Quien camina por el Parque Nacional Talampaya lo hace en silencio, cualquiera sea la edad que tenga. Es tan imponente el lugar que los sentidos se reducen a mirar y escuchar con la actitud de admirar. Es allí en donde se aprecia la grandeza, la creatvidad, la diversidad de la Creación que lleva millones de años frente a nuestra vida que no llega ni a las tres cifras. Se siente Frágil y poderoso a la vez. Frágiles por sentirnos desbordados y limitados para contemplar todo y poderoso al tener la capacidad afectiva para emocionarse e intelectual para grabarla en la mente.
El Parque, cuya preservación data de 1975 y en 2000 fue declarado Patrimonio de la Humanidad, se encuentra en la parte oeste de la Provincia. Es una muestra integral del período Triásico, de la presencia de dinosaurios y del paso de los pueblos originarios quienes estamparon su arte.
Son paredones rojizos, de cientos de metros de altura, desgastados por la erosión, imponentes testigos del paso del tiempo.
El parque está muy bien cuidado y atendido, los guías están bien preparados y provienen de localidades cercanas como Pangancillo, Villa Unión y Patquía.
La flora y la fauna son también una muestra de la adaptación de las especies a los climas adversos. En apariencia, tanta roca pareciera ahuyentar la vida, pero la vida canta a través de esa inmensidad.
La invitación está para visitar el Cañón del Talampaya, más no se puede contar porque estar allí se vive, no se cuenta.
El parque tiene un costo de ingreso y de excursiones para llegar a los lugares más destacados. Se pide ser respetuoso con la naturaleza, obedecer a los guías y cuidar la naturaleza.