Córdoba, el corazón «incorrupto» del religioso fue depositado en el convento franciscano de Catamarca.
[1]Oración resaltada por el autor de este artículo.
[2]Mateo 25: 35
[3]Mateo 25: 40
[4](fragmento) Sermones patrióticos, Fray Mamerto Esquiú, Edic. Estrada, Buenos Aires, 1957.
[5]Bazán, Armando R. (1982) “Fray Mamerto Esquiú: La Suprema Elocuencia”, Imprenta X, Catamarca, p. 12.
[6]Ídem nota 5.
[7]Ídem nota 5, p. 14.
[8]Ídem nota 5, p. 15.
[9]Cano, Luis, Fuenzalida Marío (1999) “Fray Mamerto Esquiú: Su Vida y Obra”. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp.59 -66.