Mis queridos hermanos y amigos. De nuevo aquí en La Rioja y en esta Catedral y Santuario, siguiendo reflexionando juntos y caminando juntos la marcha que ya venimos haciendo para felicidad de nuestro pueblo. Claro, habría tantas cosas que decir cuando uno vuelve a su casa, con ganas. Cómo uno ha ansiado volver a su tierra, y cómo uno ha ansiado volver a su casa. Cuando digo cómo uno ha ansiado volver a su tierra y a su casa, esto se puede decir cuando se va lejos. Y cuando se mira desde lejos su tierra y su casa; entonces descubre que ama más profundamente a su pueblo, a su familia y a sus hermanos.
Si (en) un determinado momento uno echa una mirada adentro de uno mismo, se da cuenta que hay una tierra y un pueblo que está muy metido. Con esa sencillez quiero expresar este significado, esta ida a Roma, esta ida con el Santo Padre. Miren, voy a tratar de traducir algo de lo que tengo adentro en este momento. No es fácil. Y yo lo quiero traducir, bueno, como un hermano le cuenta a otro hermano, también como un Padre le cuenta a sus hijos, como un cristiano a otro cristiano, como un amigo a otro amigo. Yo recuerdo que cuando desde esta misma Catedral salí para Roma, le decía a toda la Diócesis, desde este mismo micrófono en una Misa radial, lo siguiente: Yo no me voy solo, ustedes me lo dijeron. Me voy con el pueblo, hasta simbolizado en los dones materiales que le llevaba al Santo Padre, que era un mate, un poncho, un Cristo crucificado, el rostro de un Cristo Indio, la flor del cardón y el mapa de La Rioja. En mi valija iba todo eso.
Y junto con todo esto iban muchas alegrías y también sabía que iban muchos sufrimientos y dolores. Iban el afecto y el dolor de un pueblo. Iban los que veían y los que no veían. Iba toda una historia, iba toda una comunidad, con alguien que emprendía una peregrinación. No tanto para ir a llevar allá un informe. Eso tiene un sentido demasiado, yo diría, material y humano. Pero una dimensión muy en la fe, una dimensión estupenda. Iba a encontrarme con Pedro, Cabeza del Colegio Apostólico, la cabeza visible de la iglesia universal, Vicario de Jesucristo. Iba a encontrarme con aquél que, también con él, somos corresponsables de la Iglesia universal. Me iba a encontrar con una tumba y un Apóstol Pablo. Me iba a encontrar con un lugar donde María se proyecta a toda la Iglesia universal desde una de las basílicas mayores. Me iba a encontrar con hermanos de todos los continentes porque me iba a encontrar con un Sínodo convocado por el Papa para pensar una vez más sobre los problemas del mundo, de los cinco continentes. Y a la luz de esa realidad, ver cómo entregar este mismo y eterno mensaje del Evangelio de Jesucristo. Y ese era un Sínodo. No tenía más que una alforja llevando algo que simboliza la vida de un pueblo, porque lo más importante no iba en un informe sino que iba precisamente en lo que podía traducir a Pedro, y referirle a Pedro como de hermano a hermano. Esa peregrinación ya la he hecho, mis amigos, mis hermanos. Y ahora regreso. Y ahora le vengo a contar mi pueblo, a ese mismo pueblo que el Señor me confió por la Palabra de Pablo y que ratifica. Y le vengo a decir qué ha sido esta peregrinación. Por cierto que todo el contenido de esta peregrinación no puede ser relatado esta noche, sino que será motivo de reflexión en nuestra comunicación con nuestra Diócesis. Pero quiero destacar algunas cosas.
