Todos los años, durante los meses de diciembre y enero, se realizan las peregrinaciones del Niño de Gualco, en las cuales es llevado desde su oratorio en Angulos hasta Famatina y Chilecito el 8 de diciembre y regresa desde allí hasta Angulos el 9 de enero, luego de un recorrido aproximado de 45 km bajo el agobiante calor del verano riojano. Durante el camino se desarrollan diversos momentos rituales en los que se entremezclan componentes culturales aborígenes y católicos, una polisemia típica de la fiesta religiosa popular en la cual “lo emocional, lo sensible y lo intuitivo ocupan un lugar central”
Lo curioso es el modo de enunciación de este suceso: un sujeto en singular y un predicado en plural (“El Niño de Gualco son dos bebés”). En realidad, se apoya en el hecho de que existen dos imágenes distintas en el oratorio donde se lo guarda:
“El Niño de Gualco son dos bebés. Están en Famatina, pero están en medio del campo, que es en Angulo, se llama la parte. Es lejísimo. Lo saben traer para acá, ya han venido hace unos domingos, creo.
Después hay mucha gente que hacen promesas de ir caminando, caminan… Por ejemplo, mi papá, él caminaba de Sarmiento a
Famatina, a Angulo, que es muy lejos. Salían de acá a la una de la mañana para estar allá a las seis”.
Dos bebés, uno está sentadito y otro está acostado.
Cuenta la historia de que iba un arriero —porque todavía acá tenemos a esa gente que sale, que tiene los animales en el campo, llevan a los vacunos, mulares, caballares, y tiempo en tiempo salen a juntar los animales, o los tienen, es decir, ver las vacas y van marcando y controlando. Y dice que escuchó llorar un niño en el campo.
El llamo la atención y se empezó a arrimar, al lugar donde sentía que lloraba y lloraba. Y se arrimó y el llanto se hacía más fuerte al lado de una planta, un monte grande, una planta autóctona de la zona, justo bajó en el tronco y encontró la imagen. Una imagen como de piedra, chiquita. Y él lo llevó, lo recogió. Y bueno, de ahí empezó su historia, digamos sus hechos milagrosos.