Jubileo Penitenciario: Ni rejas, ni muros detienen la esperanza; Dios entra donde el corazón se abre

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El Servicio Penitenciario Provincial se transformó, el jueves pasado, en un espacio de gracia y encuentro. Allí, la Pastoral Carcelaria celebró el Jubileo Penitenciario, que coronó la novena en honor a San Maximiliano Kolbe, patrono y referente de las personas privadas de libertad. Fueron días de oración, talleres y escucha mutua que recordaron con fuerza que “nadie se salva solo, sólo es posible salvarse juntos”.

La novena, que se vivió entre el 5 y el 14 de agosto, fue una experiencia de reflexión comunitaria sobre la encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco. En cada taller, internos e internas junto a agentes pastorales se preguntaron cómo ser “peregrinos de esperanza” detrás de los muros de la cárcel, y cómo no perder la fe en la propia dignidad y en el amor de Dios que abraza a todos.

Un camino hacia la Puerta Santa

El día del Jubileo comenzó con una charla en la que participaron el obispo Dante Braida, representantes del Patronato de Liberados, Defensoría Federal, Pastoral de Adicciones y Social, la Secretaría de Derechos Humanos, y la Directora del Penitenciario, Analía Tello (junto a su equipo de gestión) y miembros de las pastorales de Adicciones y Social. Fue un momento de diálogo sincero, donde se compartieron miradas sobre la justicia, la inclusión y el valor de la esperanza como motor de la vida.

Luego, internos llevaron la Palabra de Dios, una cruz y una imagen de San Maximiliano Kolbe en peregrinación desde el salón de actos hasta la capilla del penal.

Con gestos sencillos, pero cargados de simbolismo, mostraron que la fe sigue caminando aun detrás de las rejas. Allí, el obispo abrió la Puerta Santa e invitó a todos a vivir la gracia del Jubileo, que culminó con la celebración de la Eucaristía.

Para Dios no hay muros –afirmó el obispo Braida–. Donde se abre el corazón, allí está Él. Cuando uno se encuentra con Dios, la vida se llena de gozo y de esperanza para compartir con los demás. Todos tenemos un lugar en la sociedad y en la Iglesia, porque Dios no hace acepción de personas” (cf. Hch 10,34).

Voces que siembran esperanza

Las palabras de quienes participaron hicieron visible que la esperanza tiene rostro, nombre y testimonio. La defensora federal Adriana Henry recordó que la misión de la justicia debe ser humanizar: “Todos tienen derecho a ser escuchados, a un proceso justo, a la posibilidad real de rehacer su vida. No se trata sólo de cumplir una condena, sino de que esa experiencia sea camino de resocialización y fraternidad”.

Raúl Brizuela, de la Pastoral Social, habló de la fuerza interior que moviliza: “Debemos ser capaces de generar esperanza, porque la esperanza es la que nos mueve. Sin ella, nada florece”.

Zulma, madre de un joven en recuperación, compartió su experiencia de fe: “La esperanza nos ayuda a luchar contra cualquier situación difícil. Yo la encontré en la Fazenda, acompañando a mi hijo en su proceso. La Palabra de Dios sostiene, ilumina y abre caminos donde parece no haber salida.

También Pablo Moreno, en recuperación de las adicciones, ofreció una voz de aliento a los internos: “Sin Dios no somos nada. Yo cometí un error, pero hay que levantarse y seguir. Si yo pude, ustedes también pueden. Lo importante es trabajar el corazón y mantenerse firmes en la fe.

Entre los testimonios más conmovedores estuvo el de Walter, interno que habló en nombre de sus compañeros: La sociedad también debe rehabilitarse, porque los prejuicios muchas veces no nos permiten volver a empezar. La reinserción comienza aquí adentro, con nuestra decisión de cambiar. Nadie se salva solo: entre nosotros tenemos que sostenernos y buscar lugares de esperanza. La Pastoral es ese espacio donde sentimos que aún somos valiosos.

Misericordia que traspasa muros

El Jubileo Penitenciario fue vivido como un “privilegio”, ya que no se celebra en todas las cárceles del país. Para las autoridades y para quienes participaron, fue mucho más que un acto religioso: fue una verdadera siembra de esperanza, un recordatorio de que cada persona tiene dignidad y que la misericordia de Dios no conoce fronteras.

“Y la esperanza no defrauda –recuerda san Pablo– porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5).

Ese amor fue palpable en cada gesto, en cada testimonio, en cada oración compartida. Porque ni las rejas ni los muros pueden detener la esperanza: Dios siempre entra donde un corazón se abre a Él.