Llego a mi casa. Llego a mi altar. Llego a mi Evangelio. Y llego a la fuente de la vida en el corazón de una comunidad que son ustedes. Y esto no saben lo hermoso y estupendo que es. Yo vuelvo a La Rioja siendo también un transmisor. Y en esa audiencia con el Santo Padre, de casi media hora o más, porque uno pierde hasta la noción del tiempo, él me dijo: “dígale a su pueblo, dígale a su diócesis, que el Papa los quiere, los bendice, los anima, los estimula, y está muy junto a ellos. Dígaselo. Usted nos ha traído simbólicamente lo que es ese pueblo. Y fue un poncho tejido por la mujer riojana, y lo dejé en el escritorio del Papa. Y fue un mate de plata labrado por nuestros artesanos; y fue puesto ese mate en la mesa donde él trabaja. Y fue un Cristo hecho con nuestro algarrobo y nuestro retamo y nuestro chañar. Y no es poesía. En nombre de todo un presbiterio y hecho por un presbítero de esta Iglesia; fue dejado en la mesa de trabajo del Papa. Y fue el rostro de un Cristo Indio como diciéndole “traigo la identidad de un pueblo, la cultura de un pueblo, y al mismo tiempo le traigo la sabiduría de un pueblo, hecho por un hombre de nuestro pueblo y uno de nuestros artistas”. Y ahí quedó en la mesa del Papa. Y le traigo lo que es en cierta manera también sentido de esperanza, y es expresión de nuestra tierra y de nuestra geografía, y es el cardón en flor, en una hermosa fotografía hecha por un artista nuestro. Ahí quedó en la mesa del Papa. Y sencillo y humilde un mapa de toda La Rioja, de la que distribuimos a nuestra gente que viene. Allá se lo dejé y quedó en la mesa del Papa.
Y como un trueque de comunión, como un signo del encuentro del que lleva algo material, pero simbolizando lo que les decía antes, un pueblo y la historia de un pueblo y un abrazo de paz y de bendición, más allá de cuestiones tontas. El Papa me dice: Llévele a su pueblo esto que yo tengo. Yo soy mensajero de la paz, soy el padre de una comunidad universal junto con Jesucristo. Y soy aquél que junto con todo el Colegio Apostólico el primer responsable del anuncio de la Buena Nueva. Llévele esta Buena Nueva de felicidad a su pueblo en el símbolo más estupendo que podemos hacer los hombres, que es la Eucaristía. Entonces, yo le entrego a usted para que vaya allá y con su pueblo celebre una Eucaristía, yo le entrego mi cáliz, ese cáliz que está ahí sobre la mesa, ése es el cáliz que me dio el Papa para celebrar la Eucaristía con ustedes. Ese es el cáliz que me entregó él en ese trueque, que no es un trueque puramente material, sino lleno de contenido y significado. Esto yo se los relato y quiero relatárselos así con toda sencillez. Deme su mano me dijo. Usted lleva un anillo. Hoy me lo he puesto. Ese anillo en el día del Concilio se lo di a cada Obispo de todo el mundo. Y nos dio este anillo a cada Obispo de todo el mundo. Él mismo. Y me dice “Deme su mano”. Usted lleva un anillo del Concilio Vaticano Segundo. Y le digo: Sí, Santo Padre, ¿se acuerda? Usted me lo regaló. ¿Ve? Yo también lo llevo, me dice. Junte su mano con la mía y ponga su anillo con mi anillo. Usted es Pastor de esa Iglesia local a quien ratifico y bendigo y aliento y estimulo. Ponga su anillo sobre el mío y sepa que usted y yo somos pastores de Jesucristo, el Señor. Para llevar adelante y hacer concreto ese Concilio que convocado por el Espíritu Santo ya se ha realizado. Y usted con su pueblo, con su presbiterio, con sus religiosas, con sus laicos, con su pueblo, lo están llevando a la práctica en ese pedazo de Argentina. Y en ese pedazo de la Iglesia que es La Rioja. Casi diría, no tiene comentario.
Y a la vez es transmitirles a ustedes, amigos, lo que ustedes me encargaron.
Y peregrinos y llegando en esa peregrinación, fui, me hinqué junto a la tumba de Pedro. Y esto se los puedo asegurar en el nombre del Señor: no se me quedó un riojano, y no se me quedó un pedazo de tierra riojana, sin ponerlos sobre la tumba de Pedro. Y rezar el Credo al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y sobre esa tumba el padrenuestro, y sobre esa tumba el avemaría a la Virgen. Parece que contara un cuento de niños. Y creo que no es de niños. Y sentí personalmente, y eso se los transmito a ustedes, que yo no estaba solo. Y que las cosas las tenía que mirar desde la fe, y no simplemente desde un cálculo humano. Esto no interesa. Y desde la fe sentía que no estaba solo. Y sentía interiormente la presencia de La Rioja. Y no es poesía lo que hacía. Y no es poesía lo que estoy refiriendo. Y sentí a esa abuela que anónimamente rezaba. Y sentí al de la ciudad y al del interior. Y hasta el nombre lo dije alguna vez, en alguna carta que mandé. Y sentí a aquél que está lejos, en El Divisadero, o en Tosquea. Y lo sentí adentro rezando y haciendo la visita que técnicamente se llama “ad limina” junto a Pedro en la persona de Pablo. Todo esto sentí. Y sentí que la Iglesia es viva y que la fe es viva, y no como una cosa del pasado sino como una realidad del presente, a la cual cada vez estamos convocados a vivir. Y sentí una Iglesia que sigue brotando de esa tumba de Pedro. Y la sentí en el cansancio físico, pero la sentí joven, en el cansancio también físico de un hombre de 75 años, enfermo y con artrosis, pero lúcido y diciendo “yo soy el sucesor de Pedro, yo soy tu hermano, y juntos formamos el Colegio Apostólico, y ésta es la Iglesia de Cristo en la cual creemos, confesamos y bendecimos al Señor”. Es esa la Iglesia de Pedro, la misma Iglesia que esta tarde estamos acá, todos convocados en este mismo altar, haciendo también la Eucaristía con ese cáliz de Pablo.
Queridos amigos y queridos hermanos. Yo no tengo sino dos palabras, que es la misma. Es una pero dirigida arriba y dirigida a los costados, como una cruz. Es decirle a Nuestro Padre Dios: “Gracias Señor por San Nicolás”. Y decirle a mi pueblo: “Gracias Señor por todo lo que significa oración y afecto”. Al fin y al cabo es como si uno prestara la carne, y prestara la sangre, prestara unas manos y una lengua y una persona, para que un pueblo se haga visible y concreto. Y esté presente en esa tumba de Pedro y junto a ese escritorio de Pablo, refiriéndose la vida que el Espíritu Santo va soplando en este pueblo nuestro que es La Rioja. ¡Qué lindo es todo esto!
Es decirles a ustedes: sigamos caminando. Y a medida que sigamos caminando, vamos a ir desentrañando sobre todo otro regalo que nos dio. Un hermoso documento que aunque sea dirigido personalmente del Papa Pablo VI, es para La Rioja un regalo. Un hermoso documento donde no solamente bendice sino que ratifica el esfuerzo, ratifica este esfuerzo doloroso por hacer concreto un Concilio en La Rioja, por ser fiel a un pueblo, a su historia, a su identidad, y al mismo tiempo para que todos vivamos felices y todos nos sintamos hermanos. Que alienta y estimula. Y le dice también al que la tiene que presidir: “te bendigo y sigue adelante, que yo Pedro te acompaño y ratifico tu fe. Y al ratificar tu fe, ratifico la fe del pueblo riojano”.
Esto les traigo. Y junto con esto, el haber puesto también en la tumba de San Nicolás en Bari, en la misa que he celebrado, y que he ido con un sentido peregrinante, a La Rioja para que nuestro Santo Patrono, en vísperas de nuestra novena, siga bendiciendo a nuestro pueblo, en este momento también delicado. Y no solamente quedó La Rioja, sino que también puse a la Patria. Y ahora los invito a que hagamos realmente nuestra Eucaristía.